domingo, 29 de agosto de 2010

"LA PESTE". ALBERT CAMUS. Comentarios.



"L
a Peste” es una novela de Albert Camus que narra, a modo de crónica, las vicisitudes que pasan los habitantes de Orán durante la epidemia homónima del título de la obra. Y tan interesante es esta introducción como el escupir sangre de una rata que se repliega moribunda sobre sí misma. Hay otro símil: tanto la introducción que pretendí como el evento de la rata son la antesala de algo mejor (o peor). Al leer la obra sabrán por qué.

Pero lo mejor (o peor) en el contexto de estas letras es decir que Albert Camus, autor de la novela, nos revela la historia desde la curiosa perspectiva de varios personajes, subordinados todos a un narrador general de los acontecimientos. Este narrador se confiesa parte de los protagonistas, lo cual hace de la trama algo detectivesco y activo para con el lector. Al final, obviamente, se revela quién de todos es el elocuente personaje, no sin antes generar cierta impresión.

Todo transcurre en Orán, ciudad argelina que Camus se esmera en describir. Y tan fea es Orán que cada vez que leía detalles de su paisaje, de su gente, de su calor, de su polvo, de su suciedad, de lo extremo y vago de su ambiente, más sabor a ostia me parecía tener en la boca. Algo similar, confieso, me pasó con “Cien años de soledad”. Me ocurría cuando imaginaba el hedor y humedad de pueblo de Macondo. Supongo que Camus y García Márquez me dirían algo así como “esa es la idea”. Los felicito.

Rieux, Tarrou, Cottard, Paneloux, Grand, Rambert y hasta el mismo Castel me parecen santos. Cualquiera que combata la peste como ellos es un santo. Y no lo digo bajo un fundamento moral religioso, pues bien insulsa resulta ser la existencia de Dios a lo largo de los hechos. Estos hombres me parecen santos sólo porque cada uno abraza su humanidad como mejor sabe hacerlo en medio de la miseria. Ninguno se distorsiona, ninguno se desnaturaliza de lo que ya era su esencia antes de la tragedia epidémica, que por cierto, es bien larga y tortuosa.

¿Y por qué resulta insulsa la aparición del dios católico en la obra? Esto es algo que hay que destacar en la novela. En pleno desarrollo se enarbola una breve, pero importante discusión entre la fe y la ciencia, el deber divino y el deber del hombre, lo pragmático del hacer y lo estúpido del orar. Y a lo largo del relato se va diluyendo una virtud en los personajes que, encerrados indefinidamente en una agotadora y perseverante enfermedad, sin futuro, sin permiso para tener esperanza, siguen haciendo lo mejor que pueden, luchando estoicamente, no por un más allá, sino por un más acá. He aquí justamente su santidad.

Aquí ciertamente emergen algunos retazos literarios del Absurdismo de Camus, la oportunidad que da la orfandad de dioses y de significados para que el hombre se haga a sí mismo, en cuanto a hecho y a sentido. Esto se destaca en el exilio de los oraneses, en el meditar de Rieux de la última parte de la obra, y en cada pasión escrita que avala el “ya”, el “ahora”, pues el mañana es incierto y el pasado mañana es del hades. