sábado, 31 de julio de 2010

"SUMA TEOLÓGICA". CUARTA VÍA.



A
l igual que en las entregas anteriores, se analizará el argumento de la existencia de Dios formulado por Santo Tomás de Aquino. En este caso, su Cuarta Vía:

“La cuarta se deduce de la jerarquía de valores que encontramos en las cosas. Pues nos encontramos que la bondad, la veracidad, la nobleza y otros valores se dan en las cosas. En unas más y en otras menos. Pero este “más” y este “menos” se dice de las cosas en cuanto que se aproximan “más” o “menos” a lo máximo. Así, caliente se dice de aquello que se aproxima más al máximo calor. Hay algo, por tanto, que es muy veraz, muy bueno, muy noble; y, en consecuencia, es el máximo ser; pues las cosas que son sumamente verdaderas, son seres máximos, como se dice en II “Metaphys”. Como quiera que en cualquier género, lo máximo se convierte en causa de lo que pertenece a tal género -así el fuego, que es el máximo calor, es causa de todos los calores, como se explica en el mismo libro —, del mismo modo hay algo que en todos los seres es causa de su existir, de su bondad, de cualquier otra perfección. Le llamamos Dios”.

Quizás éste sea el argumento de Aquino de menos sustento. Es sencillo ver que a partir de la frase

“La cuarta se deduce de la jerarquía de valores que encontramos en las cosas. Pues nos encontramos que la bondad, la veracidad, la nobleza y otros valores se dan en las cosas”

es un argumento moral que atribuye la bondad (y por supuesto la maldad) como una propiedad intrínseca en la naturaleza.

Toda moral, es decir, todo canon de lo que es bueno y lo que es malo, es oriundo de lo que consideramos beneficioso o perjudicial para nosotros. Al mismo tiempo, es necesaria la capacidad de elegir entre algo beneficioso o algo perjudicial para poder luego hablar de que pertenecemos a un sistema moral. En pocas palabras, lo primero que necesitamos para tener moral es libre albedrío.

Si no se tiene libre albedrío, no se puede elegir. Y si no se puede elegir, cualquier acto que se realice será un único camino posible. Siendo único el camino en el vivir, sería erróneo hablar de bondad o maldad, pues no habría bifurcación posible en los actos para poder valorarlos. Ergo, todo ser viviente que no tenga alternativas en su vivir, que no pueda elegir, que no tenga libre albedrío, no tiene moral. Ejemplo claro de esto es el mundo vegetal (que no tiene otra forma de vivir más que la que ejercita) y el mundo animal (que sólo sigue los designios de los instintos). Por lo tanto, queda demostrado que la naturaleza es amoral, y la premisa base de Aquino queda invalidada.

Ahora bien, en el caso humano (seres que tienen la capacidad de elegir gracias a la conciencia de sí mismos), sí es factible hablar de moral. De hecho, puesto que cada individuo humano puede elegir entre lo placentero y lo no placentero, todos los seres humanos son morales. Sin embargo, como cada individuo es distinto, pues distinta será su moralidad respecto a sus congéneres.

Queda en evidencia entonces que son muchos los sistemas morales que conviven en el mundo humano. Puesto que cada acto de placer o no placer en un individuo es tan genuino como en otro, cada moral es equitativamente válida, por lo que hablar de una moral absoluta sería una verdadera ilusión, además de una total alienación hacia la libertad y la individualidad.

Por ello, no sólo la premisa base de Aquino queda descalificada, sino que sus razonamientos ulteriores quedan invalidados también. Establecer una virtud máxima y una bondad máxima es una forma sutil, pero directa, de establecer una moral absoluta. Y ya que esto no es más que una espiritualización humana sin fundo natural, el argumento de la Cuarta Vía es erróneo.

El quinto y último argumento de Tomás de Aquino será evaluado en la entrega siguiente.





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viernes, 30 de julio de 2010

"SUMA TEOLÓGICA". TERCERA VÍA.



S
anto Tomás de Aquino fue consagrado con su libro Suma Teológica como uno de los teólogos más profundos y como un defensor de la razón aún en los ámbitos de la fe. En esta entrega, de forma similar con las anteriores, se analizará su argumento de la Tercera Vía:

“La tercera es la que se deduce a partir de lo posible y de lo necesario. Y dice: Encontramos que las cosas pueden existir o no existir, pues pueden ser producidas o destruidas, y consecuentemente es posible que existan o que no existan. Es imposible que las cosas sometidas a tal posibilidad existan siempre, pues lo que lleva en sí mismo la posibilidad de no existir, en un tiempo no existió. Si, pues, todas las cosas llevan en sí mismas la posibilidad de no existir, hubo un tiempo en que nada existió. Pero si esto es verdad, tampoco ahora existiría nada, puesto que lo que no existe no empieza a existir más que por algo que ya existe. Si, pues, nada existía, es imposible que algo empezara a existir; en consecuencia, nada existiría; y esto es absolutamente falso. Luego no todos los seres son sólo posibilidad; sino que es preciso algún ser necesario. Todo ser necesario encuentra su necesidad en otro, o no la tiene. Por otra parte, no es posible que en los seres necesarios se busque la causa de su necesidad llevando este proceder indefinidamente, como quedó probado al tratar las causas eficientes (núm. 2). Por lo tanto, es preciso admitir algo que sea absolutamente necesario, cuya causa de su necesidad no esté en otro, sino que él sea causa de la necesidad de los demás. Todos le dicen Dios”.

Tomás de Aquino comienza su argumentación así: “Encontramos que las cosas pueden existir o no existir, pues pueden ser producidas o destruidas, y consecuentemente es posible que existan o que no existan.”. Se entiende que todo lo que existe, por haber sido “creado” o producido posee inmanentemente la capacidad de existir y de no existir, pues también, así como ha sido creado o producido, puede ser destruido. ¿Puede algo, con base a nuestros sentidos, ser creado y nunca destruido? Tomando la prudencia pertinente, por ahora y con base a nuestros sentidos, no. ¿Y podría algo que es destruido nunca haber sido creado? Lógicamente no. Hasta ahora, entonces, concuerdo con Tomás de Aquino.

Ahora bien, es menester recalcar que palabras como “creado” o “destruido” son cápsulas del lenguaje que pretenden asir parte de la realidad y transportarla de esa manera como ideas. Es así que se observa, rigurosamente, que creación y destrucción no existen como tal en la realidad, sino más bien lo que es evidenciable es una transformación, un paso gradual de un estado a otro en un entorno aparentemente constante. En este sentido, la afirmación “encontramos que las cosas pueden existir o no existir…” es un razonamiento mal planteado, pues hablar de existir o dejar de existir no tendría asidero. Todo fue, es y será en distintas morfologías.

Proseguimos sin embargo con los demás razonamientos de Aquino: “Es imposible que las cosas sometidas a tal posibilidad existan siempre, pues lo que lleva en sí mismo la posibilidad de no existir, en un tiempo no existió. Si, pues, todas las cosas llevan en sí mismas la posibilidad de no existir, hubo un tiempo en que nada existió”. Natural sería afirmar que todo lo que tenga la posibilidad de no existir no existirá eventualmente, pero resulta menos evidente decir que algo que tenga esa misma posibilidad de inexistencia no existió en el pasado durante un tiempo. En pocas palabras, asentar esto último sería lo mismo que decir que cualquier cosa que no existe ahora tiene posibilidades de existir en un futuro siempre y cuando sea susceptible de una destrucción eventual.

No está demostrado, por tanto, que cualquier ente perecedero tenga necesariamente un vacío existencial en el pasado sólo por ser perecedero en presente o futuro. Eso asumiendo que “creación” y “destrucción” sean realidades en el universo.

Más adelante, prosiguiendo con la Tercera Vía se tiene:

“Luego no todos los seres son sólo posibilidad; sino que es preciso algún ser necesario”.

Según el contexto, el “ser necesario” de Aquino es un ser que por definición debió haber existido desde siempre. De hecho, es un ser que no puede permitirse posibilidad alguna de existir o no existir. Simplemente fue desde siempre. Ahora bien, si Aquino es capaz de imaginar algo de tal naturaleza sempiterna (aunque forzadamente lo llama “ser”, pudiendo haberlo llamado ente, cosa, algo, etc), ¿por qué no imaginar lo propio respecto al universo, o respecto a las causas en las anteriores vías?

