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os venezolanos se caracterizan por adolecer, lamentablemente, de memoria histórica. Son muy susceptibles de olvidar las fruslerías que brotan de los labios políticos presentes y pasados. Muy en congruencia con los apologistas de la teoría de una historia cíclica, se dice que lo que acontece en la actualidad venezolana, aunque con ciertos elementos novedosos, no es más que una repetida edición de lo que ya ha pasado en esa tierra una, otra, y otra vez. Cipriano Castro constituye no menos que una fuerte evidencia de ello.
Pero no solo se adolece de aquello, sino que como en toda Latinoamérica, la esencia misma de lo que significa una nación, una patria, un estado y, particularmente, una república, no cala en la sien de, ni siquiera, la clase dirigente del conjunto de países en cuestión. Son palabras huecas, que suenan bien porque estamos acostumbrados a asociarlas desde infantes con las virtudes ciudadanas, pero sencillamente no las entendemos y mucho menos profundizamos. Desde niños alabamos la democracia, la libertad, el “hay que obedecer las leyes”, el “si no haces tal o cual los policías te encarcelan”. Votamos cuando hay que votar, sabemos que hay alcaldes y gobernadores que existen para repartirse la labor de gobernar, marchamos y protestamos cuando un “dirigente político” (o algún otro espontáneo) nos convoca porque hay una constitución que nos concede permiso para ello; pero ya, nada más. He ahí todo el entendimiento de lo que son los fundamentos de la República Bolivariana de Venezuela. No es de sorprender que nos gobiernen los que nos gobiernan.
Los venezolanos en general, y en el mejor de los casos, asociarán a Platón a algún filósofo que alguna vez existió. No se pretende de ninguna manera que sean expertos en filosofía, pero el no saber ni media referencia acerca de este gran hombre es una de las cuestiones más lamentables que hace expresa y dolientemente vívida la mínima cultura de la población. Su inmensa miopía académica (en contraste con su gran dominio de la “viveza criolla”) quizás no valore que lo que Platón ha dicho en su tratado “La República”, libro en el que se demuestra que desde hace más de un par de milenios la democracia era muy subestimada como método eficaz de gobierno. No solo eso, sino que resulta casi profético cómo es descrito el inevitable paso de la democracia a la tiranía, y de cómo una persona demócrata es convertible en tirano.
Con la esperanza (quizás ingenua) de causar así sea un atisbo de asombro, lo suficientemente poderoso como para confrontar por unos segundos, en la mente del venezolano, el dogma del fundamentalismo democrático en el que vivimos, y de inquirirle un asertivo acercamiento a la educación y a la profundización de las ideas más importantes, debo referirme a la obra anteriormente mencionada, recalcando el contenido que ahora más que nunca tiene una palpabilidad real y asombrosa con nuestro día a día político.
Explicándolo a grandes rasgos, la república de Platón es una manejada bajo la modalidad de noocracia (o una aristocracia de filósofos), en donde cada persona, de acuerdo a sus aptitudes, es colocada en su debido oficio. Sólo los espíritus más excepcionales, que hayan demostrado una rectitud indiscutible en su vida joven y adulta, y que encuentren facilidad y gozo en las más profundas reflexiones, son aquellos que son más cercanos a la idea verdadera del bien; y por lo tanto, aunque su naturaleza por ser de esta manera renegará, en principio, de todo cargo público, son los únicos capaces de guiar con sabiduría a la nación. La sociedad estipulada es una meticulosamente ordenada según los preceptos de la razón, y cada detalle de la vida diaria es cuidado para que funja de manera armónica, en consonancia con lo mejor que se podía extraer de la educación griega.
De esta aristocracia de sabios, la cual era el modelo más acabado de gobierno, degeneraban, gracias a los vicios y al alejamiento de la razón, los demás sistemas de gobierno conocidos. A más desvío de este modelo, más se degeneraba esta mencionada aristocracia en sistemas como oligarquías, democracias y tiranías; en orden de envilecimiento del modelo ideal.
