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stoy sorprendido ante algo que no puede ser casualidad.
Como reacción natural a la perspectiva positivista radical que pululaba en la Europa de hace varios años, más o menos en esa brecha temporal que académicamente divide a los siglos XIX y XX, el movimiento dadaísta nació en Suiza, oponiéndose altivamente en contra de la retícula de la razón y de las pretensiones artísticas de los adinerados.
Se caracterizaba por ser una rebeldía radical en contra de todo lo establecido y planificado en las artes. De hecho, los primeros dadaístas eran tan puristas que convertían sus ideas en un modus vivendi, sublimándose ellos mismos con el caos y azar de la naturaleza, con los impulsos, con lo inconciente, con todo lo concerniente a la expresión espontánea y sin finalidad. Ser dadaísta era ser irracional, libre, sensible y opuesto a toda intención de control.
Este movimiento reaccionario fue el origen de lo que ahora conocemos como surrealismo, y en todas las variantes de surrealismo existe la esencia del dadá. Estas ideas europeas luego fueron importadas a los Estados Unidos, y ahí también florecieron durante todo el siglo XX. ¿Pero qué ocurre con Latinoamérica?
Pues, permítaseme postular una teoría con la cual intento demostrar que los latinoamericanos, y muy especialmente los venezolanos, somos dadaístas por naturaleza, y que Venezuela no es más que una gigantesca propuesta artística incomprendida. Los venezolanos son en realidad, así lo aseguro, los artistas más grandes que la humanidad haya conocido.
Hay una diferencia muy grande, en cuanto a esencia genuina de las cosas se refiere, a ser naturalmente algo y a ser reaccionariamente algo. Por ejemplo, uno muy bien pudiera ser una persona religiosa como consecuencia de una expresión propia o de una tendencia natural a las creencias de cuestiones místicas. Por otro lado, también se pudiera ser una persona religiosa pero como reacción violenta, como negación, ante la cruda realidad del mundo. En el primer caso, la religiosidad emana de lo interno hacia fuera, y en el segundo, lo contrario.
Análogamente, hay dos tipos de dadaístas: los que nacen y los construidos. Los dadaístas europeos se convirtieron en tales como reacción al positivismo. Como en el caso del religioso que reacciona en contra de la frialdad del mundo, el dadaísta de los albores del siglo XX establece una afrenta artística en contra del exacerbamiento racional: esto es un dadaísta construido. Pero más poderoso, por cuanto más natural es, es el dadaísta nato. Este último no necesita de referencias externas, sino que sigue su propio instinto. Ni siquiera sabe que es un dadaísta: simplemente hace lo que quiere. Los venezolanos estamos todos en esta categoría de dadaísmo.
El caldo de cultivo filogenético para ser un dadaísta nato se consigue al mezclar en un único territorio a indios, negros y blancos españoles, preferiblemente incultos, esclavos y pillos aventureros, describiendo de forma respectiva. Por supuesto, en dado caso de que no sea evidente, lo que se persigue con esa mezcla genética y sociocultural es que no haya un sentido de identidad social definido, en el que sean solo algunos pocos románticos los que se atrevan a hablar de un “nosotros” como venezolanos. Y más que mezcla, lo que se busca es síntesis y sincretismo. Esto es muy importante, porque de otra forma no se podría obtener a futuro, por ejemplo, ese excelente acto surrealista que es el culto a la Corte Malandra de María Lionza.
El territorio de cultivo para los futuros artistas tampoco ha de ser desdeñado. En contraste con una inclemente tundra, o con la disciplina natural que imponen cuatro estaciones al año en la conducta humana de generaciones, o con la escasez de recursos de un campo de dunas, lo mejor será colocar a nuestras variopintas castas en un clima tropical y benévolo. Sí, en esa clase de tierras en donde hasta un escupitajo al suelo es suficiente para que brote un árbol de frutas. Con el tiempo, nuestros proto-artistas, entremezclándose y a la vez rechazándose unos con otros, no crecerán con la dificultad que entrañan los climas rígidos o las tierras poco fecundas. Todo lo contrario. Lo más sensato será el reposar, dejar que el ganado se multiplique por sí solo y que el viento se encargue de los sembradíos. Y si el territorio tiene petróleo y minerales para explotar, mejor.
