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a Genealogía de la Moral” es si se quiere uno de los libros más académicos de Nietzsche. La misión en esta obra es remontarse a los principios mismos del hombre a comienzos de su prehistoria, analizando en la medida de lo posible el surgimiento de la ética en aquel ser más animal que humano, y explicando el posterior desarrollo de la misma a lo largo de los siglos hasta la época actual. Para conseguir tal objetivo, Nietzsche se vale de toda su experticia, utilizando como herramienta la fisiología, la historia, la psicología y la filología. De hecho, es por medio de esta última que consigue las claves más contundentes para realizar luego sus aseveraciones.
El libro está divido en tres tratados, comenzando por el origen de la moral y la explicación de la moral actual como reflejo de un resentimiento de los débiles, continuando con el origen de la responsabilidad, la culpa y el pecado; para terminar con el tratado más extenso, en el que revela el surgimiento, desarrollo, consecuencias y final de los ideales ascéticos.
En efecto, los dos primeros tratados, aunque concentran una información relevante, fungen sobretodo de introducción o preparación del terreno para el último, cuya importancia es tan grande que deriva en un nuevo problema para la filosofía. El primigenio animal-hombre, fuerte, terrible, independiente, dueño de sí mismo, inocente en sumo grado, incluso sin una inteligencia profunda, no siente inquietudes acerca de la bondad o la maldad. La naturaleza le ha hecho así y él no lo desaprovecha ni lo razona demasiado. Deja brotar su capacidad, su voluntad, su voluntad de poder; esto es, permite tomar para sí lo que desea, sin limitaciones y en completa congruencia con su habilidad y fuerza. Para eso ha nacido y es feliz. Prácticamente no hay cuestionamiento ético, incluso es bastante probable que el concepto “moral” o “ética” ni siquiera existiera en aquellas pequeñas comunidades prehistóricas de cuasi humanos fuertes.
De cuestionarse alguna vez alguna idea impregnada de bondad o maldad, esta raza llena de vida y fortaleza no recurre a ningún patrón externo, sino a sí mismos. De forma simple, pero congruente, lo bueno es, para ellos, todo lo que ellos hacen o piensan. Las mejores virtudes están embebidas en los que para ellos ha de tener ciertamente mucho valor: la fuerza, el orgullo, la capacidad, el poder, la dominación, la felicidad, la voluntad, la independencia, la salud, la fecundidad, el caos, la guerra, la superioridad, lo dinámico, lo vivo, la vida. De esta manera, lo no correspondiente, en contraste, con sus ánimos, salud y espíritu es denominado como malo. Por otro lado, los no favorecidos, los débiles, poco pueden hacer ante la fortaleza de los individuos superiores, y se entreteje entre ellos un resentimiento espiritualizado, una venganza que al no poder desahogar de forma física, es de la conciencia. Superiores en número, necesariamente más inteligentes, y desarrollando una moral paralela a la de los nobles y fuertes, extraen un canon ético no de sí sino de sus señores (a modo de retaliación), invirtiendo los valores de éstos. Se torna mal visto entonces todo lo elevado y superior, todo lo rico y orgulloso de sí; la compasión, la pobreza, la debilidad, la humildad, el caminar cabizbajo, la modestia, la mesura; todo lo que impone una decadencia en la fuerza de la vida, resulta la mayor virtud e ideal.
Nietzsche explica que este proceso se lleva a cabo con el incremento de la conciencia en los individuos, el cual nace cuando el animal-hombre debe sublimar sus instintos más fuertes ante su adaptación a la sociedad (adaptación que le exige, de alguna manera, la evolución). Cuando este animal casi humano está impedido de su voluntad de poder, imposibilitado de expresarse hacia fuera en toda su naturaleza, imprime toda su crueldad y fuerza hacia sí mismo. Se convierte, por tanto, en el primer y único “animal enfermo”, el animal que con el tiempo no solo es el que soporta más el sufrimiento entre todos los animales de la tierra juntos, sino que es el único que lo anhela en las etapas tardías de su civilización.
En el hombre temprano, el reblandecimiento de los fuertes a causa de la moral de los bajos y de una vergüenza del hombre por el hombre, y la negación de los instintos y ese destrozar e impedir internos, lleno de contrastes, problemas, amarguras, comparaciones y conflictos; llevó a la conciencia a estadios más grandes. No solo eso, sino que fue el origen de la mutación del concepto de responsabilidad en culpa. Y de la culpa faltó poco ya para la mutación hacia el concepto de pecado.