Platón, en el libro octavo de “La República”, realiza interesantes paralelismos entre las modalidades de gobierno y los hombres que pertenecen a las mismas. Dichos paralelismos recuerdan mucho a la máxima que reza que “cada nación tiene el gobernante que se merece”. Pues bien, en lo que a los gobiernos democráticos respecta, el filósofo explica en primer lugar cómo en efecto un gobierno democrático es una copia fiel, una extrapolación fidedigna, de un hombre democrático.
El hombre democrático es un amante de la libertad, se ufana de ella y la vive en intensidad, pero tal cual como un adolescente (y habiéndose desviado gravemente del ideal aristocrático sabio), disfruta de la vida con total ligereza, olvidando las bases y fundamentos mismos que lo hacen libre. Desdeña y hasta sataniza los principios fundamentales de la razón; no reflexiona, vive por vivir y siente que tiene derecho a todo, entregado a todos y cada uno de los placeres de los cuales puede sacar beneficio. Como dice Platón, en ese estado confunde “la insolencia con la cultura, la anarquía con la libertad, el libertinaje con la magnificencia, la desvergüenza con el valor”. La trascendencia de la realidad a la pureza del mundo de las ideas deja de tomar relevancia, si es que alguna vez la tiene, y este hombre engañado en su felicidad se degenera hasta convertirse en tirano.
¿Y cómo ocurre esta degeneración? Pues con ese exceso de libertad, desembocando en el libertinaje puro. Tanto glorifica la libertad este hombre demócrata, que termina adentrándose en las esferas del libertinaje. Pierde el control, no razona, aborrece todo límite, sobrevalora toda individualidad. Una sociedad inmersa en tal derroche libertino no infunde ni promueve el respeto ni a la razón, ni a la competencia de cada quien. Muy pronto ese “derecho” a ser extremadamente libre se adueña del corazón del hombre democrático, y termina por rebelarse ante toda forma de coacción, así sea razonable y necesaria. Todos se autodenominan iguales a todos, en naturaleza y competencias. Los hijos se consideran iguales a sus padres, los alumnos a sus maestros, los jóvenes a los ancianos, los analfabetas a los ilustrados; y de manera definitiva, los ciudadanos a sus magistrados. Al final, las leyes y moral se transforman en mandatos huecos, pues ya no hay legislación que pueda obedecerse o que limite a alguna persona. Al final, no se tiene la menor idea de las diferencias necesarias: el pueblo es el gobernante, el gobernante es el pueblo.
Irónicamente, como bien lo explica Platón, “puede decirse con verdad que no se puede incurrir en un exceso sin exponerse a caer en el exceso contrario. Por consiguiente, lo mismo con relación a un Estado que con relación a un simple particular, la libertad excesiva debe producir, tarde o temprano, un exceso de servidumbre. Por tanto, es natural que la tiranía tenga su origen en el gobierno popular, es decir, que a la libertad más completa y más ilimitada suceda el despotismo más absoluto y más intolerable.”
Estas asombrosas palabras de Platón, tengo la certeza de ello, retumbarán en los ciudadanos venezolanos preocupados por los movimientos políticos del acontecer de hoy. Pero aún debo decir que digna de estupefacción es la descripción de la tiranía que hace el gran pensador. En efecto, una vez que el populacho se hace con el poder por medio de alguna vía u otra, ejerce lo que sus pasiones (y no la razón) han desarrollado a lo largo de esa excesiva libertad democrática, la cual ha embriagado hasta el límite todos sus sentidos sin el menor control.
Dados estos acontecimientos, se explica que “en este Estado los más entendidos y los más prudentes en su conducta son también de ordinario los más ricos. De éstos, sin duda son de los que los zánganos sacan más miel y con más facilidad. Así es que dan a los ricos el nombre de ‘pasto para los zánganos’”. La plebe, compuesta de la clase obrera, que apenas tienen con qué vivir y están ajenos a todos los negocios del patrimonio público, suele ser la más numerosa, lo cual los hace poseedores de un enorme poder político implícito en vista de que el Estado es democrático. Por esto –prosigue Platón, “los que presiden a las asambleas hacen los mayores esfuerzos en proporcionárselas (a la plebe). Con esta idea se apoderan de los bienes de los ricos, que reparten con el pueblo, procurando siempre quedarse ellos con la mejor parte.
