jueves, 3 de noviembre de 2011

MANUAL DE DEMAGOGIA PARA PRESIDENTES NOVELES


¡Por fin! ¡Por fin, luego de una extenuante campaña, besando niños de dudosa higiene, abrazando ancianas que no sobrevivirán a su mandato, y gritando consignas como si fueran argumentos válidos para defender ideas, al fin, Ud. se ha hecho con la presidencia de su país! ¡Muy bien! Ese logro, si bien es de lo más reconocible, solo es el comienzo; pues como pulula en boca de la sabiduría popular (que bien sabe Ud. que de sabia no tiene nada), “lo difícil no es haber llegado, sino mantenerse”.

El poder del voto lo ha dejado justo en donde quería, pero la democracia es solo un truco, una quimera, para que la plebe juegue a ser importante por un día; ya lo sabe bien. Ahora lo que concierne es no separarse del poder, o por lo menos durar lo suficiente como para tener la posibilidad de extraer una buena tajada monetaria para su merced y los suyos sin que tenga que trabajar seriamente más nunca en su vida.

El primer año de mandato será el tiempo que deberá usar para planificar todas las excusas, eufemismos y subterfugios que le ayudarán a atornillarse en el trono nacional. Durante este período, siempre podrá excusar su inacción bajo el pretexto de que no es posible hacer cambios en la realidad del país en tan poco tiempo. No se preocupe, que la gente siempre es muy condescendiente en esta etapa, y la popularidad que lo llevo a la presidencia aún necesita de un buen pretexto para comenzar a disminuir.

A partir del segundo año, cuando le corresponda dirigirse a la nación para presentar el saldo de su incipiente mandato, o simplemente porque ya es hora de afrontar al pueblo, es el momento de ejecutar las ideas que yacían preconcebidas durante el año anterior para estas circunstancias. Tome sus cuartillas planificadas, colóquese en la tribuna, aclare su voz, y comience.

Anuncie, para dar una certera estocada inicial, un aumento de salario. ¿A quién no le gustaría que se le aumentase el sueldo? Por supuesto, vuestra merced y los de su gabinete saben que dicho aumento cumple la doble finalidad de amortiguar la corrosiva y voraz inflación que carcome todo lo consumible, al mismo tiempo de alegrar a las masas. Pero nadie tiene que enterarse de eso. De hecho, si la inflación de su nación es de las más altas de la región, el sueldo de los lacayos que le eligieron ha de ser relativamente alto también (no más que la inflación, tenga cuidado en no subir los emolumentos demasiado). Si es así, jáctese, y con el pecho henchido vocifere que el salario básico en su país es uno de los más altos de la región. Y eso será, para su beneplácito, cierto.

¡Ah! Siempre hay posibilidades de que un opositor que quiera hacerse las veces de astuto lo interpele y le acuse de la gigante inflación que Ud. no ha podido manejar. Descuide. Para estos casos, los culpables perfectos son los especuladores: esa raza maligna de comerciantes que elevan los precios desmesuradamente, sin ningún tipo de respeto más que al que le deben a sus bolsillos. Exactamente eso es lo que debe decirle al pueblo; y le creerán, pues, después de todo, ¿quién tendría entre ellos el conocimiento y la lucidez para culpar al banco central de su país por tal desmán? La inflación la causa totalmente el especulador, la fórmula es sencilla y fácil de digerir.



Algo ventajoso adicional que le puede sacar a la inflación es que como los precios aumentan, aumentan también las importaciones (algunos pillos traidores a la patria comprarían bienes en el extranjero a un precio más bajo). Mientras más “movimiento” económico haya, independientemente de cómo sea ese movimiento, más aumentará el indicador de crecimiento económico. ¡Pues enhorabuena! Ante el incremento desmesurado de las importaciones, infórmele a la plebe que está aumentado el crecimiento económico de la nación. Un indicador que crezca económicamente y que no tenga explícitamente el nombre de “deuda”, no puede ser dañino, claro que no.

Otro tema que siempre engatusa, al igual que los sempiternos dogmas de la democracia y la libertad, es la educación. Es verdad, es de lo más irónico que gente no educada simpatice por esquemas políticos en donde se avale la educación, pero es que hay que entender que este concepto simplemente suena bien. Para el pueblo, tener educación es algo agradable, algo así como el camión de basura que pasa a buscar los desechos frecuentemente, o como que se pueda calentar la comida rápidamente en el microondas. Todo el mundo dice que es algo bueno, así que hay que tenerla. Y si tiene Ud. la audacia de acompañar el concepto “educación” con el calificativo “gratuita”, se los meterá a todos en un bolsillo. Garantizado.

