domingo, 24 de julio de 2011

SINCRETISMOS PRESIDENCIALES


H
ay un estadio intelectual en donde nuestra fascinación natural por el mundo y sus misterios nos reduce a la burla propia de nuestro conocimiento. Y es que cada intriga resuelta, cada inquietud, cada teorema, deja más preguntas que soluciones. Son universos detrás del universo, son universos dentro del universo. Desde Sócrates hasta Voltaire, desde Newton hasta Ortega & Gasset, todos han convenido en que lo que sabemos es mera miseria ante lo que nos falta por descubrir. Esta ignorancia tan reveladora para nosotros mismos, es, paradójicamente, síntoma de sabiduría. “Todos somos ignorantes. Lo que ocurre es que no todos ignoramos las mismas cosas” –decía el buen Einstein.

Bien, entonces, ya que en nuestra pequeñez no somos capaces de aprehender todo lo concebible, lo mejor que podemos hacer es concentrarnos cada uno en saber muy bien lo poco que se sabe. Se requiere disciplina, tiempo, profundidad y orden. Esto es útil para nuestro entendimiento de lo que hemos elegido indagar, pero a la vez tiene el valor agregado de facilitar el desarrollo y ascenso del conocimiento; pues resulta evidente que es más fácil “apoyarse en las espaldas de los gigantes” para escalar en vez de comenzar la subida desde el principio, cada quien por su destino.

Pero hay una ventaja adicional: la historia. Sin duda es reduccionista concebir la historicidad de los hechos como una linealidad o como una proporcionalidad, pero sí es categórico el ordenamiento de los sucesos para poder entenderlos. La historia, la raíz de todo presente, está más emparentada con el futuro que con el ahora. Todo saber ha tenido su devenir natural, su tiempo y momento, y algunos hasta su superación. Un estudio metodológico y paciente de lo que nos apasiona permite una visión holística con todos los demás saberes; pero, de manera importante, contribuye a forjarnos la historicidad de los hechos, a entrever un punto de partida, que es la base del “a dónde vamos”, de la meta. En muchas ocasiones, la meta es lo que seremos.

En lo que en el contexto venezolano atañe, ha sido muy difícil establecer una congruencia con todas las ideologías convergentes en nuestra actualidad. Se habla sin denuedo de cristianismos, marxismos, guevarismos, bolivarianismos y hasta de Nietzsche. ¿Qué es todo esto, sino un remarcable desorden de las ideas y de los saberes? ¿Qué es todo esto, sino un flagrante desconocimiento de la historia, y hasta una posible manipulación de la misma? Así como ocurre con las leyes, ocurre también con la historia: quien por ignorancia o por voluntad la desvirtúa, es un criminal.

Particularizando el discurso, no se puede entablar una cofradía, por ejemplo, entre el marxismo y el bolivarianismo, siendo que Marx catalogaba de Soulouque al prócer libertador. Es realmente complicado imaginarse un Marx asintiendo una doctrina bolivariana (sea lo que sea que sus portantes piensen que signifique tal cosa), cuando, sin nada que perder o ganar de América, a muchos kilómetros de indiferencia de Venezuela, aseguraba éste alemán que Bolívar era un mal remedo acobardado de Napoleón Bonaparte. Tan duro fue en su “Bolívar y Ponte”, que dicho intento de biografía oficial fue omitido.

Poco hay de consistente, a su vez, en un Bolívar emblema de una causa socialista. La unión de los pueblos americanos y la victoria sobre el yugo español poco tenía que ver con la toma de los medios de producción. Las ideas de Bolívar no eran radicalmente económicas; no podían serlo, pues los pensamientos del Libertador, si se me permite, eran muy naïve como para emparejarse con los de Marx o Hegel en esos menesteres. Mientras uno moralizaba convenientemente el ser español y el ser americano, repartiendo muerte y vida arbitrariamente a través de proclamas y demagogias, otros teorizaban una dialéctica y un materialismo histórico como base de un nuevo orden económico propuesto. ¿Que lo que tenían en común era la liberación de los pueblos? Quizás, pero liberaciones desde perspectivas muy distintas, e incluso contradictorias.