Sin embargo los ricos, viéndose despojados de sus bienes, sienten la necesidad de defenderse, se quejan al pueblo, y emplean todos los medios posibles para poner sus bienes al abrigo de tales rapiñas. Los otros, a su vez, los acusan, inocentes y todo como son, de querer introducir la turbación en el Estado, de conspirar contra la libertad del pueblo y de formar una facción oligárquica. Pero cuando los acusados se percatan de que el pueblo, más que por mala voluntad, por ignorancia y seducido por los artificios de sus calumniadores, se pone de parte de estos últimos; entonces, quieran ellos o no quieran, se hacen de hecho oligárquicos.”
Siguiendo con los razonamientos de toda esta convulsión social, se derivan "La servidumbre más dura y más amarga sucede a una libertad excesiva y desordenada."enjuiciamientos y condenas por doquier, denunciando a los que opinan de manera contraria y a los que antiguamente poseían el mando por derecho propio y mérito. De esta cadena de sucesos, se explica, siempre resaltará algún líder, el cual se arrogará la protección del pueblo y el cual será el acusador y perseguidor más destacado. Como es fácil suponer, éste autodenominado benefactor se granjeará muchos enemigos, y muy pronto sabrá que su vida o libertad tiene peligro. Recurre entonces al poder más grande que tiene, que es el apoyo popular, y en vista de su situación complicada, les pide que le otorguen más derechos y poderes que a ninguno para poder efectuar con mayor campo su defensa de los intereses de la comuna. “El pueblo se los concede, temiéndolo todo por su defensor y nada para sí mismo.”
Así, en medio de la inocencia (que en mi opinión es un eufemismo de la ignorancia), del resentimiento y del contexto político tumultuoso, asciende al poder máximo el tirano.
¿Cómo se desarrolla el tirano una vez que está en el poder? “Por lo pronto, en los primeros días de su dominación, sonríe graciosamente a todos los que encuentra, ¿y no llega hasta decir que ni remotamente piensa en ser tirano? ¿No hace las más pomposas promesas en público y en particular, librando a todos de sus deudas, repartiendo las tierras entre el pueblo y sus favoritos y tratando a todo el mundo con una dulzura y una terneza de padre? Cuando se ve libre de sus enemigos exteriores, en parte por transacciones, en parte por victorias, y se da cuenta seguro por este lado, tiene cuidado de mantener siempre en pie algunas semillas de guerra, para que el pueblo sienta la necesidad de un jefe. Y sobretodo, para que los ciudadanos empobrecidos por los impuestos que exige la guerra, solo piensen en sus diarias necesidades, y no se hallen en estado de conspirar contra él. Y también hace esto para tener un medio seguro de deshacerse de los de corazón demasiado altivo para someterse a su voluntad, exponiéndolos a los ataques del enemigo. Por todas estas razones es preciso que un tirano tenga siempre entre manos algún provecho de guerra.”
Las personas que han ayudado al tirano a ascender al poder son, con toda probabilidad, las que después de él ostentan mayor poder en la nación. Eso les crea la ingenua sensación de poder tutearse con él sin el menor temor, e incluso de cuestionarle algunas ideas y desaprobarlas. El tirano, defendiendo su posición, no permitirá tales atribuciones; y así como ha extinguido toda oposición y enemigos contrarios a su bando, debe eliminar políticamente a todo adversario posible dentro del suyo, ocasionando, no para menos, graves rencillas internas. De aquí que ante tal presión y peligro producto de sus pésimas prácticas, debido a sus ya incontables enemigos, debe refugiar su guarda no en los suyos, sino en extranjeros contratados para ello. Asimismo, para mantener a los fieles de su apoyo popular, que ante estas circunstancias también estarán entre diatribas internas, debe sobornarlos para tal fin. “Si paga bien, acudirán en gran número de todas partes.”