“Por otra parte, no es posible que en los seres necesarios se busque la causa de su necesidad llevando este proceder indefinidamente, como quedó probado al tratar las causas eficientes (núm. 2). Por lo tanto, es preciso admitir algo que sea absolutamente necesario, cuya causa de su necesidad no esté en otro, sino que él sea causa de la necesidad de los demás. Todos le dicen Dios”. Así se cierra la Tercera Vía, no sin finalizar con unos sofismas que enumeraré a continuación:

• La Segunda Vía, como ya se ha evaluado en Suma Teológica- Segunda Vía, no posee la rigurosidad necesaria para hacerla valedera. Ergo, la causa de los seres necesarios queda indefinida.

• Aún admitiendo que exista un ser necesario absoluto cuya necesidad descanse en otros para hacerlos existentes, y aún admitiendo que éste mismo ser necesario no tenga necesidad en algún otro ente; no queda determinado el motivo del origen de las cosas. Después de todo, y en palabras de Aquino, ¿cuál sería el motor interno de ese ser necesario para ser la necesidad de todo lo demás?

• Llamar “ser” a ese algo a lo cual se reduce todo es un razonamiento forzado que atribuye un carácter viviente, personal e individual a ese algo necesario. De ninguna manera queda demostrado que ese algo sea un “ser”.

• No sólo hay una imprecisión en el hecho de tomar a ese algo como un “ser”, sino que existe otro razonamiento forzado al denominarlo “Dios”. No está demostrado, aún asumiendo que sea un ser ese algo, que sea un dios.

• La frase “Todos le dicen Dios”, es un argumento ad populum. Es decir, de ninguna manera un razonamiento se vuelve válido por ser popular.

Queda expedito entonces que los razonamientos de la Tercera Vía de Santo Tomás de Aquino no son concluyentes. La Cuarta y Quinta Vía continuarán en las próximas entregas.






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lunes, 26 de julio de 2010

"SUMA TEOLÓGICA". SEGUNDA VÍA



C
ontinuando con la Segunda Vía de Santo Tomás de Aquino, se tiene su siguiente argumento demostrativo:

"La segunda es la que se deduce de la causa eficiente. Pues nos encontramos que en el mundo sensible hay un orden de causas eficientes. Sin embargo, no encontramos, ni es posible, que algo sea causa eficiente de sí mismo, pues sería anterior a sí mismo, cosa imposible. En las causas eficientes no es posible proceder indefinidamente porque en todas las causas eficientes hay orden: la primera es causa de la intermedia; y ésta, sea una o múltiple, lo es de la última. Puesto que, si se quita la causa, desaparece el efecto, si en el orden de las causas eficientes no existiera la primera, no se daría tampoco ni la última ni la intermedia. Si en las causas eficientes llevásemos hasta el infinito este proceder, no existiría la primera causa eficiente; en consecuencia no habría efecto último ni causa intermedia; y esto es absolutamente falso. Por lo tanto, es necesario admitir una causa eficiente primera. Todos la llaman Dios."

Santo Tomás de Aquino, tomando una idea aristotélica, postula su Segunda Vía desde el punto de vista de las “causas eficientes”. Para nuestra comprensión, Aristóteles había dividido a las causas en estos tipos:

• Causa material
• Causa formal.
• Causa eficiente.
• Causa final.

Un ejemplo para ilustrar todas estas causas sería el siguiente: El apóstol Juan escribe el libro de las Revelaciones para difundir la palabra de Dios por toda la humanidad. La causa material sería el pergamino y la tinta usados, la causa formal sería lo escrito o el contenido (las Revelaciones), la causa eficiente sería el apóstol Juan y la causa final sería difundir la palabra de Dios.

Vemos pues que la causa eficiente se refiere a lo que llamaríamos actualmente “el autor material” de los hechos, o el responsable directo. Con esta información, analicemos el argumento.

El primer axioma de Tomás de Aquino es que “nos encontramos que en el mundo sensible hay un orden de causas eficientes”. Esta premisa, de ser válida, se cumple en el ámbito del mundo sensible, y todo lo que está en él, por definición, es lo que podemos conocer y percibir.

Partiendo de lo anterior, explica que “sin embargo, no encontramos, ni es posible, que algo sea causa eficiente de sí mismo, pues sería anterior a sí mismo, cosa imposible”. Esto no es más que una de las formas del enunciado de la conservación de la energía, o de la primera ley de la termodinámica. Básicamente, nada puede salir de la nada, y si recordamos que nos encontramos en el marco del mundo sensible, estoy completamente de acuerdo. Sin embargo, la afirmación final de que sea “imposible” que ocurra lo contrario, merece estar sujeta al primer axioma. Es imposible, pero en el mundo sensible.

No obstante la lógica predecesora de la Segunda Vía, aparece luego algo que, por lo menos para este servidor, no es evidente. Tomás de Aquino afirma: “En las causas eficientes no es posible proceder indefinidamente porque en todas las causas eficientes hay orden: la primera es causa de la intermedia; y ésta, sea una o múltiple, lo es de la última”. No está claro a qué se refiere con “indefinidamente”, en específico si es un indefinido hacia el pasado o hacia el futuro, inclusive si se refiere a ambos. Supondré pues, que se refiere a la imposibilidad de las causas eficientes indefinidas tanto en pasado como en futuro.

La imposibilidad de mantener indefinidamente las causas eficientes acota la dimensión del tiempo, sobretodo si el indefinido tiene límites tanto en pasado como en futuro. En pocas palabras, de ser éste el caso, el tiempo tendría un comienzo y un fin absolutos.

Pero Tomás de Aquino no sólo establece sus premisas en un tiempo posiblemente lineal y finito, sino que explica que la causa de que eso sea así es el orden. Es el orden lo que explica que las causas eficientes no puedan ocurrir indefinidamente, porque ellas ocurren con “jerarquía”: primero la primera, luego la segunda, luego la tercera, y así sucesivamente. ¿Pero cuál es ese orden que impide que de la tercera pasemos a la cuarta y de ella a la quinta y luego a la sexta, siguiendo la cadena hasta el infinito? No puede ser, en tal caso de haber tal, un orden divino, pues es lo que justamente se intenta demostrar.

No está claro entonces lo que significa que el orden jerárquico de los eventos, por denominarlo de alguna manera, establezca un límite en el futuro. Sopesemos, ergo, si tal límite es factible hacia el pasado.

Justamente el hecho de retrotraer nuestro presente al más lejano pasado es lo que ha despertado (mayoritariamente) el debate acerca de la existencia de Dios o la existencia de una causa primera. Sin embargo, tal y como decía en Suma Teológica- Primera Vía, hay dos prejuicios con los cuales hay que combatir: El tiempo lineal y una primera causa.

Cuando estipulamos que el tiempo es lineal, tácitamente establecemos, como bien razona Tomás de Aquino, que existe una dimensión temporal que gráficamente puede ser representada por una longitud infinita, sin comienzo ni fin. Basándonos en el ámbito del mundo sensible, la forma física de demostrar lo contrario sería asumir que el universo es un sistema cerrado, contabilizar de alguna manera la masa del universo y establecer por tanto una cantidad de energía total existente. El momento en el cual toda esa cantidad de energía estuvo reunida en un solo ente podría establecer cuál fue el inicio del tiempo. Sin embargo, denominar el inicio del tiempo en ese instante sería una convención sujeta a relativismos, pues sería el inicio del tiempo del universo sensible. ¿Qué podríamos decir de lo que antecedía a ese momento? Nada. En pocas palabras, no puede demostrarse rigurosamente un inicio del tiempo si nos atenemos a nuestros sentidos.

Tampoco puede demostrarse rigurosamente que fue necesaria una causa primera. Sí, es efectivamente lógico suponer que todo tiene una causa, pero no es posible, empero, demostrar que todo nació de una causa única. No hay nada, en el mundo sensible, que ofusque una infinitud hacia el pasado, pero veamos lo que tiene que decir Santo Tomás de Aquino al respecto:

“Si en el orden de las causas eficientes no existiera la primera, no se daría tampoco ni la última ni la intermedia”. Que sea esto la premisa base para lo que sigue. Luego:

“Si en las causas eficientes llevásemos hasta el infinito este proceder, no existiría la primera causa eficiente”. Presumo que con “llevásemos hasta el infinito este proceder” se refiere a avanzar infinitamente hacia el pasado, pues hacia el futuro no tendría sentido la frase.