Una más grande confusión sobreviene cuando adjuntamos la teoría marxista con la cristiana. No puede haber misticismos en los apologistas de Marx, pues su teoría es rigurosamente materialista. Con bases en el materialismo del gran Feuerbach, Marx concluye que la religión (aparte de ser el opio del pueblo, valga el reduccionismo) es uno de los medios históricamente opresores del hombre. ¿Cómo es posible, pues, que un marxista esté besando crucifijos o invocando deidades? ¿Cómo es posible, pues, que un cristiano o cualquier otro religioso se denomine a sí mismo socialista, marxista o comunista?

No obstante, existe algo en común entre cristianos y socialistas: el estrato moral, y la incompatibilidad deMarxismos bolivarianos, cristianismos marxistas... sus ideas con el devenir natural de los fenómenos. El cristiano coloca el centro de gravedad de la vida en el más allá en vez de un más acá; y el socialista coloca el centro de gravedad de la vida en el idealismo y en el romanticismo, en vez de guardar concordancia con la praxis. En uno y en el otro se necesita una voluntad adicional, un forcejeo largo y extenuante, para que sus ideas cobren vida, lo cual evidencia la innaturalidad de ambos. Si la naturaleza se comportara bajo los preceptos cristianos o socialistas, ya estaríamos extintos.

Sirva lo inmediatamente anterior para introducir oportunamente lo que sería la nueva variante sincrética de la actualidad venezolana: la filosofía de Friedrich Nietzsche.

Nietzsche fue un incansable, profundo y agudo defensor de la aristocracia de espíritu, elevando como valores todas aquellas virtudes que expandieran el poder de lo vivo. Como tal, y como abogado de lo natural (incluyendo todo lo terrible, cruel y derrochador de la naturaleza), era defensor de un supremo respeto por el individualismo, de una moral propia, del escepticismo y de las jerarquías espontáneas de la vida. Como es de suponer, todo lo que defendía son los opuestos exactos de los estandartes teístas (sobretodo los cristianos) y estadistas.

Este filósofo no necesita escuderos ante las demagogias cuando se le citan frases como:

“¿A quién es a quien yo más odio, entre la chusma de hoy? A la chusma de los socialistas, a los apóstoles de los chándalas, que con su pequeño ser socavan el instinto, el placer, el sentimiento de satisfacción del obrero — que lo hacen envidioso, que le enseñan la venganza... La injusticia no está nunca en los derechos desiguales; sino en reclamar derechos «iguales»... ¿Qué es malo? Todo lo que procede de la debilidad, de la envidia, de la venganza.”

“Estado se llama al más frío de todos los monstruos fríos. Es frío incluso cuando miente; y ésta es la mentira que se desliza de su boca: ‘Yo, el Estado, soy el pueblo’."

“El cristianismo ha tomado partido por todo lo que es débil, humilde, fracasado; ha hecho un ideal de la contradicción a los instintos de conservación de la vida fuerte; ha estropeado la razón incluso de los temperamentos espiritualmente más fuertes al enseñar a sentir como pecaminosos, como extraviados, como tentaciones, los supremos valores de la espiritualidad.”

“El cristianismo es una rebelión de todo lo que se-arrastra-por-el-suelo contra lo que tiene altura: el evangelio de los ’viles’ envilece...”

En comunicados recientes, el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, ha resuelto encontrar inspiración en el libro más perfecto escrito por Nietzsche, “Así habló Zaratustra”. Como es de suponer, también ha dispuesto encausar forzosamente la filosofía de este autor para compaginarla con los ya sincréticos farfulleos que han sido comentados en un principio. Chávez afirmaba que veía “paralelismos entre las figuras de Jesucristo, Marx, Che Guevara, Bolívar y Nietzsche”; así como también aseguraba que el Súper Hombre de Nietzsche era muy similar al Hombre Nuevo Socialista, que se ha propuesto a impulsar.

Pues bien, estamos ante otro absurdo. No es que se tomen en serio estas melcochas oportunistas, cazadoras de mentes leves, así como tampoco son dignos de atención los murales con Jesucristo portando ametralladoras. Lo importante de todo esto (y casualmente es una idea de Nietzsche también) es que la historia documentada nada tiene que ver con congruencias ni con verdades; la historia es escrita por los que detentan el poder. El pasado, y por lo tanto el futuro, está en peligro cuando los poderosos marcan la línea editorial de los acontecimientos.