Muy bien, dada estas condiciones, en no muchas generaciones tendremos al dadaísta puro, de cepa, refinado en las más sublimes aptitudes del no refinamiento; programado por naturaleza misma a ser tan libre como el más tozudo de los caballos briosos. Horizonte corto, risa fácil, análisis tímido, cadencia pegajosa, inquietudes nimias, disciplina inexistente, carisma notorio, creativo maestro de los subterfugios y del aprovechamiento propio sin conciencia. Así es como debe ser.
¿Y qué es lo que ocurre cuando casi 30 millones de personas son dadaístas natos? Pues, que por flujo natural de los eventos, sin que nadie lo haya planificado así, el territorio venezolano en donde viven resulta ser una obra dadá respirante, mutable, que vive y se retroalimenta. Sí, así es: Venezuela es la obra maestra del dadaísmo, es la exponente suprema del surrealismo y por si fuera poco, de la expresión kitsch y naïve.
En ninguna otra obra de arte de la que se sepa en toda la historia y prehistoria del humano, en ninguna, se ha llegado a tal grado de magisterio en la expresión de una propuesta artística. Desafiando toda categorización tradicional basada en pintura, escultura, literatura…, en fin, desafiando a todo medio de expresión artística, el país mismo es la obra. Venezuela es una obra de arte kitsch, naïve y surrealista.Sus academias educan para realidades lejanas de países desarrollados, sus egresados salen con conocimientos inútiles para la praxis inmediata; los policías son más temidos que los maleantes, los maleantes son objeto de culto religioso, en combinación con próceres patrios, vírgenes católicas e indias desnudas que cabalgan dantas. Los motorizados son anárquicos enjambres de abejas de las calles de la ciudad, se invierten 4 horas como mínimo en el tráfico diario, en edificios se hace fila para esperar un ascensor que tarda más de 20 minutos en subir y bajar, si es que hay ascensor.
Los transportes públicos son los regentes móviles de música estruendosa y kitsch, mientras que pedigüeños variados (incluso los hay de los que amenazan a los pasajeros diciendo ser ex-penitenciarios) solicitan cualquier cantidad de dinero a cambio de sus anodinos servicios. También simplemente pueden robar. El transporte subterráneo generalmente colapsado por el hacinamiento, sin que eso justifique trato especial ni mantenimiento de sus sistemas, los doctores ganan menos que los quiosqueros, los panaderos ganan más que los ingenieros, los ayudantes docentes ganan más que los profesores, unos zapatos valen más que una vida. Morirse es un lujo extremadamente costoso y engorroso, económica y burocráticamente hablando. Morirse es lo más fácil que puede suceder un fin de semana.
Se desdeña a los que saben, se desprecia a los de abajo, se resiente de los de arriba. Diputados apenas post púberes, cónsules camioneros, presidentes militares, socialismos en el siglo XXI, marxismos bolivarianos, cristianismos marxistas, socialistas millonarios, golpistas satanizando golpes de estado. Legislaciones fundadas en la artificialidad y en idealismos innaturales y anacrónicos, presidentes del congreso ebrios, Sábado Sensacional, entes burocráticos que jamás dan respuestas, pueblo acostumbrado a ser maltratado a todo nivel. País de recursos que importa casi todos sus insumos, escalinatas infinitas para llegar a un habitáculo desnudo y sin friso, presos que gobiernan las cárceles al punto de salir y entrar a ellas a placer, catolicismo hipócrita, oscurantismo religioso a granel, ocho horas mínimas de trabajo, canasta alimentaria superior al mínimo sueldo legislado, Joselo, adolescentes con bigotes decolorados y maestros del mal gusto.
Los discursos políticos son convocatorias de argumentos ad hominem, y la gente aplaude no por contenido, sino por la forma o por la palabrería naïve con mejor acabado. Hay orgullo por los que son altos jerarcas sin haber estudiado nunca, hay admiración por el que tiene dinero con el menor esfuerzo. Una vivienda se podría cancelar en un par de siglos a base de un sueldo común, los automóviles antiguos valen más que los nuevos, Jesucristo posa en murales con una ametralladora en la mano, personajes de Looney Tunes decoran postales y en retratos que se autoafirman originales, además de que en ocasiones advierten acerca de las desventajas de la envidia. Todo lo propio es constantemente vigilado, y si se puede, enrejado o susceptible de cerrojos.