En este orden de ideas, estoy completamente de acuerdo con Tomás de Aquino, pues de existir un pasado infinito, realmente infinito por definición, nunca retrocederíamos lo suficiente como para hallar una causa primera. Sería asumir por tanto que el tiempo siempre fue, sin nacer. Prosiguiendo:

“en consecuencia no habría efecto último ni causa intermedia; y esto es absolutamente falso. Por lo tanto, es necesario admitir una causa eficiente primera”.

Bien, la última parte de tal argumento fue expresada impecablemente. Lo que Tomás de Aquino establece es que si el tiempo siempre fue, no hubo causa primera y por lo tanto todo lo que pudo haberse derivado de ellas sería inexistente. Como es falso que todo es inexistente, pues tuvo que haber una causa primera. Tiene razón. Pero este argumento es válido, recordemos, si y sólo sí partimos del mundo sensible.

Para aceptar finalmente una causa primera como creadora de todo lo que existe, debe necesariamente dicha causa escapar de las causalidades. Y se nos presenta entonces una paradoja: ¿Cómo lo causado puede serlo por lo no causado? Aquí es en donde entra comúnmente el argumento místico. Prueba de ello es que Tomás de Aquino no tarda en decir “todos la llaman Dios”. Lo responsable sería decir que por los momentos no se sabe, pues forzar hacia Dios el razonamiento sería un argumentum ad ignoratiam, transfigurado en el popular caso particular del “Dios de los huecos”. De hecho, al suponer que exista una demostración para una causa primera, ésta ha de ser suprasensible, y por lo tanto, no podemos acceder a ella.

Muy bien podríamos, desde otro punto de vista, hacer un ejercicio mental. Supongamos que en la concatenación de las causas y efectos existe algo así como una causa última, y por consiguiente un efecto último. Éste efecto último cerraría bruscamente toda la serie de causas y efectos predecesores. Una pregunta válida sería: ¿Qué evento en el marco de lo sensible podríamos establecer para decir que todo lo que existe desaparecerá hacia la nada? El mundo, con nosotros incluso, podría destruirse, las estrellas se podrían alejar hasta enfriarse o tal vez podríamos implotar hacia un único punto, pero sería lógico pensar que siempre sucederá algo. Sería lógico por tanto decir que el tiempo será siempre, se extenderá indefinidamente hasta el infinito.

Entonces, si no es reprochable una permanencia del tiempo hacia el futuro, ¿por qué habría de serlo hacia el pasado? Como mencioné antes, no se puede demostrar que el tiempo no está establecido indefinidamente hacia el pasado. La Segunda Vía de Aquino es, por lo tanto, válida sólo en un marco de tiempo y espacio local.

Seguiremos en próximas entradas con los siguientes argumentos.




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domingo, 25 de julio de 2010

"SUMA TEOLÓGICA". PRIMERA VÍA



U
no de los trabajos más importantes para el mundo de la teología es la Suma Teológica, concebida y escrita por Santo Tomás de Aquino. En ella, entre otros puntos importantes, el autor explica y parece demostrar por medio de cinco caminos distintos la existencia de Dios. En efecto, dicha demostración, bastión principal de todo creyente, se le conoce como “Las Cinco Vías de Tomás de Aquino.”

Siendo estos argumentos de una importancia trascendental para cualquier ser humano, me he tomado la inquietud de leerlos y analizarlos, a fin de profundizar en ellos y opinar al respecto. A continuación la Primera Vía:

“La primera y más clara es la que se deduce del movimiento. Pues es cierto, y lo perciben los sentidos, que en este mundo hay movimiento. Y todo lo que se mueve es movido por otro. De hecho nada se mueve a no ser que en cuanto potencia esté orientado a aquello para lo que se mueve. Por su parte, quien mueve está en acto. Pues mover no es más que pasar de la potencia al acto. La potencia no puede pasar a acto más que por quien está en acto. Ejemplo: el fuego, en acto caliente, hace que la madera, en potencia caliente, pase a caliente en acto. De este modo la mueve y cambia. Pero no es posible que una cosa sea lo mismo simultáneamente en potencia y en acto; sólo lo puede ser respecto a algo distinto. Ejemplo: Lo que es caliente en acto, no puede ser al mismo tiempo caliente en potencia, pero sí puede ser en potencia frío. Igualmente, es imposible que algo mueva y sea movido al mismo tiempo, o que se mueva a sí mismo. Todo lo que se mueve necesita ser movido por otro. Pero si lo que es movido por otro se mueve, necesita ser movido por otro, y éste por otro. Este proceder no se puede llevar indefinidamente, porque no se llegaría al primero que mueve, y así no habría motor alguno pues los motores intermedios no mueven más que por ser movidos por el primer motor. Ejemplo: Un bastón no mueve nada si no es movido por la mano. Por lo tanto, es necesario llegar a aquel primer motor al que nadie mueve. En éste, todos reconocen a Dios”.

Según el contexto, se entiende “acto” como acción, “potencia” como capacidad o intención de acción y “movimiento” como cambio.

Analicemos la siguiente frase: “Y todo lo que se mueve es movido por otro”. Acorde a lo observado en la naturaleza, es sensato afirmar tal cuestión. No obstante, más adelante Santo Tomás de Aquino expresa que “la potencia no puede pasar a acto más que por quien está en acto”, lo cual quiere decir básicamente que el tránsito entre la intención de ejecutar una acción y la acción misma sólo puede “brotar” del ente que ejecuta la acción.

Ahora bien, analizando en detalle, lo que transcurre entre la intención y la acción es un puente que une ambas situaciones. Ese puente, si nos fiamos de los sentidos (como dice Tomás de Aquino), aunque sea infinitamente pequeño, no ha de ser una nada. Empero, ese puente o esa unión, sea lo que sea, existe para que “intención de acción” y “acción” puedan estar relacionados.

Bien, si esta premisa es cierta, y si ese puente relacionador en efecto existe, constituye entonces en sí mismo un factor de cambio, o en palabras de Tomás de Aquino, “movimiento”. En efecto es un cambio porque por medio de él la “potencia” pasa a la “acción”. Puesto que “la potencia no puede pasar a acto más por quien está en acto”, ese cambio o movimiento emana de lo interior del ente; sería un cambio promovido por el ente mismo.

Luego, estamos ante una contradicción de los razonamientos de Aquino, pues si “todo lo que se mueve es movido por otro”, ¿cómo un movimiento puede ser oriundo del ente mismo? Tenemos las siguientes alternativas:

• O nuestros sentidos nos fallan, y no siempre lo movido necesita de un motor externo (argumento que muy bien pudiera ser utilizado para refutar la idea de la Primera Vía de Aquino).
• O los conceptos como “potencia”, “puente”, “acto” y “movimiento” están mal planteados o mal entendidos.

Para elegir entre una u otra, o incluso para determinar si las dos pudieran coexistir, sería necesaria una revisión rigurosa de los constructos mentales que nos permiten aprehender la realidad (de existir una realidad absoluta e independiente), y por otro lado sería menester atender con rigurosidad los conceptos que utiliza Aquino para explicar las causas y sus efectos. Por lo pronto, la Primera Vía, opino, no se encuentra del todo bien fundada.

Independientemente de lo anterior, surgen nuevas perspectivas e interrogantes que permiten continuar el análisis de este argumento.

Percibo, aunque justifico, una aversión hacia lo que contradiga el funcionamiento de las causas y los efectos. ¿Pero será cierto que así funciona la naturaleza? Hume demostró que existe un problema con el asunto de la causalidad. Expresaba que entre una causa y un efecto no existe una condición necesaria y suficiente para que el segundo suceda al primero. Lo máximo que se podría afirmar al respecto es que entre causa y efecto hay una correlación, pues cuando sucede lo uno parece suceder lo otro. No así una vinculación directa.

Una repercusión importante de este paradigma es que si aún en términos lógicos la existencia de Dios fuera comprobable, nada indica que los axiomas de los cuales se parten para llegar a tal conclusión sean los verdaderos, pues son nuestros sentidos humanos la base de todo y es nuestra mente la que une imaginariamente las causas con los efectos.