Por eso es una suprema irresponsabilidad que personas de alta influencia tomen a la ligera las palabras que brotan sin filtro de sus fauces. El peligro se acrecienta cuando estas mismas personas estilan ser ególatras y se ven a sí mismas como puntos de inflexión definitivos en el acontecer de los tiempos. Al presidente hay que sugerirle, además de que refresque las hazañas de un José Antonio Páez que se ganó su lugar en la historia venezolana con honor y sudor, que investigue muy bien el contexto y el trasfondo de las ideas que parecieran surgir de lo que lee. Pues, en “Así habló Zaratustra”, las alegorías a las ‘arañas con cruces’, al ‘espíritu de la pesadez’, a la transformación del camello en león y del león a niño; en estas y en otras ideas, se esconde un glosario personal de términos que solo es posible descubrir en “Sócrates y la tragedia”, en “Más allá del bien y el mal”, en la “Genealogía de la Moral”, en “El Anticristo”, y otros libros anteriores y posteriores al Zaratustra.

Y mucho antes de leer a Nietzsche, ¿por qué no se lee mejor “1984”? Después de 12 años y después de los ditirambos entre cuartas y quintas repúblicas, el doblepensar se ha hecho muy necesario para seguir respirando ese vaho político al que estamos acostumbrados. Cualquier parecido entre Eurasia y el Imperio es mera coincidencia…


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miércoles, 13 de julio de 2011

EL CASO DAMIAN HIRST


T

oda obra constituye un reflejo inequívoco de la esencia de su autor. Las huellas digitales, la caligrafía, el lenguaje corporal, los modismos, y cualquier otro acto derivado de la personalidad del hombre se encuentra impregnado del núcleo mismo del lugar de su origen, esto es, de la conciencia (voluntaria o no) de su creador.

Es por ello que es tan válido predecir los actos de una persona en base a la personalidad de ésta, como válido también es evaluar dichos actos para inferir la personalidad. Creador y creación se unen entonces por una cadena sutil, invisible pero irrompible, en donde cada extremo conduce inevitablemente al otro.

En esta oportunidad, emitir una opinión acerca de Damian Hirst implica, en base a lo anteriormente dicho, conocer no sólo las creaciones de tal artista, sino conocer también cuáles fueron sus motivos más íntimos a lo largo de su vida que lo llevaron a la posición en la que está.

Bien conocida es la trayectoria rebelde de Hirst a lo largo de su existencia. Él mismo confiesa haber sido inmanejable en su juventud, y sólo haber destacado en las materias artísticas durante su estadía académica en el colegio. Extravagancia e irreverencia parecen ser las palabras que definen su carácter desde siempre, aunque es a los 43 años cuando un suceso le impactó enormemente.

En efecto, a esa edad muere uno de sus amigos más íntimos, Joe Strummer, lo cual afecta tanto a Hirst que éste revela “sentirse mortal por primera vez”. Es a partir de acá en donde se puede entender cómo la irreverencia natural de Hirst y cómo la muerte se funden en un solo concepto en cada una de sus obras.

Difícil es definir el buen gusto, por cuanto es también muy complicado establecer un consenso para clasificar lo que es arte y lo que no. Sin embargo, el que exista el acuño “buen gusto” implica que a pesar de todo atisbo por esquematizarlo, el arte, el bueno, está ahí. Pudiera decirse que más que racionalizarlo y decidir si es bueno o no, es algo que se debe sentir.

Y es que la naturaleza de alguna manera nos lo muestra con sutiles ejemplos. Lo valioso del oro y la belleza de las piedras preciosas radica, evidentemente, en su naturaleza hermosa y en sus propiedades imperecederas o estéticas. Y para que el oro y los diamantes alcancen tales características es menester que un proceso bastante largo y hasta exquisito ocurra con ellos. De ahí que, justamente, por lo riguroso y exquisito de estos procesos, el oro y las piedras preciosas suelen ser escasos en la naturaleza, o por lo menos de difícil acceso. El corolario que desea extraerse de esto es que lo bueno, lo excelso, lo refinando, lo realmente bello o lo sublime deben su escasez y su difícil acceso por su propia naturaleza.