Se podría continuar, enumerando cada manifestación artística, cada rebeldía dadá, cada muro levantado en contra de la razón rigidizadora y fría, pero sería fútil. Ya el punto parece estar demostrado, y solo lo hago esquemáticamente formal a través de la siguiente interrogante: ¿Es que todo esto acaso es obra de la casualidad? ¿No es sensato pensar que existe una multitudinaria conspiración, enmarcada en una gigantesca propuesta de arte, detrás de todo esto?
¿De qué otra forma, pues, podría explicarse que una sociedad entera juegue al Cadáver Exquisito en todas sus estructuras? Venezuela funge como una gigantesca academia de parkour, como un Gato Andaluz que late por sí mismo. Su gente hace un Pollock cuando realiza las diligencias del día a día, la práctica laboral evoca a Magritte. El trato entre cada ciudadano es cuasi caricaturesco, tanto, que los caricaturistas no deben imaginar mucho para plasmar sus ideas. Se podría pensar incluso que nada de lo dicho es arte, pero precisamente eso es lo que le han despotricado a surrealistas afamados como Damian Hirst…
Sí, ésta es mi teoría. Hemos sido unos incomprendidos, unos David Firth convertidos en ciudadanos; cada uno con su comportamiento sublimado al arte, y todos haciendo, rehaciendo y retroalimentando a la pieza artística más sublime jamás concebida en el mundo dadaísta. Cualquiera que intente participar en ella tendrá que deshacerse de las razones, de las planificaciones y de lo escrito. Negarse a ello y convivir entre tantos artistas podría repercutir en altos sacrificios: lo mejor será dejarse llevar, entender este concepto y dejar de refunfuñar. Por lo menos así me lo he inventado, para encontrar simpatía en vivir aquí.
Como reacción natural a la perspectiva positivista radical que pululaba en la Europa de hace varios años, más o menos en esa brecha temporal que académicamente divide a los siglos XIX y XX, el movimiento dadaísta nació en Suiza, oponiéndose altivamente en contra de la retícula de la razón y de las pretensiones artísticas de los adinerados.
Se caracterizaba por ser una rebeldía radical en contra de todo lo establecido y planificado en las artes. De hecho, los primeros dadaístas eran tan puristas que convertían sus ideas en un modus vivendi, sublimándose ellos mismos con el caos y azar de la naturaleza, con los impulsos, con lo inconciente, con todo lo concerniente a la expresión espontánea y sin finalidad. Ser dadaísta era ser irracional, libre, sensible y opuesto a toda intención de control.
Este movimiento reaccionario fue el origen de lo que ahora conocemos como surrealismo, y en todas las variantes de surrealismo existe la esencia del dadá. Estas ideas europeas luego fueron importadas a los Estados Unidos, y ahí también florecieron durante todo el siglo XX. ¿Pero qué ocurre con Latinoamérica?
Pues, permítaseme postular una teoría con la cual intento demostrar que los latinoamericanos, y muy especialmente los venezolanos, somos dadaístas por naturaleza, y que Venezuela no es más que una gigantesca propuesta artística incomprendida. Los venezolanos son en realidad, así lo aseguro, los artistas más grandes que la humanidad haya conocido.
Hay una diferencia muy grande, en cuanto a esencia genuina de las cosas se refiere, a ser naturalmente algo y a ser reaccionariamente algo. Por ejemplo, uno muy bien pudiera ser una persona religiosa como consecuencia de una expresión propia o de una tendencia natural a las creencias de cuestiones místicas. Por otro lado, también se pudiera ser una persona religiosa pero como reacción violenta, como negación, ante la cruda realidad del mundo. En el primer caso, la religiosidad emana de lo interno hacia fuera, y en el segundo, lo contrario.
Análogamente, hay dos tipos de dadaístas: los que nacen y los construidos. Los dadaístas europeos se convirtieron en tales como reacción al positivismo. Como en el caso del religioso que reacciona en contra de la frialdad del mundo, el dadaísta de los albores del siglo XX establece una afrenta artística en contra del exacerbamiento racional: esto es un dadaísta construido. Pero más poderoso, por cuanto más natural es, es el dadaísta nato. Este último no necesita de referencias externas, sino que sigue su propio instinto. Ni siquiera sabe que es un dadaísta: simplemente hace lo que quiere. Los venezolanos estamos todos en esta categoría de dadaísmo.