Por otro lado, existe un prejuicio cognitivo en cuanto a la linealidad de los eventos, así como en el establecimiento del origen de las causas. Presuponemos, por lo que nos relata la experiencia del día a día, que los eventos se desarrollan en una especie de “efecto dominó”, en donde las causas ocasionan efectos que a su vez se vuelven las causas de otros efectos, y así sucesivamente. Nada nos impide pensar, sin embargo, que así como una multiplicidad de causas ocurren, en ocasiones, en un solo efecto, exista también una multiplicidad de causas a nivel meta-teórico que sean el origen de todo lo que es. Es decir, que esas causas varias sean inmanentes a sí mismas, pero que sean unas independientes de otras, necesarias todas para la creación del universo.

Un ejemplo de lo anterior sería imaginar que Dios, en vez de crear el universo a partir de un único punto, lo haya creado a partir de dos o tres (pueden ser arbitrariamente varios). Esos puntos serían independientes uno del otro, irreductibles y necesarios para la creación.

Por supuesto, eso sería una variación del argumento de la causa primera, en donde un motor primero increado haya creado todo lo demás.

Otro enfoque sería suprimir el prejuicio de la causa (o las causas) primera(s) e imaginar sin ningún inconveniente que es completamente factible que pueda existir una infinitud de causas hacia el pasado. Esto es, no hay inicio.

En la Antigua Grecia se pensaba que de hecho el universo era, que es y que será. Por ello admiraban tanto al círculo como figura geométrica, porque, entre otras cosas, no tenía ni principio ni fin. Y es que, ¿por qué no imaginar un tiempo circular? O como pensaba Nietzsche (así como la cultura hindú): ¿por qué no suponer que el tiempo es infinitamente pasado e infinitamente futuro, en cuyo caso, todo lo que es ya ha sido y será de nuevo?

Muy válida parecería la pregunta: ¿Y cómo fue creado entonces un tiempo circular?. Pero responderla sería caer de nuevo en el argumento de la primera causa. Por lo tanto, parece ser una pregunta improcedente (como preguntarse el sentido de LA vida, por ejemplo).

Finalizando, pero no menos importante, queda una cuestión que analizar. Los argumentos del tipo “causa primera”, para cerrar el lazo infinito hacia el pasado, recurren forzosamente al hecho de suponer un motor que todo lo crea, pero que es increado.

Un ente de naturaleza increada, es decir, un ente auto-concebido o espontáneo, ha de ser, por más metafísico que sea, necesaria y diametralmente opuesto a lo que sí es concebido. Esta oposición de extremo a extremo es debida simplemente a la definición de lo que significa “creado”. En pocas palabras, lo increado y lo creado es de naturaleza completamente distinta.

Bien, podemos estar de acuerdo en eso, y hasta podríamos convenir, a nivel metafísico, que ambos tipos de entes existen. No obstante, habría un grave problema al establecer un vínculo entre un conjunto y otro. Sería una intriga mucho más grande incluso que la de la causa primera, pues, ¿cómo es factible que algo tan distinto de lo creado como lo es lo increado tenga un puente que los una? Eso sería como extraer fuego del agua.

Más aún, se asegura que hay una jerarquía entre “increado” y “creado”, siendo lo primero el causante de los segundo. ¿Por qué? ¿A qué obedece tal suposición?

Concluyendo, y respecto a la Primera Vía de Santo Tomás de Aquino, se tiene el siguiente panorama:

• Los argumentos de Aquino, o son contradictorios o no son lo suficientemente rigurosos.
• Existen prejuicios en cuanto a la unión de causas y efectos.
• Existen prejuicios en cuanto a los argumentos que explican las causas primeras.
• Existe una contradicción al establecer lo increado como lo creador.

Seguiremos con los demás argumentos de Aquino en las próximas entregas.




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viernes, 23 de julio de 2010

"CONFESIONES" DE SAN AGUSTÍN. 3º LIBRO. ANÁLISIS



C
ontinuamos con el análisis de "Confesiones" de San Agustín de Hipona. De los libros analizados anteriormente se obtuvieron las siguientes conclusiones:


• San agustín cree en un dios moral. De hecho, cree en uno perfectamente bueno (utilizando en ocasiones “argumentos forzados”).
• También ese dios, para él, es omnisciente y omnipotente, aunque posee características típicamente humanas.
• El pecado nos precede antes de nacer, aún en el vientre de nuestra madre.
• Ante las inquietudes irresolubles de la vida, decide aferrarse al dogma cristiano, aún aunque éste no le satisfaga las dudas.
• Considera que el placer carnal debe realizarse dentro del matrimonio. Atribuye esto a la “ley de Dios”.

He aquí las opininiones del libro tercero:

CAPÍTULO I
“2. Así manchaba yo con sórdida concupiscencia la clara fuente de la amistad y nublaba su candor con las tinieblas de la carnalidad. Sabiéndome odioso y deshonesto, trataba en mi vanidad de aparecer educado y elegante. Me despeñé en un tipo de amor en que deseaba ser cautivo. ¡Dios mío, misericordia mía! ¡Con cuántas hieles me amargaste, en tu bondad, aquellas malas suavidades! Porque mi amor fue correspondido y llegué hasta el enlace secreto y voluptuoso y con alegría me dejaba atar por dolorosos vínculos: fui azotado con los hierros candentes de los celos y las sospechas, los temores, las iras y las riñas.”

San Agustín se siente culpable de sus aventuras carnales en la juventud, lo cual deja entrever que ya existía en la época un prejuicio moral negativo hacia las relaciones sexuales. Sobretodo las extramatrimoniales. Una pregunta pertinente sería: ¿Sin ese sacramento matrimonial hubiese existido tal prejuicio?

También considera que Dios le amargó la vida, como causa de Su bondad. Esto es importante, porque pareciera que el dios de San Agustín es también responsable de los sin sabores humanos. La tesis de un sufrimiento existente por ausencia de bondad no sería válida en este orden de ideas. El sufrimiento sería oriundo de Dios, aunque con intenciones benévolas.

CAPÍTULO II
“3. Pero guárdate bien, alma mía, de la inmundicia, guárdate de ella, bajo la tutela de tu Dios, del Dios de nuestros padres, excelso y laudable por todos los siglos (Dn 3, 52). No es que me falte ahora la misericordia; pero en aquellos días gozaba yo con ver en el teatro a los amantes que criminalmente se amaban, aun cuando todo aquello fuera imaginario y escénico. Cuando el uno al otro se perdían me ponía triste la compasión; pero me deleitaba tanto en lo uno como en lo otro. Muy mayor misericordia siento ahora por el que vive contento con el vicio, que no por el que sufre grandes penas por la pérdida de un pernicioso placer y una mentida felicidad. Este tipo de misericordia es de cierto mucho más verdadero, precisamente porque en ella no hay deleite en el dolor. Si es laudable oficio de caridad compadecer al que sufre, un hombre de veras misericordioso preferiría con mucho que no hubiera nada que compadecer. Absurdo sería hablar de una "benevolencia malévola", pero este absurdo sería necesario para que un hombre pudiera al mismo tiempo ser en verdad misericordioso y desear que haya miserables para poderlos compadecer.”

San agustín critica las obras de teatro por ser escenarios trágicos que avivan el deleite del público que los ve. Bien, tiene su derecho de haber tenido sus prejuicios morales al respecto. Sin embargo, finaliza con una interesante conclusión.

Considera una verdadera virtud misericordiosa aquel hombre que preferiría no tener nada de qué compadecerse. ¿Cómo se aplica esto a Dios? Bajo esa premisa, ¿es Dios catalogable de la mejor de las misericordias al permitir, en medio de su omnipotencia, toda clase de sufrimientos en el mundo? Casi inmediatamente Agustín dice: “Absurdo sería hablar de una 'benevolencia malévola'", lo cual lo hace contradecirse cuando veía como misericordiosas las hieles amargas que Dios le procuró en su juventud.

“ 4. Hay pues dolores que se pueden admitir, porque son útiles; pero el dolor en sí no es digno de amor.

Esto es lo que pasa contigo, mi Dios y Señor, que amas las almas de tus hijos con amor más alto y más puro que el nuestro; la tuya es una misericordia incorruptible y, cuando nos compadeces, nuestro dolor no te lastima. ¿Quién en esto como tú?”

Si, según San Agustín, el dolor humano no afecta a Dios de ninguna manera, ¿cómo llamarlo misericordioso? ¿Qué motivaría tal misericordia?