Sin embargo, en muchas ocasiones, referente a esto, ocurre una inversión de las causas y los efectos. A veces se piensa que siendo exclusivo, elitesco, escaso o raro es sinónimo automático de ser sublime, excelso o bello. Grosso error considerando que, por ejemplo, los defectos congénitos suelen ser escasos en la población, pero no por ello son bellos. Esnobismo, en resumidas cuentas.


For the love of God.

En este orden de ideas, ser surrealista, o más aún, alcanzar la belleza del arte en el mundo surrealista, siempre ha sido característicamente un acto que se revela contra el sistema. Ahora bien, ¿es todo acto surrealista, por el simple hecho de ser rebelde, escaso o raro, un sinónimo de buen arte, o incluso de arte? La respuesta pareciera ser negativa.

Romper la regla establecida o enfrentar a la moral vigente es la consecuencia natural de ser extraño, raro o difícil de encontrar, más no es la causa. Si el artista deja fluir su emocionalidad, su creatividad, su técnica y su concepto en su obra, poco tiene que ver él con la norma establecida o con los cánones, si su tendencia es surrealista. Es más, poco le debe importar si su arte calza dentro del surrealismo o no. Él simplemente es y su obra simplemente es, quedando para el mundo la tarea de la clasificación.

Damian Hirst, incluyendo a otros artistas de vertiente surrealista, no pareciera ser sincero del todo con lo que persigue en su arte. Muchas veces ha sido catalogado de premeditar polémica con sus trabajos, buscando siempre llamar la atención, o estar decididamente en contra de los cánones establecidos con cada obra que realiza. Más allá de criticarle el hecho de que en varios de sus trabajos no participa directamente, o sencillamente busca altas sumas de dinero sin ninguna otra finalidad, Hirst se delata a sí mismo cuando el éxito de lo que realiza depende en demasía del qué dirán. ¿Hubieran tenido sus trabajos de animales en formol el mismo éxito de no ser por la sensibilidad que la gente tiene por los animales? O en otras palabras, ¿Hirst tendría el éxito que tiene de no ser tan inmoral o tan polémico para las masas?

Es aquí donde es menester detenerse y reflexionar si el éxito de dicho personaje radica en su ataque directo a la convención o si descansa en la genialidad intrínseca de sus trabajos. A pesar de que no existe un acuerdo limitante acerca de lo que es arte o no, se reitera que sí existe una sensibilidad por el buen gusto que sólo se adquiere con la inmersión paulatina y natural en el universo artístico. Por ello, personajes que llevan años en este oficio pueden prescindir de una teoría o de una visión esquemática acerca de lo que es arte o buen gusto, en vista de que su estancia en el área les ha proveído un despertar en sus sentidos. Una de estas personas es el reconocido Mario Vargas Llosa, que en su momento, valiéndose justamente de su dilatada trayectoria y experiencia, se permitió criticar duramente a Damian Hirst.

Vargas Llosa afirmaba que no existe mucha diferencia entre, por ejemplo, la calavera de Hirst y las calaveras de mazapán de México. ¿Cómo se diferencia la pillería del talento?Su punto de partida es que Hirst busca descaradamente enriquecerse, aplicando la fórmula burda de crear polémica en sus trabajos para conseguir ser denominado luego como surrealista o vanguardista. Y por lo menos sería lógico seguir el razonamiento de Vargas Llosa cuando está en evidencia que el mismo Hirst interviene clandestinamente en las subastas de sus obras, se salta el protocolo establecido de los museos, y se convierte así en el artista vivo mejor pagado.

¿Hay genialidad artística implícita en el hecho de ignorar el protocolo de los museos e ir a la subasta directamente? Es posible. Aunque tal vez sería más “genuinamente surrealista” sugerir oníricamente, si es el gusto, los motivos; o quizás no viciar dicho acto de vanguardismo con dinero de por medio. ¿Por qué no subastarlo al que ofrezca menos dinero, por ejemplo? Eso sí sería realmente interesante, vanguardista e irreverente.