No pasará mucho tiempo para que el tirano mantenga su posición a un alto coste, extrayendo las riquezas de ámbitos y patrimonios que no le son propios, sino del pueblo mismo. Ante su actuar y su invulnerabilidad, “el pueblo verá qué hijo ha engendrado, acariciado y encumbrado, y que los que intenta arrojar son más fuertes que él. Y he aquí que hemos llegado a lo que todo el mundo llama tiranía. El pueblo, queriendo evitar, como suele decirse, el humo de la esclavitud de los hombres libres, cae en el fuego del despotismo de los esclavos, y ve que la servidumbre más dura y más amarga sucede a una libertad excesiva y desordenada.”
Y prácticamente así es que termina el libro octavo de “La República”. Este libro fue escrito hace 2500 años…
Venezolano: ¿qué pasa por tu mente? ¿Qué te sucede? ¿Has madurado en tu ciudadanía? ¿No ha sido suficientemente clara la sabiduría antigua? ¿Persistes en despreciar la historia y la cultura? ¿Quién eres? ¿Qué deseas? ¿Permitirás que te sacrifiquen como a los corderos? ¿Serás el servil de un tirano? ¿Concederás ser enajenado de tus derechos? ¿Has entendido que sólo tú eres el responsable que lo que te aqueja? ¿Has comprendido que tu pasividad y tu ignorancia, tu igualitarismo a ultranza y tu inmadurez política, son los únicos responsables de lo que sucede?
¿Y ahora qué harás? ¿Seguirás vanagloriándote de la libertad? ¿Seguirás farfullando igualdades y democracias? Por favor, ilústrate, pues el tiempo, luego de 11 años, ya se agotó:
Pero no solo se adolece de aquello, sino que como en toda Latinoamérica, la esencia misma de lo que significa una nación, una patria, un estado y, particularmente, una república, no cala en la sien de, ni siquiera, la clase dirigente del conjunto de países en cuestión. Son palabras huecas, que suenan bien porque estamos acostumbrados a asociarlas desde infantes con las virtudes ciudadanas, pero sencillamente no las entendemos y mucho menos profundizamos. Desde niños alabamos la democracia, la libertad, el “hay que obedecer las leyes”, el “si no haces tal o cual los policías te encarcelan”. Votamos cuando hay que votar, sabemos que hay alcaldes y gobernadores que existen para repartirse la labor de gobernar, marchamos y protestamos cuando un “dirigente político” (o algún otro espontáneo) nos convoca porque hay una constitución que nos concede permiso para ello; pero ya, nada más. He ahí todo el entendimiento de lo que son los fundamentos de la República Bolivariana de Venezuela. No es de sorprender que nos gobiernen los que nos gobiernan.
Los venezolanos en general, y en el mejor de los casos, asociarán a Platón a algún filósofo que alguna vez existió. No se pretende de ninguna manera que sean expertos en filosofía, pero el no saber ni media referencia acerca de este gran hombre es una de las cuestiones más lamentables que hace expresa y dolientemente vívida la mínima cultura de la población. Su inmensa miopía académica (en contraste con su gran dominio de la “viveza criolla”) quizás no valore que lo que Platón ha dicho en su tratado “La República”, libro en el que se demuestra que desde hace más de un par de milenios la democracia era muy subestimada como método eficaz de gobierno. No solo eso, sino que resulta casi profético cómo es descrito el inevitable paso de la democracia a la tiranía, y de cómo una persona demócrata es convertible en tirano.
Con la esperanza (quizás ingenua) de causar así sea un atisbo de asombro, lo suficientemente poderoso como para confrontar por unos segundos, en la mente del venezolano, el dogma del fundamentalismo democrático en el que vivimos, y de inquirirle un asertivo acercamiento a la educación y a la profundización de las ideas más importantes, debo referirme a la obra anteriormente mencionada, recalcando el contenido que ahora más que nunca tiene una palpabilidad real y asombrosa con nuestro día a día político.