CAPÍTULO III
“2. Aquellos estudios míos, estimados como muy honorables, me encaminaban a las actividades del foro y sus litigios, en los cuales resulta más excelente y alabado el que es más fraudulento. Tanta así es la ceguera humana, que de la ceguera misma se gloría. Yo era ya mayor en la escuela de Retórica. Era soberbio y petulante y tenía la cabeza llena de humo, pero era más moderado que otros, como tú bien lo sabes; porque me mantenía alejado de los abusos que cometían los "eversores" (1), cuyo nombre mismo, siniestro y diabólico era temido como signo de honor. Entre ellos andaba yo con la imprudente vergüenza de no ser como ellos. Entre ellos andaba y me complacía en su amistad, aun cuando su comportamiento me era aborrecible, ya que persistentemente atormentaban la timidez de los recién llegados a la escuela con burlas gratuitas y pesadas en que ellos hallaban su propia alegría. Nada tan semejante a esto como las acciones de los demonios y, por eso, nada tan apropiado como llamarlos "eversores", derribadores. Burlados y pervertidos primero ellos mismos por el engaño y la falsa seducción de los espíritus invisibles, pasaban luego a burlarse y a engañar a los demás.”

De nuevo aquí se ven los prejuicios morales del autor, pero más importante aún, se observa el nivel de conservadurismo de los mismos. Critica (y con razón) la actitud de los eversores (estudiantes antiguos de la institución de retórica, que fastidiaban a los novatos). Sin embargo, no sólo los castiga duramente con las palabras, olvidando casi que se trata de eventuales inmadureces de jóvenes, sino que también hasta atribuye dicha conducta a la obra de malévolos espíritus invisibles.

Por cierto, si antes Agustín ya había aclarado que el sufrimiento humano era obra del misericordioso Dios benevolente, ¿entonces qué cabida tienen estos demonios invisibles? No está claro.

CAPÍTULO IV
“3. Bien sabes tú, luz de mi corazón, que en esos tiempos no conocía yo aún esas palabras apostólicas, pero me atraía la exhortación del Hortensius a no seguir esta secta o la otra, sino la sabiduría misma, cualquiera que ella fuese. Esta sabiduría tenía yo que amar, buscar y conseguir y el libro me exhortaba a abrazarme a ella con todas mis fuerzas. Yo estaba enardecido. Lo único que me faltaba en medio de tanta fragancia era el nombre de Cristo, que en él no aparecía. Pues tu misericordia hizo que el nombre de tu Hijo, mi Salvador, lo bebiera yo con la leche materna y lo tuviera siempre en muy alto lugar; razón por la cual una literatura que lo ignora, por verídica y pulida que pudiera ser, no lograba apoderarse de mí.”

Al leer “Hortensio” de Cicerón, Agustín sintió una nueva motivación en su vida: el amor a la filosofía. Sin embargo, y aunque reconoce que el libro le exhortaba a profundizar en la filosofía misma, en el saber mismo, decidió apegarse al dogma cristiano eventualmente. ¿Por qué, si saber y creer son cuestiones de diferente naturaleza? Ninguna filosofía exhorta al dogma.

CAPÍTULO V, CAPÍTULO VI
(Hablan de las incursiones de San Agustín por las doctrinas maniqueas. Confiesa haberse equivocado y confundido por falsas verdades. Nada que sobrepase lo anecdótico).

CAPÍTULO VII
“1. Desconocía yo entonces la existencia de una realidad absoluta y, estimulado por una especie de aguijón, me fui a situar entre aquellos impostores que me preguntaban en qué consiste el mal, si Dios tiene forma corporal, cabellos y uñas, si pueden tenerse por justos los hombres que tienen muchas mujeres y matan a otros hombres y sacrifican animales. Dada mi ignorancia, estas cuestiones me perturbaban; pues no sabía yo entonces que el mal no es sino una privación de bien y se degrada hasta lo que no tiene ser ninguno. ¿Y cómo podía yo entender esto si mis ojos no veían sino los cuerpos y mi mente estaba llena de fantasmas?

Totalmente ignoraba yo que Dios es un ser espiritual; que no tiene masa ni dimensiones ni miembros. La masa de un cuerpo es menor en cualquiera de sus partes que en su totalidad y aun cuando se pensara en una masa infinita, ninguna de sus partes situadas en el espacio igualaría su infinidad y, así, un ser cuanto que no es espiritual como Dios, no puede estar totalmente en todas partes.

Ignoraba también qué es lo que hay en nosotros por lo cual tenemos alguna semejanza con Dios, pues fuimos creados, como dice la Escritura, a su imagen y semejanza.”

La importancia de este texto alude a que se pueden extraer con más claridad las características del dios de San Agustín. Atribuye éste una completa espiritualidad incorpórea a Dios (evidentemente sin pruebas). La razón por la cual pareciera hacerlo es porque dicha divinidad necesita, según la lógica agustiniana, carecer de masa para poder ser omnipresente.

Asimismo, Agustín afirmaba que existe una realidad absoluta, postura respetable que sin embargo estaría incompleta si no se admite los relativismos de nuestros sentidos para con esa realidad.

Lo peligroso entonces de la parcialidad aclaratoria de la postura agustiniana es que es susceptible de fundamentalismos. Al ser una realidad única y absoluta la existente, y situarla como independiente de los relativismos individuales, es la Verdad única y absoluta, la Moral única y absoluta, la Perspectiva de la vida única y absoluta. Las consecuencias de tal ordenamiento de las ideas es la semilla de todo dogma: la madre de las intolerancias y las ofuscaciones mentales.

“3. ¿Se dirá acaso que la justicia es algo que cambia? No. Pero sí lo son los tiempos sobre los que ella preside, que no por nada se llaman "tiempos". Los hombres, cuya vida sobre la tierra es tan breve, no pueden comprender bien las causas que entraban en juego en siglos pasados y en la vida de pueblos diferentes; no están en condiciones, entonces, de comparar lo que no conocieron con lo que sí conocen. En una misma casa y en un mismo tiempo, fácilmente pueden ver que no todo conviene a todos; que hay cosas congruentes o no, según los momentos, los lugares y las personas. Pero este discernimiento no lo tienen para las cosas del pasado. Se ofenden con ellas, mientras todo lo propio lo aprueban. Esto no lo sabía yo entonces, ni lo tomaba en consideración. Las cosas me daban en los ojos, pero no las podía ver. Y sin embargo entendía yo bien que al componer un canto no me era lícito poner cualquier pie en cualquier lugar, sino que conforme al metro que usara, así debía ser la colocación de los pies, éste aquí y éste allá. La prosodia que regía mis composiciones era siempre la misma; no una en una parte del verso y otra en otra, sino un sistema que todo lo regulaba.

Y con esto, no pensaba yo en que tu justicia, a la cual han servido los hombres justos y santos, tenía que ser algo todavía más excelente y sublime, en que todo se encierra: las cosas que Dios mandó para que nunca variaran y otras que distribuía por los tiempos, no todo junto, sino según lo apropiado a cada uno. Y en mi ceguera reprendía a aquellos piadosos patriarcas que no solamente se acomodaron a lo que en su tiempo les mandaba o inspiraba Dios sino que bajo divina revelación preanunciaron lo que iba a venir.”

Párrafo bastante revelador. San Agustín explica nada más y nada menos que el relativismo moral. Está de acuerdo con la idea de que en cada “tiempo” (o época) lo que era considerado bueno o malo era distinto en otro contexto. Aún así, en un forzado absolutismo, defiende que la justicia es una sola.

Ahora bien, ¿cómo puede ejercerse una justicia absoluta ante morales relativas? Una justicia absoluta, de existir, debe sustentarse en principios buenos y malos absolutos también.

Agustín parece percatarse de la paradoja que inventó y creyó remediarla diciendo que Dios emanaba cuestiones absolutas y cuestiones relativas simultáneamente, cosa que tiende a hacer engorrosa la dilucidación de las verdades. Ya establece a priori que Dios existe, luego que es el dios de las Escrituras, luego que es un dios moral, luego que es un dios que ejerce justicia y luego que esa justicia es absoluta, pero que también sirve para sopesar morales relativas. Estamos ante una evidente pirámide de cartas, en donde cada nivel es de frágil sustento.

Un análisis final a estas publicaciones demostrará las contradicciones encontradas en “Confesiones”, entre ellas, las de éste capítulo.