El caldo de cultivo filogenético para ser un dadaísta nato se consigue al mezclar en un único territorio a indios, negros y blancos españoles, preferiblemente incultos, esclavos y pillos aventureros, describiendo de forma respectiva. Por supuesto, en dado caso de que no sea evidente, lo que se persigue con esa mezcla genética y sociocultural es que no haya un sentido de identidad social definido, en el que sean solo algunos pocos románticos los que se atrevan a hablar de un “nosotros” como venezolanos. Y más que mezcla, lo que se busca es síntesis y sincretismo. Esto es muy importante, porque de otra forma no se podría obtener a futuro, por ejemplo, ese excelente acto surrealista que es el culto a la Corte Malandra de María Lionza.
El territorio de cultivo para los futuros artistas tampoco ha de ser desdeñado. En contraste con una inclemente tundra, o con la disciplina natural que imponen cuatro estaciones al año en la conducta humana de generaciones, o con la escasez de recursos de un campo de dunas, lo mejor será colocar a nuestras variopintas castas en un clima tropical y benévolo. Sí, en esa clase de tierras en donde hasta un escupitajo al suelo es suficiente para que brote un árbol de frutas. Con el tiempo, nuestros proto-artistas, entremezclándose y a la vez rechazándose unos con otros, no crecerán con la dificultad que entrañan los climas rígidos o las tierras poco fecundas. Todo lo contrario. Lo más sensato será el reposar, dejar que el ganado se multiplique por sí solo y que el viento se encargue de los sembradíos. Y si el territorio tiene petróleo y minerales para explotar, mejor.
Muy bien, dada estas condiciones, en no muchas generaciones tendremos al dadaísta puro, de cepa, refinado en las más sublimes aptitudes del no refinamiento; programado por naturaleza misma a ser tan libre como el más tozudo de los caballos briosos. Horizonte corto, risa fácil, análisis tímido, cadencia pegajosa, inquietudes nimias, disciplina inexistente, carisma notorio, creativo maestro de los subterfugios y del aprovechamiento propio sin conciencia. Así es como debe ser.
¿Y qué es lo que ocurre cuando casi 30 millones de personas son dadaístas natos? Pues, que por flujo natural de los eventos, sin que nadie lo haya planificado así, el territorio venezolano en donde viven resulta ser una obra dadá respirante, mutable, que vive y se retroalimenta. Sí, así es: Venezuela es la obra maestra del dadaísmo, es la exponente suprema del surrealismo y por si fuera poco, de la expresión kitsch y naïve.
En ninguna otra obra de arte de la que se sepa en toda la historia y prehistoria del humano, en ninguna, se ha llegado a tal grado de magisterio en la expresión de una propuesta artística. Desafiando toda categorización tradicional basada en pintura, escultura, literatura…, en fin, desafiando a todo medio de expresión artística, el país mismo es la obra. Venezuela es una obra de arte kitsch, naïve y surrealista.Sus academias educan para realidades lejanas de países desarrollados, sus egresados salen con conocimientos inútiles para la praxis inmediata; los policías son más temidos que los maleantes, los maleantes son objeto de culto religioso, en combinación con próceres patrios, vírgenes católicas e indias desnudas que cabalgan dantas. Los motorizados son anárquicos enjambres de abejas de las calles de la ciudad, se invierten 4 horas como mínimo en el tráfico diario, en edificios se hace fila para esperar un ascensor que tarda más de 20 minutos en subir y bajar, si es que hay ascensor.
Los transportes públicos son los regentes móviles de música estruendosa y kitsch, mientras que pedigüeños variados (incluso los hay de los que amenazan a los pasajeros diciendo ser ex-penitenciarios) solicitan cualquier cantidad de dinero a cambio de sus anodinos servicios. También simplemente pueden robar. El transporte subterráneo generalmente colapsado por el hacinamiento, sin que eso justifique trato especial ni mantenimiento de sus sistemas, los doctores ganan menos que los quiosqueros, los panaderos ganan más que los ingenieros, los ayudantes docentes ganan más que los profesores, unos zapatos valen más que una vida. Morirse es un lujo extremadamente costoso y engorroso, económica y burocráticamente hablando. Morirse es lo más fácil que puede suceder un fin de semana.