Retomando la biografía de este artista, el mismo ha reconocido que se está alejando del camino de los excesos y que paulatinamente retoma el sendero hacia el cristianismo. Esto es de vital importancia, porque ante la posibilidad de un Hirst más moral existe inquietud acerca del vuelco que podrían dar sus obras, e incluso su concepto central de “Historia Natural”, en donde la muerte de animales ha tenido gran protagonismo.

¿Será entonces que el nuevo Damian Hirst, en caso de volverse más apegado a la moralidad cristiana, reconfigurará la línea de sus obras alejándolas de las polémicas o de la búsqueda inmediata de dinero?

Independientemente de lo que ocurrirá, Damian Hirst ya ha dado mucho de qué hablar en el mundo del arte. Quedará entonces para aquellos verdaderos capacitados en el tema juzgar si Hirst es un vanguardista del surrealismo o es más bien un verdadero genio de los negocios. Que sea esta entonces una lección vívida para comenzar a reflexionar si el arte debe ser definido solamente bajo el criterio de las sensaciones o si debería tener, por lo menos a grandes rasgos, una normativa para establecer la diferencia entre, como diría Vargas Llosa, “la pillería y el talento”.

Cordiales saludos.
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martes, 5 de julio de 2011

EL BICENTENARIO IMPROPIO


D
oscientos años. Un par de centenas de años que bien pudieran ser traducidas al entendimiento humano en unas aproximadas siete u ocho generaciones. Todavía abundan en Venezuela personas que pueden encontrar su derivación filial hasta las épocas en donde los esclavos molían maíz en el pilón de las casas de los blancos criollos. Doscientos años en términos históricos no es mucho en realidad.

Pero lo importante del bicentenario venezolano, es que en aquel 5 de julio de 1811 se hizo una declaración de independencia, una voluntad de separación, un nacimiento. Precisamente es eso, un nacimiento, que hay que analizar con mucha cautela y sin consignas irracionales nacionalistas.

La independencia de Venezuela, el comienzo del nacimiento de este país, fue un parto apresurado. Si se quiere, fue el primer gran movimiento esnobista de las élites de esta región. Ser una colonia era algo ya, en los 1800, demodé para las finas pretensiones y gustos románticos de las clases educadas. Y cuando Bolívar vio a Napoleón coronarse, el sueño de la América Unida (su sueño, no el sueño del vulgo) comenzó a gestarse incluso antes de que el más humilde campesino llanero supiera siquiera qué era América.

He ahí nuestro primer error: la independencia, esa lucha que tiñó de sangre a la mitad de Suramérica, la más violenta de la época, fue producto de unas ideas importadas, que por muy noble que hayan sido o no, no se habían digerido aún en el común de la población. Fue un mandato vertical, de las élites al pueblo, que no fue comprendido en sus raíces y que tampoco tenía por qué. De la noche a la mañana, un llanero dejó de arrear las reses para atravesar los Andes con un fusil, sin filosofía alguna que le diera sustento a sus acciones, más que la paga y la promesa populista de algunos derechos extras.

Hasta Miranda, el más profundo prócer independentista de Venezuela, cometió la imprudencia de pensar que los habitantes de esta región estaban a la par de la vanguardia de la época. Nadie sintió en el corazón la bandera que trajo. Eso de ser un país distinto, separado, no era más que un ideal artificial, si se me perdona la redundancia.

Pero así sucedieron las cosas, Venezuela se cortó el cordón umbilical. Nació a pesar de una gestación impropia, nació de las palabras, de los impulsos franceses, de las constituciones estadounidenses, de la ambición de un hijo de españoles, de la indiferencia indígena. No nació de los venezolanos, no fue un movimiento espontáneo, orgánico; no fue una convicción formal de algo que ya estaba en las calles y en los corazones, no fue nunca un destapar de una olla hirviente. Todo fue, francamente artificial.