CAPÍTULO VIII
"1. …De manera semejante, las torpezas que van contra naturam, como las de los sodomitas, han de ser siempre aborrecidas y castigadas. Y aun cuando todos los pueblos se comportaran como ellos, la universalidad del delito no los justificaría; serían todos ellos reos de la misma culpa ante el juicio de Dios, que no creó a los hombres para que de tal modo se comportaran. Se arruina y se destruye la sociedad, el trato que con Dios debemos tener cuando por la perversidad de la concupiscencia se mancilla esa naturaleza cuyo autor es él mismo.”

Actualmente está demostrado que la sodomía no es contra naturam. De hecho, en un sentido estricto, ¿qué cosa puede ser contra naturam si todos estamos embebidos en la naturaleza?

“Pero cuando se trata de costumbres humanas los delitos han de evitarse conforme a la diversidad de esas costumbres; de manera que ningún ciudadano o extranjero viole según el propio antojo lo que la ciudad ha pactado con otros pueblos o que está en vigor con la firmeza de la ley o de la costumbre. Siempre es algo indecoroso la no adecuación de una parte con el todo a que pertenece.

Pero cuando Dios manda algo que no va con la costumbre o con los pactos establecidos hay que hacerlo, aunque nunca antes se haya hecho; hay que instituirlo aunque la institución sea del todo nueva. Pues si un rey puede en su ciudad mandar algo no antes mandado por los anteriores reyes ni por él mismo, la obediencia al nuevo mandamiento no va contra la estructura de la ciudad; es algo universalmente admitido que los ciudadanos han de obedecer a sus reyes. ¡Con cuánta mayor razón se debe a Dios, rey de todas las criaturas, una obediencia firme y sin vacilaciones! Pues así como en las sociedades humanas la potestad mayor se impone ante las potestades menores, así también toda humana potestad debe subordinarse al mandar de Dios..“

Se sugiere mesura en la conducta y costumbres cuando una sociedad tenga otras costumbres bien definidas y diferentes. No obstante, cuando el mandato es divino, de poco vale tal prudencia. Como dice Agustín, todo lo humano debe someterse a Dios.

Es lamentable que esa sea precisamente la postura de todas las religiones. ¿Cuál dios está en lo correcto y por qué? ¿Por la fe de unos ha de ser mejor que la de otros?

“3. Pero, ¿qué malicia puede haber en ti, incorruptible como eres? ¿o qué crimen te puede dañar, siendo como eres inaccesible al mal?

Con todo, tú castigas lo que los hombres se hacen entre ellos de malo; porque cuando pecan contra ti se perjudican ellos mismos. La iniquidad se miente a sí misma (Sal 26, 12), cuando corrompe y pervierte la naturaleza que tú creaste y ordenaste, o usando sin moderación de las cosas permitidas, o ardiendo en deseos de lo no permitido en un uso contra naturam (Rm 1,26), o se hacen los hombres reos de rebeldía contra ti en su ánimo y en sus palabras, dando patadas contra el aguijón (Hch 9,5); o, finalmente, cuando en su audacia rompen los lazos y traspasan los límites de la sociedad humana y se gozan en privados conciliábulos o en privados despojos, al azar de sus gustos y resentimientos.

4. Todo esto sucede cuando los hombres te abandonan a ti, que eres la fuente de la vida, el verdadero creador y gobernador del universo; cuando la soberbia personal ama una parte del todo haciendo de ella un falso todo.”

Aquí se confirma lo que en puntos anteriores se debatía y dejaba dudas. La maldad, desde el punto de vista agustino, es la ausencia de la bondad del Dios judeo cristiano. Ahora bien, todo el sufrimiento o castigo experimentado por los humanos es, o un alejamiento del camino divino (en cuyo caso nosotros seríamos responsables de nuestros propios males), o una intervención divina para que recobremos el sentido, sin que esto último signifique, por supuesto, que Dios sea malo.

Lo anteriormente dicho intenta darle coherencia a las palabras de San Agustín, cuestión que en ocasiones se complica. Que bien valga un análisis entonces:

Como ya lo había expresado, San Agustín creía en que todos llevamos con nosotros, mucho antes de nacer, el pecado. Este pecado fue el heredado por Adán y Eva por desobedecer a Dios, ente infinitamente bueno y misericordioso. Acorde con la mitología judeo-cristiana, Adán y Eva SÓLO pudieron conocer el bien y el mal una vez hubieron probado el fruto del Árbol del Conocimiento. Antes de ello es sensato suponer que se encontraban en un estado de inocencia pura. En este orden de ideas, Adán y Eva fueron castigados erróneamente, lo cual contradice la infinita benevolencia y perfección de Dios.

Ahora bien, desde otro punto de vista, supongamos que efectivamente estuvo mal desobedecer a Dios (aún sin probar el fruto prohibido). ¿De dónde vino ese mal? De la Serpiente del Edén, la encarnación de Luzbel, el ángel caído. ¿Y dónde vino Luzbel, y todas sus capacidades? De Dios. La pregunta clave aquí sería entonces ¿Puede de un Dios infinitamente bueno brotar de su esencia maldad o capacidad para la maldad? Evidentemente no.

Aún siendo el demonio malvado por ausencia de la bondad de Dios, su capacidad para disentir erróneamente le fue conferida por Dios (su creador), ente que en teoría es perfectamente bueno. Por otro lado, si Dios es omnisciente, tuvo que haber sabido TODO lo que pasaría en el futuro posterior a su creación, incluyendo las maldades que ocurrirían.

Entonces, toda maldad existente o capacidad para ella contradice la perfecta bondad de Dios, puesto que es Él el creador de todas las cosas. Más aún, si Dios es omnisciente, está al tanto entonces de que a partir de Él todo lo que se aleje del “verdadero camino” pierde su bondad. Siendo esto así, y habiendo creado al universo de todas formas, Dios le da anuencia a la maldad. Ya lo había intuido Soren Kierkegaard: “Con el mundo, Dios se ha contradicho a sí mismo”.

CAPÍTULO IX
(Agustín se recrimina algunas supersticiones maniqueas en las que creyó).

CAPÍTULO X
“1. Pero tú, Señor, hiciste sentir tu mano desde lo alto y libraste mi alma de aquella negra humareda porque mi madre, tu sierva fiel, lloró por mí más de lo que suelen todas las madres llorar los funerales corpóreos de sus hijos. Ella lloraba por mi muerte espiritual con la fe que tú le habías dado y tú escuchaste su clamor. La oíste cuando ella con sus lágrimas regaba la tierra ante tus ojos; ella oraba por mí en todas partes y tú oíste su plegaria. Pues, ¿de dónde sino de ti le vino aquel sueño consolador en que me vio vivir con ella, comer con ella a la misma mesa, cosa que ella no había querido por el horror que le causaban mis blasfemos errores? Se vio de pie en una regla de madera y que a ella sumida en la tristeza, se llegaba un joven alegre y espléndido que le sonreía. No por saberlo sino para enseñarla, le preguntó el joven por la causa de su tristeza y ella respondió que lloraba por mi perdición. Le mandó entonces que se tranquilizara, que pusiera atención y que viera cómo en donde ella estaba, también estaba yo. Miró ella entonces y, junto a sí, me vio de pie en la misma regla. ¿De dónde esto, Señor, sino porque tu oído estaba en su corazón?”

¿Quién no ha soñado alguna vez con lo que más desea? ¿Merece esos sueños interpretación metafísica?

CAPÍTULO XI
(Comenta el sufrimiento de su madre respecto a su conducta).


El análisis continuará en próximas entregas.





