domingo, 3 de febrero de 2013

"TE AMORO"


Como caballero, nunca encontrará mejor amistad femenina, ni mayor franqueza, que la de una pelandusca; ni tampoco mayor tragedia si, por ventura, la amistad se trastoca en amor.

Como si fuera una Mefistófeles del "Fausto" entre las mesalinas, la pelandusca labra su propio olvido cuando el oficio le resulta gustoso. El caballero que la pretende menoscaba sus esperanzas si finalmente comprende que no es la tragedia, sino el placer, lo que conforma las voliciones de aquella.

Desde luego, su egoísmo todopoderoso, regente mayor que coordina incluso hasta la más grande de sus concupiscencias, le impide a la pelandusca dejar ir a su inesperado benefactor. El amor no es divisa común en su reino, y aunque se sabe incapaz -en vista de la flaqueza de su temple- de ofrecer trueque de igual valía, hará todo lo posible para que su inusitado mecenas sentimental no la abandone.

Así, por ejemplo, bajo una ingente mascarada de retaliaciones "justificadas" o tal vez bajo la cortina de amores precoces, yace su ominosa condición lasciva como su Causa Primera. Y si una falta de culpables externos sucediera (o una carencia de suficiente culpabilidad externa), la responsabilidad recaería entonces sobre su propia biología, de apetitos supuestamente incontrolables En el fondo y en silencio, consciente de toda esta parafernalia, observando la imagen lúcida de su desfigurado espíritu de basilisco, sufre.

De ahí que aproveche toda su astucia y la vuelque en la lid de la desrealización, racionalizando cada fracaso, cada debilidad, cada "no" imposible de decir, cada "sí" gustoso o bajo compromiso. Cada putería.

El desprecio (merecido) le resulta insoportable, y entonces convertirá sus antecedentes en la alfombra roja que ha sido tendida para dar paso a su primitivismo. En el mejor de los casos revelará su vergonzosa e indisciplinada condición, pero solo bajo el preludio de una infancia difícil o de una vida hostil.

Sus miedos, sempiternos acompañantes de sus entregas, fungen como uno de los motivantes para que esta furcia no entienda otra manera de relacionarse con un hombre. Se regodea en el placer del otro por obra de su causa, ama que la amen, y teme aburrir o no ser una mujer suficiente. El miedo a que no la valoren, el miedo al desamor, se le entrelaza con la feroz lujuria, convirtiendo entonces a cada orgasmo en el heraldo de un fracaso inevitable.

Su irónico final se yergue sobre su ya acostumbrada soledad; y sobre todo en la carencia del amor que, en las honduras, siempre buscó en el ejercicio de sus artes. "Ámame y, adrede, te haré sufrir" -pareciera rezar su estandarte, condenándose a sí misma a que los espíritus valientes la amen, pero solo lo suficiente y sin entregas; y a que los espíritus cobardes nunca la tomen en serio, sino que solo se remitan a verla como una simple, egoísta y vulgar pelandusca.

-Escrito por un espíritu que intentó ser más que valiente.







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