No obstante, es más que evidente que una buena dosis de educación sería contraproducente para sus fines. Nada más valioso para sus proyectos que un pueblo inculto. ¿Cómo hacer entonces que el vulgo y que los organismos internacionales certifiquen que Ud. ha invertido en educación, por un lado, y que la población se mantenga ignorante, por otro? Pues, el secreto está en las variables “calidad” y “cantidad”.

Verá: tome parte del presupuesto nacional (menos del 1% está bien), e inviértalo en abrir todas las escuelas que pueda. Construya varias, pero solo enfóquese en la cantidad. De ninguna manera pretenda mejorar el pensum de estudios, o adaptar la enseñanza con base en la actualidad del mundo; ni pretenda tampoco mejorar el sistema docente, ni fomentar el pensamiento crítico. Produzca hombrecillos hábiles para el trabajo, pero que no piensen. De hecho, estipule como fuerte sugerencia que el trabajo es una virtud, expréselo emocionado en todos sus discursos.



Nadie podrá quejarse luego de que Ud. sea un mecenas de la educación. Capitalice ese agradecimiento de la gente y ese aval internacional en popularidad, y disfrute un poco más de los dividendos de ser presidente.

¡Un momento! ¿Qué ocurriría si las empresas privadas, en vista de la situación económica nacional, deciden irse del país? ¿Cómo quedará usted? Pues sin duda, no solo tendrá que importar bienes e insumos desesperadamente, sino que también es bastante probable que deba producir bajo el manto y subsidio de los fondos públicos lo que antes era producido por ese cobarde y malagradecido sector privado. Pues sáquele provecho, y cuando su voz se escuche en el eco de los micrófonos delante de las multitudes, explote el chovinismo, ocurra a la patria, y manifieste con alegría que la soberanía nacional es la causa de que todo ahora se produzca en el país. ¡Aplique el nacionalismo a ultranza! Ese que a la gente sin méritos propios le encanta usar para sublimarse y creerse importante. Suelen ser mayoría.

Después de uno o dos años más, la contracción económica reinante se hará sentir de tal manera que será palpable en las calles la decadencia social y el aumento de la pobreza. Prepárese, pues algunos organismos internacionales entrometidos intentarán cuestionarle. No obstante, existe una manera de tomar ventaja del asunto, pues bien se sabe que estos organismos se mueven por las cifras estadísticas y no por la profundidad de los acontecimientos.

La solución es de lo más simple. Diga: “ha aumentado el índice de igualdad”. Y ya, es así de sencillo. Si los estratos B y C de su población disminuyen su poder de ingreso, y si sus políticas son esencialmente populistas, manteniendo por lo tanto a los estratos D y E en donde estaban; pues, traducido todo esto a cifras, se habrá reducido la brecha entre clase media y clase humilde. ¡Igualdad para todos! Pero recuerde que nadie debe enterarse que la cucharada rasa de la igualdad se ha hecho hacia abajo y no hacia arriba.

Y si aún no le creen con lo de la riqueza, apele siempre a la cantidad monetaria de sus reservas internacionales. Pronuncie cualquier cifra que termine en “millardos de dólares” al referirse a ellas, y no tendrá que angustiarse de que lo acusen de catalizador para la miseria. Evidentemente, bajo ninguna circunstancia mencione el gasto nacional de sus importaciones, ni mucho menos el monto de la deuda pública, pues corre el riesgo de que su pueblo sepa sumar y restar y saque así conclusiones inconvenientes para su proyecto.

Por lo demás, trabaje siempre, y en paralelo con todo lo anterior, en mimetizarse con la gente. No solo le ayudará a mantener la popularidad, sino que también es una inversión a largo plazo. Inevitablemente tendrá que entregar la presidencia en algún momento, y no hay nada más beneficioso para volver al poder que dejar un vínculo emocional importante en la gente. Poco importan sus logros si su carisma natural saltando charcos en las barriadas cala en el corazón de más de uno. Sonría siempre que le de la mano a otros presidentes, vístase alguna que otra vez con el traje típico de país y procure que esté confeccionado por una humilde señora. Decretar días feriados siempre será uno de los mejores obsequios, y contar chistes en las alocuciones será agradecido con sonrisas. Nunca olvide la inclusión de todos los protagonistas de su séquito; haga énfasis en ello con una buena introducción discursiva, imprima pasión en el exordio, bajo el estilo “ciudadanos, ciudadanas; trabajadores, trabajadoras; ingenieros, ingenieras; caballos, caballas…”


En fin, siga estas sugerencias, que si bien no son todas, son algunas de las más importantes para poder hipnotizar tranquilamente a su gente. En su retiro, habiendo sido ya vuestra merced un capítulo histórico del camino de su nación, podrá contar además con una merecida fortuna que le permitirá disfrutar de su vejes con dignidad.

“Saber es poder”. Auguste Comte.






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