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miércoles, 21 de julio de 2010

LA PROPAGANDA OFICIALISTA


H
ace pocos años un buen amigo me hizo saber algo que me impresionó muchísimo, no sólo por su contenido sino por la inequívoca relación que tenía el mismo con el contexto venezolano de aquel entonces. Se trataba de los Principios de Propaganda de Goebbels, una serie de postulados poderosos que constituyeron la base teórica de la influencia de Hitler y de su partido nacional-socialista sobre el pueblo germano. Me apresuro a indicarlos a continuación:
  1. Principio de simplificación y del enemigo único. Adoptar una única idea, un único símbolo. Individualizar al adversario en un único enemigo.
  2. Principio del método de contagio. Reunir diversos adversarios en una sola categoría o individuo. Los adversarios han de constituirse en suma individualizada.
  3. Principio de la transposición. Cargar sobre el adversario los propios errores o defectos, respondiendo el ataque con el ataque. (Si no puedes negar las malas noticias, inventa otras que las distraigan).
  4. Principio de la exageración y desfiguración. Convertir cualquier anécdota, por pequeña que sea, en amenaza grave.
  5. Principio de la vulgarización. Toda propaganda debe ser popular, adaptando su nivel al menos inteligente de los individuos a los que va dirigida. Cuanto más grande sea la masa a convencer, más pequeño ha de ser el esfuerzo mental a realizar. La capacidad receptiva de las masas es limitada y su comprensión escasa; además, tienen gran facilidad para olvidar.
  6. Principio de orquestación. La propaganda debe limitarse a un número pequeño de ideas y repetirlas incansablemente, presentarlas una y otra vez desde diferentes perspectivas, pero siempre convergiendo sobre el mismo concepto. Sin fisuras ni dudas. De aquí viene también la famosa frase: (Si una mentira se repite suficientemente, acaba por convertirse en verdad).
  7. Principio de renovación. Hay que emitir constantemente informaciones y argumentos nuevos a un ritmo tal que, cuando el adversario responda, el público esté ya interesado en otra cosa. Las respuestas del adversario nunca han de poder contrarrestar el nivel creciente de acusaciones.
  8. Principio de la verosimilitud. Construir argumentos a partir de fuentes diversas, a través de los llamados globos sondas o de informaciones fragmentarias.
  9. Principio de la silenciación. Acallar las cuestiones sobre las que no se tienen argumentos y disimular las noticias que favorecen el adversario, también contraprogramando con la ayuda de medios de comunicación afines.
  10. Principio de la transfusión. Por regla general, la propaganda opera siempre a partir de un sustrato preexistente, ya sea una mitología nacional o un complejo de odios y prejuicios tradicionales. Se trata de difundir argumentos que puedan arraigar en actitudes primitivas.
  11. Principio de la unanimidad. Llegar a convencer a mucha gente de que piensa «como todo el mundo», creando una falsa impresión de unanimidad.

Estos principios no dejan de ser impresionantes para mi persona, me ocurre cada vez que los leo. Tan sólo 11 puntos, compuestos de lógica simple y aún de sofismas, que le permite al gobernante de turno, de cualquier contexto o cultura, un eficiente lavado de cerebro de las masas. El núcleo básico de la eficiencia de estos principios es nada más y nada menos que la ignorancia, de ella es que se alimentan.


La opinión de las masas, a lo largo de la historia y en cualquier lugar del mundo, es el reflejo inequívoco del nivel de sofisticación POR DEFECTO del individuo promedio que las compone. En una naturaleza dispuesta jerárquicamente como la que tenemos, son los individuos más especializados los menos abundantes y frágiles. En el caso humano, si elegimos como ejemplo de especialización a la inteligencia, resulta evidente que la proporción de genios de alto C.I. es mucho menor que la proporción de personas de C.I. estándar, regular o bajo.


Dado que la naturaleza, por su mecanismo intrínseco, tiende a prevalecer a los regulares y bajos sobre los excepcionales (sin que haya nada peyorativo en estos términos), es fácil observar que al discretizar a las masas como representación del individuo que las compone, se debe realizar más que un promedio simple, un promedio ponderado. Este promedio ponderado es el que “cuantifica” la tendencia de esa población hacia lo regular o anodino. Por ello hablaba anteriormente del nivel de sofisticación por defecto. Goebbels no ignoraba este asunto, y se puede comprobar en su principio de vulgarización:


Joseph Goebbels.


En el contexto venezolano, no sólo en aquel entonces, sino ahora más que nunca, se observa como la propaganda de Chávez parece haber estudiado muy bien estos principios. Me gustaría ilustrar con ejemplos algunas consignas presidenciales, repetidas innumerables veces por los oficialistas:


  • “¡Uh ah, Chávez no se va!”: Esta consigna probablemente nació del pueblo mismo y no de Chávez. Demuestra, en todo caso, lo acertado del principio de vulgarización. Es una consigna simple, básica, corta, basada en una cacofonía, que aunque de poco contenido en sí misma revela mucho de la mentalidad del bando que la profiere.

  • “Cúpulas podridas, CIA, pueblo Sionista de Israel, Oligarquía, latifundistas, golpistas, burguesía, el Imperio, etc”: Ejemplos claros del principio del método de contagio. Todos ellos son subcategorías de un mismo y único enemigo. Cualquier opositor es simultáneamente un oligarca, un enviado de la CIA, un apátrida, un imperialista, un golpista, y un oligarca.

  • “Yo soy el pueblo. Quien esté contra mi está contra el pueblo”. Ejemplo del principio de simplificación y del enemigo único.

  • “El Niño es el culpable de la crisis eléctrica”. Ejemplo del principio de la transposición.

  • “Chávez es amor”: Ejemplo claro del principio de vulgarización. Es un mensaje dispuesto de tal forma que el más infortunado mental del pueblo venezolano lo entiende y lo cree.

  • “El imperio yankee es el culpable de nuestras crisis”, “Los escuálidos apátridas”: Ejemplo del principio de orquestación. Estas frases han sido repetidas incontables veces durante 11 años por el presidente venezolano. Las repite cada vez que tiene oportunidad, esperando, quizás, que se vuelvan realidad. Por lo menos ya son una realidad en los oficialistas.

  • “Hay que exhumar al Libertador”, “¡Exprópiese!”, “Graduación de médicos integrales”, “Ese terrorista intentó asesinarme”. El presidente venezolano es el maestro del principio de la renovación. En Venezuela hay una incesante cantidad de noticias, que crece a un ritmo inverosímil. Otras naciones serias del mundo han de preguntarse por qué en este país ocurren tantos eventos importantes a la vez. La respuesta es que todo es manipulado, todo está tramado así para distraer a la gente de los verdaderos intereses. Lo lamentable es que se le sigue el juego.

  • Cuando aún no se tienen pruebas de la muerte de Danilo Anderson, por ejemplo, o cuando Ciclia Flores manda a callar a una diputada que inquiere acerca del caso PDVAL, se está ejerciendo el principio de la silenciación.

  • “Bolívar, Che, Marx, Jesucristo, Mao, Lenin, Sucre, Zamora, Manuela Saenz, Alí Primera, etc”: Todos ellos son ejemplo del principio de la transfusión. Chávez es un experto en aprovecharse de la historia de los difuntos para hacer de ella la suya propia. ¿Qué opinarían de él estos personajes de estar vivos?


El caso actual de la exhumación de Bolívar es lo más reciente y palpable respecto al implemento de estos principios propagandísticos. Como es fácil adivinar, Chávez no puede equivocarse en la tesis de que Bolívar murió por envenenamiento (si fuera falso, sería bastante contraproducente para su popularidad, probablemente eso haría que guardara silencio respecto a ese tema). En este orden de ideas, cuando se compruebe que efectivamente fue envenenado, y que muy probablemente lo fue por un “oligarca colombiano” del siglo XIX o por un “apátrida y contrarrevolucionario”, se avivará el discurso en contra del pueblo de Colombia y en contra de las “oligarquías”. Tenemos pues un claro ejemplo de los principios del método de contagio y de transfusión fusionados.

Apelo al pueblo venezolano y a cualquier otro que esté susceptible de ser manipulado a raíz de su ignorancia, que se culturice, que se ilustre. La educación es el mejor bien que pueden dejarse a sí mismos. Cito al tan admirado y desvirtuado Bolívar:


“Un pueblo ignorante es instrumento ciego de su propia destrucción”.

Para finalizar, quisiera compartir este video. El maestro actual de las victorias electorales en América Latina, J.J. Rendón (quién fue el artífice de la propaganda del actual presidente electo Santos) devela algunos detalles de la metodología chavista para ejercer su influencia en las masas.




De nuevo repito: educación, educación y más educación. Si la libertad no se entiende, no se merece.




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sábado, 17 de julio de 2010

"CON EL FAVOR DE DIOS"




S

iendo parco, me enfocaré rápidamente en lo que implica la solicitud de favores hacia una deidad, no sin antes expresar mi asombro ante el hecho de que los teístas más acérrimos no hayan caído en cuenta de tales consecuencias. Supongo que es obra de los dogmas. Pero he aquí mi Némesis:


Dios te hace un favor. Implicaciones:


1) Existe un dios

2) Ese dios interfiere hipotéticamente en aspectos de la vida humana para realizar el favor.


Del punto 2, se presentan las siguientes alternativas:


2.1) Dios interfiere en TODOS los aspectos de la vida humana: Todo está configurado de manera inflexible, desde el punto de vista de nuestros deseos. Todo, basado en un plan o no, estaría regulado por ese ente divino, lo cual implica la no existencia del libre albedrío. Por lo tanto, poco podemos hacer para que dios nos confiera favores o modifique el futuro por medio de los ruegos. Nuestras plegarias y agradecimientos en este caso serían necias y fútiles.


COROLARIO: El libre albedrío deja de existir si un dios es omnipotente y además desea ejercer su omnipotencia en todos los asuntos de la vida humana.


2.2) Dios interfiere en ALGUNOS aspectos de la vida humana: El libre albedrío sí existe, por lo menos en ciertos aspectos, lo cual implica que el futuro sí puede ser afectado por nuestros ruegos.


Aquí vale decir que para que ese dios tenga aún la majestad de la omnipotencia, el mismo puede pero no quiere afectar la vida humana en su totalidad. Si ese ente no fuera omnipotente sería otra cosa, no un dios.


2.3) Dios interfiere en NINGÚN aspecto de la vida humana: El libre albedrío existe a plenitud, lo que nos hace responsables absolutos de cada decisión que tomamos. Es la libertad plena de elegir y ver el mundo como lo deseamos. En esta alternativa, puesto que nada está ordenado metafísicamente (no hay control de dios sobre el universo, bien porque no quiere, porque no puede o porque no existe), dios se hace completamente prescindible. Si existe o no, se torna irrelevante. Nuestras plegarias y agradecimientos en este caso serían necias y fútiles.


Vemos que de todas las alternativas, es la 2.2 la que podrían salvaguardar los creyentes. Redefiniendo se tiene entonces:


Dios te hace un favor. Implicaciones:


1) Existe un dios

2) Ese dios interfiere en ciertos aspectos de la vida humana para realizar el favor.


De nuevo, refinando otra vez al punto nº 2, se tienen dos opciones:


a) El favor no se realiza.

b) El favor se realiza parcial o totalmente.


En la opción a) dios no quiere o no puede realizar el favor que se le pide. Esta respuesta es la más trivial de todas las posibles a la hora de plantear el problema de los favores divinos. Sin embargo, es bastante curioso (por no usar un eufemismo más hiriente) que éste sea el caso que estadísticamente más se repite en todas las peticiones. En la praxis es fácil comprobar la asombrosa desproporción que hay entre los favores recibidos y los no recibidos, éstos últimos muchísimo más frecuentes que los primeros.


Os invito a pedir justo ahora, a la divinidad que más desee, que llueva en sus alrededores. Sin duda, en algún rincón del mundo lloverá, incluso puede llover cerca de usted al momento de pedirlo. Pero compare eso con todas las personas que lo pidieron y no se les cumplió. Ese es el punto.


Respecto al punto b), último bastión del creyente de los favores divinos, tenemos unas serias consecuencias morales, conceptuales y perceptivas acerca de lo que conlleva que un dios cumpla nuestros deseos.


La primera cuestión a hacer notar es que puede existir un error perceptivo entre la causa y el efecto. Retomando la invitación sugerida anteriormente, uno pudiera pedir como favor que lloviese. Suponiendo que se cumpla, debido a prejuicios cognitivos y culturales, el creyente le atribuiría inmediatamente la causa de la lluvia a su dios, lo cual envicia las verdades.


No pasan por su mente cuestiones más lógicas (y comprobables) como la evaporación del agua, como la presión atmosférica, la nubosidad o la factibilidad de que eso pudiese ocurrir. Tampoco, si el evento resulta francamente inexplicable, toma la postura responsable de reconocer que por lo pronto no sabe la causa de la lluvia. Decide más bien, muy seguramente de forma intempestiva, que lo que ha obrado en la naturaleza es un milagro. Atribuye pues, probablemente bajo una interpretación errónea (aún aunque las estadísticas estén en contra) que existe una relación entre su petición y la lluvia, y que además dicha petición es concedida por un dios que casualmente es su dios de preferencia.


Esto último constituye un abreboca para considerar lo siguiente: Si se supone que un dios obra favores, se tiene que sopesar con absoluta seriedad que vivimos en un universo holístico, es decir, que cada evento que ocurre repercute de alguna forma u otra sobre otro evento, aún a pesar de que no sea evidente para nosotros que eso ocurra. Se puede pedir que la lluvia aparezca delante de nosotros, pero sin duda alguna esa lluvia que solicitamos afecta nuestro entorno de maneras que pueden ser hasta insospechadas.


En ese orden de ideas, cabe la pena destacar que al ser complacidos con favores, somos de alguna manera, así sea minúscula, diseñadores del curso de la historia. El orden original de los sucesos se ve perturbado por nuestros caprichos, necesidades, anhelos o peticiones, y por un dios que contempla y complace dichas carencias. Asimismo, es justo preguntar por qué la historia ha de cambiar por nuestras peticiones. ¿Quiénes somos para ostentar tal derecho, al punto de hacer cambiar la opinión original de un dios? Si es posible eso, ¿por qué catalogarlo como dios?


Muy relacionada a esas ideas se encuentra ésta otra: Si un dios es capaz de modificar la estructura del universo sólo para complacernos, necesariamente alguien (cualquier ser viviente) debe verse perjudicado por nuestras peticiones. Eso tiene implicaciones morales muy graves.


COROLARIO: Un dios que concede favores aún a cuestas de contradecirse moralmente no es un dios moral.


Dicho sea de paso, los dioses morales (los dioses buenos, malos o buenos –malos) NO existen, no sólo porque la moral no existe, sino porque de existir, Epicuro de Samos ya ha demostrado la inconsistencia de esta clase de divinidades. Leer Psicología de un dios.


Cuando un dios concede favores, no sólo se hace cómplice de lo que ya se ha explicado, sino que también ese dios se trivializa. En efecto, un dios que hace llover se rebaja a una nube, un dios que hace salir bien al estudiante en la prueba se rebaja a un compañero de estudio que susurra respuestas, un dios que ayuda a llegar rápido a cierto lugar determinado es un taxista, un dios que concede salud es médico, y así sucesivamente.


Entonces no solamente entraña una contradicción (en ciertos casos) que tal clase de dios, si es que es un dios, exista, sino que permanece también una contradicción por parte de los creyentes para con el trato del ser que consideran divino. Solicitar favores a un ente de tal majestad es una falta de respeto, tanto para el dios como para ellos mismos.


Lo más grave de la petición de favores incurre cuando se pone en entredicho la omnisciencia o perfección de tal dios. Supongamos que bajo una hipótesis dada, un ente divino denominado dios concede un favor. Si la hipótesis preestablece que ese dios es perfecto, la concatenación natural de los eventos que dicho dios ha creado ha de ser perfecta también. En pocas palabras, el universo y su historia se desarrollan en absoluta perfección (así no todos estemos de acuerdo con tal perfección).


Bien, eso es bajo la propuesta de un orden de los eventos original. ¿Qué sucede cuando un creyente solicita un favor y le es concedido? La historia se altera, y su curso original es desviado. Ergo, su perfección también ha de cambiar. Lo que antes estaba estipulado de forma perfecta ya no lo es; y en vista de que es incongruente hablar de “infinitas posibilidades de perfección”, no queda otra alternativa que la evidente imperfección del curso de los eventos.


Esto contradice la perfección (total) de ese dios o contradice su omnisciencia.


Habiendo discutido las características más resaltantes de lo que solicitar ayuda divina implica, la única esperanza teísta para ser atendidos por un ente divino “superior” es:


  • Que ese ente divino exista.
  • Que ese ente divino no sea moral.
  • Que limite parcialmente el libre albedrío de los seres humanos.
  • Que sea caprichoso (no siempre cumplirá).
  • Que tenga perfección parcial (con lo cual ya no es perfecto).

Bien, finalizado ésto sólo quedaría preguntar: ¿Si un ente con las características anteriores existe, por qué le llamamos dios? ¿Qué diferencia tiene con un duende o un genio de la lámpara mágica?


Que viva la libertad.





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