Explicándolo a grandes rasgos, la república de Platón es una manejada bajo la modalidad de noocracia (o una aristocracia de filósofos), en donde cada persona, de acuerdo a sus aptitudes, es colocada en su debido oficio. Sólo los espíritus más excepcionales, que hayan demostrado una rectitud indiscutible en su vida joven y adulta, y que encuentren facilidad y gozo en las más profundas reflexiones, son aquellos que son más cercanos a la idea verdadera del bien; y por lo tanto, aunque su naturaleza por ser de esta manera renegará, en principio, de todo cargo público, son los únicos capaces de guiar con sabiduría a la nación. La sociedad estipulada es una meticulosamente ordenada según los preceptos de la razón, y cada detalle de la vida diaria es cuidado para que funja de manera armónica, en consonancia con lo mejor que se podía extraer de la educación griega.
De esta aristocracia de sabios, la cual era el modelo más acabado de gobierno, degeneraban, gracias a los vicios y al alejamiento de la razón, los demás sistemas de gobierno conocidos. A más desvío de este modelo, más se degeneraba esta mencionada aristocracia en sistemas como oligarquías, democracias y tiranías; en orden de envilecimiento del modelo ideal.
Platón, en el libro octavo de “La República”, realiza interesantes paralelismos entre las modalidades de gobierno y los hombres que pertenecen a las mismas. Dichos paralelismos recuerdan mucho a la máxima que reza que “cada nación tiene el gobernante que se merece”. Pues bien, en lo que a los gobiernos democráticos respecta, el filósofo explica en primer lugar cómo en efecto un gobierno democrático es una copia fiel, una extrapolación fidedigna, de un hombre democrático.
El hombre democrático es un amante de la libertad, se ufana de ella y la vive en intensidad, pero tal cual como un adolescente (y habiéndose desviado gravemente del ideal aristocrático sabio), disfruta de la vida con total ligereza, olvidando las bases y fundamentos mismos que lo hacen libre. Desdeña y hasta sataniza los principios fundamentales de la razón; no reflexiona, vive por vivir y siente que tiene derecho a todo, entregado a todos y cada uno de los placeres de los cuales puede sacar beneficio. Como dice Platón, en ese estado confunde “la insolencia con la cultura, la anarquía con la libertad, el libertinaje con la magnificencia, la desvergüenza con el valor”. La trascendencia de la realidad a la pureza del mundo de las ideas deja de tomar relevancia, si es que alguna vez la tiene, y este hombre engañado en su felicidad se degenera hasta convertirse en tirano.
¿Y cómo ocurre esta degeneración? Pues con ese exceso de libertad, desembocando en el libertinaje puro. Tanto glorifica la libertad este hombre demócrata, que termina adentrándose en las esferas del libertinaje. Pierde el control, no razona, aborrece todo límite, sobrevalora toda individualidad. Una sociedad inmersa en tal derroche libertino no infunde ni promueve el respeto ni a la razón, ni a la competencia de cada quien. Muy pronto ese “derecho” a ser extremadamente libre se adueña del corazón del hombre democrático, y termina por rebelarse ante toda forma de coacción, así sea razonable y necesaria. Todos se autodenominan iguales a todos, en naturaleza y competencias. Los hijos se consideran iguales a sus padres, los alumnos a sus maestros, los jóvenes a los ancianos, los analfabetas a los ilustrados; y de manera definitiva, los ciudadanos a sus magistrados. Al final, las leyes y moral se transforman en mandatos huecos, pues ya no hay legislación que pueda obedecerse o que limite a alguna persona. Al final, no se tiene la menor idea de las diferencias necesarias: el pueblo es el gobernante, el gobernante es el pueblo.
Irónicamente, como bien lo explica Platón, “puede decirse con verdad que no se puede incurrir en un exceso sin exponerse a caer en el exceso contrario. Por consiguiente, lo mismo con relación a un Estado que con relación a un simple particular, la libertad excesiva debe producir, tarde o temprano, un exceso de servidumbre. Por tanto, es natural que la tiranía tenga su origen en el gobierno popular, es decir, que a la libertad más completa y más ilimitada suceda el despotismo más absoluto y más intolerable.”
Estas asombrosas palabras de Platón, tengo la certeza de ello, retumbarán en los ciudadanos venezolanos preocupados por los movimientos políticos del acontecer de hoy. Pero aún debo decir que digna de estupefacción es la descripción de la tiranía que hace el gran pensador. En efecto, una vez que el populacho se hace con el poder por medio de alguna vía u otra, ejerce lo que sus pasiones (y no la razón) han desarrollado a lo largo de esa excesiva libertad democrática, la cual ha embriagado hasta el límite todos sus sentidos sin el menor control.
Dados estos acontecimientos, se explica que “en este Estado los más entendidos y los más prudentes en su conducta son también de ordinario los más ricos. De éstos, sin duda son de los que los zánganos sacan más miel y con más facilidad. Así es que dan a los ricos el nombre de ‘pasto para los zánganos’”. La plebe, compuesta de la clase obrera, que apenas tienen con qué vivir y están ajenos a todos los negocios del patrimonio público, suele ser la más numerosa, lo cual los hace poseedores de un enorme poder político implícito en vista de que el Estado es democrático. Por esto –prosigue Platón, “los que presiden a las asambleas hacen los mayores esfuerzos en proporcionárselas (a la plebe). Con esta idea se apoderan de los bienes de los ricos, que reparten con el pueblo, procurando siempre quedarse ellos con la mejor parte.
Sin embargo los ricos, viéndose despojados de sus bienes, sienten la necesidad de defenderse, se quejan al pueblo, y emplean todos los medios posibles para poner sus bienes al abrigo de tales rapiñas. Los otros, a su vez, los acusan, inocentes y todo como son, de querer introducir la turbación en el Estado, de conspirar contra la libertad del pueblo y de formar una facción oligárquica. Pero cuando los acusados se percatan de que el pueblo, más que por mala voluntad, por ignorancia y seducido por los artificios de sus calumniadores, se pone de parte de estos últimos; entonces, quieran ellos o no quieran, se hacen de hecho oligárquicos.”
Siguiendo con los razonamientos de toda esta convulsión social, se derivan "La servidumbre más dura y más amarga sucede a una libertad excesiva y desordenada."enjuiciamientos y condenas por doquier, denunciando a los que opinan de manera contraria y a los que antiguamente poseían el mando por derecho propio y mérito. De esta cadena de sucesos, se explica, siempre resaltará algún líder, el cual se arrogará la protección del pueblo y el cual será el acusador y perseguidor más destacado. Como es fácil suponer, éste autodenominado benefactor se granjeará muchos enemigos, y muy pronto sabrá que su vida o libertad tiene peligro. Recurre entonces al poder más grande que tiene, que es el apoyo popular, y en vista de su situación complicada, les pide que le otorguen más derechos y poderes que a ninguno para poder efectuar con mayor campo su defensa de los intereses de la comuna. “El pueblo se los concede, temiéndolo todo por su defensor y nada para sí mismo.”
Así, en medio de la inocencia (que en mi opinión es un eufemismo de la ignorancia), del resentimiento y del contexto político tumultuoso, asciende al poder máximo el tirano.
¿Cómo se desarrolla el tirano una vez que está en el poder? “Por lo pronto, en los primeros días de su dominación, sonríe graciosamente a todos los que encuentra, ¿y no llega hasta decir que ni remotamente piensa en ser tirano? ¿No hace las más pomposas promesas en público y en particular, librando a todos de sus deudas, repartiendo las tierras entre el pueblo y sus favoritos y tratando a todo el mundo con una dulzura y una terneza de padre? Cuando se ve libre de sus enemigos exteriores, en parte por transacciones, en parte por victorias, y se da cuenta seguro por este lado, tiene cuidado de mantener siempre en pie algunas semillas de guerra, para que el pueblo sienta la necesidad de un jefe. Y sobretodo, para que los ciudadanos empobrecidos por los impuestos que exige la guerra, solo piensen en sus diarias necesidades, y no se hallen en estado de conspirar contra él. Y también hace esto para tener un medio seguro de deshacerse de los de corazón demasiado altivo para someterse a su voluntad, exponiéndolos a los ataques del enemigo. Por todas estas razones es preciso que un tirano tenga siempre entre manos algún provecho de guerra.”
Las personas que han ayudado al tirano a ascender al poder son, con toda probabilidad, las que después de él ostentan mayor poder en la nación. Eso les crea la ingenua sensación de poder tutearse con él sin el menor temor, e incluso de cuestionarle algunas ideas y desaprobarlas. El tirano, defendiendo su posición, no permitirá tales atribuciones; y así como ha extinguido toda oposición y enemigos contrarios a su bando, debe eliminar políticamente a todo adversario posible dentro del suyo, ocasionando, no para menos, graves rencillas internas. De aquí que ante tal presión y peligro producto de sus pésimas prácticas, debido a sus ya incontables enemigos, debe refugiar su guarda no en los suyos, sino en extranjeros contratados para ello. Asimismo, para mantener a los fieles de su apoyo popular, que ante estas circunstancias también estarán entre diatribas internas, debe sobornarlos para tal fin. “Si paga bien, acudirán en gran número de todas partes.”
No pasará mucho tiempo para que el tirano mantenga su posición a un alto coste, extrayendo las riquezas de ámbitos y patrimonios que no le son propios, sino del pueblo mismo. Ante su actuar y su invulnerabilidad, “el pueblo verá qué hijo ha engendrado, acariciado y encumbrado, y que los que intenta arrojar son más fuertes que él. Y he aquí que hemos llegado a lo que todo el mundo llama tiranía. El pueblo, queriendo evitar, como suele decirse, el humo de la esclavitud de los hombres libres, cae en el fuego del despotismo de los esclavos, y ve que la servidumbre más dura y más amarga sucede a una libertad excesiva y desordenada.”
Y prácticamente así es que termina el libro octavo de “La República”. Este libro fue escrito hace 2500 años…
Venezolano: ¿qué pasa por tu mente? ¿Qué te sucede? ¿Has madurado en tu ciudadanía? ¿No ha sido suficientemente clara la sabiduría antigua? ¿Persistes en despreciar la historia y la cultura? ¿Quién eres? ¿Qué deseas? ¿Permitirás que te sacrifiquen como a los corderos? ¿Serás el servil de un tirano? ¿Concederás ser enajenado de tus derechos? ¿Has entendido que sólo tú eres el responsable que lo que te aqueja? ¿Has comprendido que tu pasividad y tu ignorancia, tu igualitarismo a ultranza y tu inmadurez política, son los únicos responsables de lo que sucede?
¿Y ahora qué harás? ¿Seguirás vanagloriándote de la libertad? ¿Seguirás farfullando igualdades y democracias? Por favor, ilústrate, pues el tiempo, luego de 11 años, ya se agotó:
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Buen artículo
ResponderEliminarGracias amigo Kelvin.
ResponderEliminarUna prueba más de que todo pueblo ignorante de su propia historia está condenado a repetirla... si no hicieras referencia a la obra y el autor pensaria que estas hablando directamente de nuestro actual tirano.
ResponderEliminarYa conseguí el libro (en formato PDF) y cuando pueda lo leo... aquí tienes una buena fuente de libros (libres) para descargar, incluyendo La República de Platón, http://www.libroteca.net
Gracias por escribir (y compartir) éste articulo con todos.
Muchas gracias a ti por tu comentario y el enlace que me has dejado. Lo revisaré con gusto.
ResponderEliminarOjeaba algo sobre Platon en la web! Soy argentino, no se mucho sobre Venezuela pero me basta con leer algunos subjetivemas para darme cuenta que el discurso de esta persona es de lo mas reaccionario que hay. Primero que Platon era un revolucionario, pues el orden propuesto no tenía precedentes; además se propone una evolución de conciencia y sentido comunitario que lleva a la parte más importante de la polis ideal a practicar un comunismo de bienes y hasta de mujeres e hijos. Es decir, para Platón los mejores debían aprender a compartir todo como iguales reprimiendo los beneficios propios en pos de la comunidad.
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