Se desdeña a los que saben, se desprecia a los de abajo, se resiente de los de arriba. Diputados apenas post púberes, cónsules camioneros, presidentes militares, socialismos en el siglo XXI, marxismos bolivarianos, cristianismos marxistas, socialistas millonarios, golpistas satanizando golpes de estado. Legislaciones fundadas en la artificialidad y en idealismos innaturales y anacrónicos, presidentes del congreso ebrios, Sábado Sensacional, entes burocráticos que jamás dan respuestas, pueblo acostumbrado a ser maltratado a todo nivel. País de recursos que importa casi todos sus insumos, escalinatas infinitas para llegar a un habitáculo desnudo y sin friso, presos que gobiernan las cárceles al punto de salir y entrar a ellas a placer, catolicismo hipócrita, oscurantismo religioso a granel, ocho horas mínimas de trabajo, canasta alimentaria superior al mínimo sueldo legislado, Joselo, adolescentes con bigotes decolorados y maestros del mal gusto.
Los discursos políticos son convocatorias de argumentos ad hominem, y la gente aplaude no por contenido, sino por la forma o por la palabrería naïve con mejor acabado. Hay orgullo por los que son altos jerarcas sin haber estudiado nunca, hay admiración por el que tiene dinero con el menor esfuerzo. Una vivienda se podría cancelar en un par de siglos a base de un sueldo común, los automóviles antiguos valen más que los nuevos, Jesucristo posa en murales con una ametralladora en la mano, personajes de Looney Tunes decoran postales y en retratos que se autoafirman originales, además de que en ocasiones advierten acerca de las desventajas de la envidia. Todo lo propio es constantemente vigilado, y si se puede, enrejado o susceptible de cerrojos.
Se podría continuar, enumerando cada manifestación artística, cada rebeldía dadá, cada muro levantado en contra de la razón rigidizadora y fría, pero sería fútil. Ya el punto parece estar demostrado, y solo lo hago esquemáticamente formal a través de la siguiente interrogante: ¿Es que todo esto acaso es obra de la casualidad? ¿No es sensato pensar que existe una multitudinaria conspiración, enmarcada en una gigantesca propuesta de arte, detrás de todo esto?
¿De qué otra forma, pues, podría explicarse que una sociedad entera juegue al Cadáver Exquisito en todas sus estructuras? Venezuela funge como una gigantesca academia de parkour, como un Gato Andaluz que late por sí mismo. Su gente hace un Pollock cuando realiza las diligencias del día a día, la práctica laboral evoca a Magritte. El trato entre cada ciudadano es cuasi caricaturesco, tanto, que los caricaturistas no deben imaginar mucho para plasmar sus ideas. Se podría pensar incluso que nada de lo dicho es arte, pero precisamente eso es lo que le han despotricado a surrealistas afamados como Damian Hirst…
Sí, ésta es mi teoría. Hemos sido unos incomprendidos, unos David Firth convertidos en ciudadanos; cada uno con su comportamiento sublimado al arte, y todos haciendo, rehaciendo y retroalimentando a la pieza artística más sublime jamás concebida en el mundo dadaísta. Cualquiera que intente participar en ella tendrá que deshacerse de las razones, de las planificaciones y de lo escrito. Negarse a ello y convivir entre tantos artistas podría repercutir en altos sacrificios: lo mejor será dejarse llevar, entender este concepto y dejar de refunfuñar. Por lo menos así me lo he inventado, para encontrar simpatía en vivir aquí.
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Interesante, hermano. Me he adentrado en el tema de la venezolanidad por una inquietud que tengo desde hace tiempo de establecer los posibles parámetros o estandartes que identifican a esta nación. Hace unos meses expuse el tema del apego del venezolano a la heroicidad deportiva extranjera, la cual es un buen indicativo del rango de valores y afectos que tiene. Obviamente, en un país que tiene una desastrosa cultura como Venezuela, estos elementos no pueden dejarse de lado.
ResponderEliminarAunque el dadaísmo tiene un origen más sublime que los vinculados al "desnalgue criollo", pareciera que esa esencia arribista e irreverente propia de la corriente artística está presente en la cotidianidad nacional.
Un gran saludo =D
¡Muchas gracias por tu comentario Jordan! Pues, en mi caso, para intentar comprender la conducta del venezolano, siempre lo imagino como un niño de 10 años. Todo lo bueno y todo lo malo se me explica por sí solo cuando lo veo así.
ResponderEliminarEstaré muy interesado en tu análisis deportivo. Un fuerte abrazo.