Con ese sufrimiento interno, miles de años después, imposible de categorizar y expulsar, y con destellos (de hecho mucho más que destellos…) de aquella crueldad primigenia que tanto celebraban aquellos animales-hombres; el humano domesticado llega inevitablemente a lo que Nietzsche llama el “ideal ascético”. Este ascetismo pude tornarse diferente en forma y fondo dependiendo del individuo y su ánimo. El ideal ascético encierra una concepción diferente para los artistas, los filósofos, las mujeres, los débiles y los sacerdotes. Todos, en apariencia, recurren a la expiación o redención de su sufrir por medio de una especie de negación (superficial) de la vida. Lo hacen a través de un apartarse, de una soledad, de una privación, de un ayuno de los instintos. Pero lo más importante de todo esto no es qué tanto o cómo se privan de la realidad que intentan negar, sino la fuerza con la cual lo hacen.
La paradoja de negar la vida con una intensidad realmente viviente es a dónde quería llegar el autor con esta obra. En el caso especial del sacerdote, el maestro por excelencia del ascetismo y del nihilismo, el desarrollo histórico de los eventos ha desentrañado algo realmente Del nihilismo extremo nace una nueva afirmación a la vida: el fin de Dios.impresionante. Con esa intensidad paradójicamente negadora, y bajo la idea de la verdad absoluta, la doctrina sacerdotal ha degenerado a los individuos a los límites de la decadencia de la vida. No obstante, en ese camino estos individuos, supremamente escrupulosos, supremamente amantes de la verdad en sí, negadores de todo, quirúrgicos en sus aceptaciones, terminaron elevando el nivel de la búsqueda de las verdades a una pulcritud tal que ya los dogmas religiosos no estuvieron exentos de su minuciosidad. En efecto, y por increíble que parezca: el más severo nihilismo y la más rigurosa escrupulosidad del saber, a través de la doctrina cristiana impuesta por el sacerdote y sus métodos ascéticos, derivó en la muerte del cristianismo mismo. Los dogmas de fe ya no son suficientes y resultan estancados en el tamiz del ascetismo agudo. Todo el puritanismo racional, o analizando más a fondo, la obsesión de la verdad en sí, desembocó inesperadamente en la obsolescencia de las doctrinas sacerdotales y en el escepticismo ante los dioses. He aquí por qué “Dios ha muerto, y ha muerto de compasión por los hombres. Los hombres le hemos matado.” El sacerdote asceta ha proveído la herramienta de su propia destrucción.
Esta obra es rica en referencias literarias, así como también resulta clara en explicaciones a la vez de densa en sus conclusiones. No escasean, como es costumbre en otras obras de Nietzsche, las críticas fuertes, en especial hacia Wagner. Sin duda es una libro crucial para entender no solo el surgimiento de la moral, la conciencia, el alma, los dioses, la culpa y el pecado, sino que constituye además una base sólida para arrojar la mirada hacia la nueva aventura del hombre y hacia el cuestionamiento legítimo de la verdad como supuesta meta.
Muchos saludos.
El libro está divido en tres tratados, comenzando por el origen de la moral y la explicación de la moral actual como reflejo de un resentimiento de los débiles, continuando con el origen de la responsabilidad, la culpa y el pecado; para terminar con el tratado más extenso, en el que revela el surgimiento, desarrollo, consecuencias y final de los ideales ascéticos.
En efecto, los dos primeros tratados, aunque concentran una información relevante, fungen sobretodo de introducción o preparación del terreno para el último, cuya importancia es tan grande que deriva en un nuevo problema para la filosofía. El primigenio animal-hombre, fuerte, terrible, independiente, dueño de sí mismo, inocente en sumo grado, incluso sin una inteligencia profunda, no siente inquietudes acerca de la bondad o la maldad. La naturaleza le ha hecho así y él no lo desaprovecha ni lo razona demasiado. Deja brotar su capacidad, su voluntad, su voluntad de poder; esto es, permite tomar para sí lo que desea, sin limitaciones y en completa congruencia con su habilidad y fuerza. Para eso ha nacido y es feliz. Prácticamente no hay cuestionamiento ético, incluso es bastante probable que el concepto “moral” o “ética” ni siquiera existiera en aquellas pequeñas comunidades prehistóricas de cuasi humanos fuertes.
De cuestionarse alguna vez alguna idea impregnada de bondad o maldad, esta raza llena de vida y fortaleza no recurre a ningún patrón externo, sino a sí mismos. De forma simple, pero congruente, lo bueno es, para ellos, todo lo que ellos hacen o piensan. Las mejores virtudes están embebidas en los que para ellos ha de tener ciertamente mucho valor: la fuerza, el orgullo, la capacidad, el poder, la dominación, la felicidad, la voluntad, la independencia, la salud, la fecundidad, el caos, la guerra, la superioridad, lo dinámico, lo vivo, la vida. De esta manera, lo no correspondiente, en contraste, con sus ánimos, salud y espíritu es denominado como malo. Por otro lado, los no favorecidos, los débiles, poco pueden hacer ante la fortaleza de los individuos superiores, y se entreteje entre ellos un resentimiento espiritualizado, una venganza que al no poder desahogar de forma física, es de la conciencia. Superiores en número, necesariamente más inteligentes, y desarrollando una moral paralela a la de los nobles y fuertes, extraen un canon ético no de sí sino de sus señores (a modo de retaliación), invirtiendo los valores de éstos. Se torna mal visto entonces todo lo elevado y superior, todo lo rico y orgulloso de sí; la compasión, la pobreza, la debilidad, la humildad, el caminar cabizbajo, la modestia, la mesura; todo lo que impone una decadencia en la fuerza de la vida, resulta la mayor virtud e ideal.