La historia se encargaría de hacéroslo cobrar. Bolívar mismo no tuvo más remedio que ser dictador. Páez, el primer presidente de este país (cuando por fin formalmente ya podía llamarse Venezuela), también tuvo que asir el mando sin muchas flexibilidades. Y pues, queda para la muestra una historia de 200 años, de la que casi 130 años estuvimos en dictaduras. No se puede hablar de un espíritu libertario, de una espontaneidad libre, si la mayor parte del tiempo estuvimos acostumbrados a estar pisados por el caudillo del momento. Se fue el yugo Español, pero eso no significó libertad.

El segundo traspiés prematuro e importado fue la llegada de la democracia. Betancourt quería democracia a la fuerza, en una población que si bien ya detestaba a los dictadores, no tenía preparación alguna para tomar decisiones políticas. López Contreras entendía de eso, Medina Angarita también, pero Betancourt no. De nuevo, el capricho onírico de uno es el forcejeo apresurado de toda una sociedad. Y tampoco en esta ocasión se sabía muy bien hacia dónde era que teníamos que ir.

Como consecuencia, resulta que ahora, en tiempos actuales, todos están capacitados equitativamente para decidir quién es el que debe dirigir el país. Todos son especialistas políticos. El más vulgar y anodino ejerce igual peso que el más preparado ciudadano a la hora de discernir las riendas del destino venezolano. Incluso hasta ser de otras tierras no es impedimento para tomar decisiones patrias…

¿Qué es todo esto? Estamos en vista, pues, de un amasijo sin forma de muchos acontecimientos, de mucho esnobismo, de sembradíos de café que financiaban pugnas de caudillos, de petróleo que financiaba (y financia) pugnas politiqueras entre los partidos, de una sociedad increíblemente sincrética, en donde aún perdura en la práctica la división de blancos, negros e indios. Inverosímilmente, ahora se tienen pretensiones, en una tercera oleada de parejerismo criollo, de ser socialistas. Por favor.

Nos ha faltado algo muy importante, que si bien es cierto que es muy difícil obtener con apenas 200 años de historia (y 300 años de gestación predecesora), que si bien es cierto que será mucho más difícil de lograr con un mundo globalizado y en presencia de nuestro talante esnobista; no dejará, empero, de ser crucial para nuestro destino. Nos falta nada más y nada menos que identidad. No sabemos quiénes somos.

¿Qué es ser venezolano? He allí la pregunta más grande, la más difícil, la más importante ante este bicentenario. Porque no sabemos lo que estamos celebrando el día de hoy. Celebramos independencia, ¿pero de quién? ¿De qué o de quién nos diferenciamos? ¿Cuál es el límite que demarca al venezolano de cualquier otro ciudadano del mundo? ¿Qué es ser venezolano?

Todavía somos un amasijo en plena formación, falta mucho para responder. Somos una suerte de Roma caída, que busca nuevos senderos y organizaciones culturales. Sin embargo, la claridad es menester cuando se describe lo que no somos. No podemos hallar identidad nacional en lo sincrético; no podemos enorgullecernos de ser una mezcla de razas y credos, por ejemplo. Tampoco podemos hallar identidad en lo que no hemos elegido, pues ni las “mujeres bellas”, ni los parajes hermosos, ni nuestros recursos naturales son un constructo de un esfuerzo nacional.

Entonces, ¿qué es ser venezolano, qué significa eso? ¿Qué estamos celebrando el día de hoy si no sabemos de qué nos diferenciamos? Luego, una vez resuelta esta gran cuestión, estaríamos en la capacidad de saber muy bien qué podríamos ser, hacia dónde ir.

Cordiales saludos.





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domingo, 3 de julio de 2011

DIOS SEGÙN PARMÈNIDES


E
l gran Parménides de Elea renace con fuerza cada vez que se debate su inclinación espiritual, entendiéndose por ésta toda posible afiliación por la divinidad. Fue el autor del Poema del Ser, un compendio de versos épicos y de contenido didáctico, que funge como único testimonio directo de este gigante del pensamiento occidental. En él, se hace patente la revelación divina, que es, precisamente, el objeto de debate del cual se intenta discernir si es un recurso metafórico o una confesión literal.

Parménides deambulaba en la Tierra hace un poco más de 25 siglos, en la región de Elea en el sur de Italia, y recorrió una buena parte de la Grecia Antigua. Estaba sumido en una atmósfera de misticismos de las más diversas clases, con claras referencias a la Teogonía de Hesíodo y demás tradiciones secundarias. No obstante, como buen filósofo, sabía distinguirse de los comunes, cosa que hace expresa en su poema cuando una diosa le revela su carácter privilegiado para adquirir el verdadero saber.

Platón afirmaba de Parménides su increíble profundidad metafísica –le bautizaba como “el Grande”-, y no es para menos, pues la arquitectura filosófica de Parménides no tuvo precedentes en la historia occidental. De sus pensares, florecieron las ulteriores ideas de Zenón, de Platón y de Aristóteles; los titanes griegos que hoy son tan conocidos.

Justamente el mejor indicio teológico que se pudiera extraer de Parménides debería estar en su metafísica, y a grandes rasgos, se pretenderá reconstruirla a continuación. Se conocerá, luego, si Parménides poseía un espíritu teísta o deísta, o si por el contrario era de ímpetu materialista.

Este sabio de Elea fue un volcán que estalló ante la reacción que le produjo la filosofía de Heráclito, la filosofía del cambio constante y de la relatividad e inaprehensión del ser. Ante Heráclito, Parménides declamó, casi con violencia, desafiante, que el ser, es, y que el no ser, no es. Este principio, que fue la semilla del famoso “A es igual a A” aristotélico, es el Principio de Identidad que conocen los lógicos actuales, 2500 años después.

Del asegurar que el ser es y el no ser no es, constituye la base primigenia de toda la metafísica a analizar. Ante esto que pudiera parecer tan simple y evidente, se desarrollan las ideas parmenídicas más complejas y subterráneas. De este preludio del Principio de Identidad, sobrevienen pues, las propiedades del ser, las cuales han de estar en relación directa con toda posible teología posterior en este filósofo.

¿Qué ocurre cuando todo ser es y cuando todo no-ser no es? Lo primero en diseccionar es que el ser es único. No puede haber más que un único ser. Porque suponiendo que existan dos seres, lo que es en uno no es en el otro: eso es lo que los diferenciaría. Este otro, del que se predica el no-ser del primero, conduce, si se analiza la frase, a una contradicción lógica. Se estaría tratando de hablar del no-ser de un ser, y por lo tanto, se estaría hablando de un absurdo. El no-ser de un ser viola la primera condición, la primera piedra metafísica de Parménides: que el ser es, y que el no-ser no es.

Otra forma de verlo es que si existiesen dos seres, lo que hay entre ellos, lo que los divide es un no-ser. Decir “es un no-ser” es afirmar que un no-ser existe (y que es lo que distancia al par de seres). Un no-ser que es, es una contradicción. Por lo tanto, como nada puede dividirlos, esos seres en realidad son un mismo ser.

También, de acuerdo con este axioma, del ser se puede predicar que es eterno. Si el ser no fuera eterno, significaría entonces que tiene un principio y un final; y si fuera así, entonces el ser, antes de su principio no era, y después de su final no será. Esto es otra forma de decir que si el ser tuviera principio y final, entonces antes y después de ser, no es. Como esto viola la primera piedra de Parménides, se debe concluir que el ser siempre ha sido y siempre será: no existe antes y después. Ergo, el ser es eterno.

De manera muy similar se puede encontrar que el ser es, además, inmutable. Si el ser cambiase, ya no sería. Todo cambio es una conversión del ser a un no-ser, o de un no-ser al ser. Tanto en el dejar de ser como en el llegar a ser, se encuentra implícito el no-ser del ser, lo cual es contradictorio.

Por otro lado, del ser puede afirmarse que es ilimitado, o infinito. ¿Qué es un límite, sino una demarcación entre dos entes distintos? Pero el límite del ser implica un algo que circunda al ser, y si ese algo es distinto, ha de ser un no-ser. Asentar que el ser tiene límites sería reconocer que el no-ser es lo que está afuera de los límites del ser, y ese reconocimiento del no-ser es expresar un ser del no-ser. Por lo tanto, como el no-ser no es (no existe), lo único que hay es el ser, y en consecuencia el ser no tiene límites, es infinito.

El ser, finalmente, es inamovible. Por ser precisamente ilimitado, el ser no está en un lugar. Moverse, en cambio, es estar cambiando de lugar, es estar estando, pasar de un lugar a otro. Si el ser pudiera moverse, implicaría entonces que no se encuentra en el espacio que abandona y el espacio al que se dirige, y por lo tanto el ser no sería lo más extenso que hay, no sería ilimitado, ya que hay espacios que no ocupa. Siendo ilimitado, pues, el ser ha de ser inmóvil.

Se puede resumir entonces que las propiedades del ser son la unicidad, la eternidad, la inmutabilidad, lo infinito y la inmovilidad. Muchos siglos después, en la actualidad, estas propiedades podrían ser asociadas fácilmente (no sin imprudencia) a cualquier deidad vigente; pero respecto a la mente de Parménides ha existido durante mucho tiempo un carácter indefinido de lo que las propiedades del ser conducían para él en esta materia.

Y es que el gran filósofo de Elea, tal y como lo sugiere Platón en Sofista, no se enfrentó con ¿Panteísta, materialista o panteísta materialista?el problema de si lo real, la realidad última, posee vida, alma y entendimiento. Sí aseguró aquel que, en virtud de las propiedades del ser, nuestro mundo sensible no era más que una ilusión, un engaño que servía de cortina para lo verdadero (que es el ser y sus propiedades); pero nunca fue claro en los precedentes de ello. Al mismo tiempo es muy importante aventurar de nuevo que toda la filosofía de Parménides es un constructo reaccionario contra la filosofía de Heráclito, y siendo éste panteísta, sería posible que Parménides, en consecuencia, no lo fuera.

No obstante, si existiese alguna clase de divinidad, y según la perspectiva de Parménides, tendría que ser congruente con las propiedades del ser. Esta divinidad sería única y seríamos nosotros, lo que nos rodea y ella un mismo ser. Todo, además, entendiéndose por todo a esta unidad dios-nosotros-universo, sería ilimitado, infinito, eterno e inamovible. El universo sería el ser, nosotros seríamos el ser, Dios sería el ser. Y lo más aproximado a esa visión, de hecho, es el enfoque panteísta. Curiosamente hay reminiscencias del taoísmo también, sin querer decir, por supuesto, que Parménides tuviera que ver con ello.

Misterioso es, como se observa, este vacío teológico parmenídico. Platón consideró que la parte cosmogónica del Poema del Ser era muy parecida a una teogonía; es decir, a una elucubración de los orígenes de los dioses que protagonizan sus versos. Aristóteles, en otro tanto, pensaba que el filósofo de Elea era de carácter monista, lo cual extirpa la concepción de una realidad escindida en dos planos, o alimentada con más de una sustancia.

La aparición de los dioses en el Poema del Ser pareciera ser meramente alegórica, con intenciones poéticas. Una importante pista de ello es que las deidades aparecen principalmente en la parte del poema en donde se describe y analiza el mundo de lo aparente, de lo ilusorio, en el fondo, de lo que rechazaba Parménides. Que todo este conocimiento le haya sido revelado por una diosa en el poema, según los entendidos, no es más que mera forma, y por cierto, tal parece que una huída de la prosa, una necesidad del verso.

El asunto no está claro, pero lo que podría asegurarse es que desde el horizonte del Poema del Ser, la realidad humana es un remedo (que no es totalmente falso, sino estrictamente “engañoso”) de la realidad verdadera. Lo sensible, pues, es un subproducto, una ilusión con retazos de verdad, pero que no está hecho de una sustancia distinta a la realidad última, sino que es más bien parte turbia de ella. La realidad última, la verdad, es una sola, todo lo abarca, es eterna, es inmutable, es inamovible, es.

¿Panteísmo? ¿Materialismo? ¿Panteísmo materialista? En la filosofía de Parménides no existe el espíritu, no existe sustancia distinta a la sustancia del ser, que es la sustancia de todas las cosas. ¿Qué sería, pues, una divinidad en este contexto? Mucho más adelante, Aristóteles tomaría las bases de Parménides y respondería: es pensamiento. Parménides, que afirmaba “una y la misma cosa es ser y pensar” quizás hubiera estado de acuerdo.

Cordiales saludos.






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