Nietzsche explica que este proceso se lleva a cabo con el incremento de la conciencia en los individuos, el cual nace cuando el animal-hombre debe sublimar sus instintos más fuertes ante su adaptación a la sociedad (adaptación que le exige, de alguna manera, la evolución). Cuando este animal casi humano está impedido de su voluntad de poder, imposibilitado de expresarse hacia fuera en toda su naturaleza, imprime toda su crueldad y fuerza hacia sí mismo. Se convierte, por tanto, en el primer y único “animal enfermo”, el animal que con el tiempo no solo es el que soporta más el sufrimiento entre todos los animales de la tierra juntos, sino que es el único que lo anhela en las etapas tardías de su civilización.
En el hombre temprano, el reblandecimiento de los fuertes a causa de la moral de los bajos y de una vergüenza del hombre por el hombre, y la negación de los instintos y ese destrozar e impedir internos, lleno de contrastes, problemas, amarguras, comparaciones y conflictos; llevó a la conciencia a estadios más grandes. No solo eso, sino que fue el origen de la mutación del concepto de responsabilidad en culpa. Y de la culpa faltó poco ya para la mutación hacia el concepto de pecado.
Con ese sufrimiento interno, miles de años después, imposible de categorizar y expulsar, y con destellos (de hecho mucho más que destellos…) de aquella crueldad primigenia que tanto celebraban aquellos animales-hombres; el humano domesticado llega inevitablemente a lo que Nietzsche llama el “ideal ascético”. Este ascetismo pude tornarse diferente en forma y fondo dependiendo del individuo y su ánimo. El ideal ascético encierra una concepción diferente para los artistas, los filósofos, las mujeres, los débiles y los sacerdotes. Todos, en apariencia, recurren a la expiación o redención de su sufrir por medio de una especie de negación (superficial) de la vida. Lo hacen a través de un apartarse, de una soledad, de una privación, de un ayuno de los instintos. Pero lo más importante de todo esto no es qué tanto o cómo se privan de la realidad que intentan negar, sino la fuerza con la cual lo hacen.
La paradoja de negar la vida con una intensidad realmente viviente es a dónde quería llegar el autor con esta obra. En el caso especial del sacerdote, el maestro por excelencia del ascetismo y del nihilismo, el desarrollo histórico de los eventos ha desentrañado algo realmente Del nihilismo extremo nace una nueva afirmación a la vida: el fin de Dios.impresionante. Con esa intensidad paradójicamente negadora, y bajo la idea de la verdad absoluta, la doctrina sacerdotal ha degenerado a los individuos a los límites de la decadencia de la vida. No obstante, en ese camino estos individuos, supremamente escrupulosos, supremamente amantes de la verdad en sí, negadores de todo, quirúrgicos en sus aceptaciones, terminaron elevando el nivel de la búsqueda de las verdades a una pulcritud tal que ya los dogmas religiosos no estuvieron exentos de su minuciosidad. En efecto, y por increíble que parezca: el más severo nihilismo y la más rigurosa escrupulosidad del saber, a través de la doctrina cristiana impuesta por el sacerdote y sus métodos ascéticos, derivó en la muerte del cristianismo mismo. Los dogmas de fe ya no son suficientes y resultan estancados en el tamiz del ascetismo agudo. Todo el puritanismo racional, o analizando más a fondo, la obsesión de la verdad en sí, desembocó inesperadamente en la obsolescencia de las doctrinas sacerdotales y en el escepticismo ante los dioses. He aquí por qué “Dios ha muerto, y ha muerto de compasión por los hombres. Los hombres le hemos matado.” El sacerdote asceta ha proveído la herramienta de su propia destrucción.
Esta obra es rica en referencias literarias, así como también resulta clara en explicaciones a la vez de densa en sus conclusiones. No escasean, como es costumbre en otras obras de Nietzsche, las críticas fuertes, en especial hacia Wagner. Sin duda es una libro crucial para entender no solo el surgimiento de la moral, la conciencia, el alma, los dioses, la culpa y el pecado, sino que constituye además una base sólida para arrojar la mirada hacia la nueva aventura del hombre y hacia el cuestionamiento legítimo de la verdad como supuesta meta.
Muchos saludos.
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Que libro! Recuerdo cuando llego a mis jovenes e ingenuas manos...no volvi a ser el mismo! Saludos desde Rio de Janeiro, Corvo!!
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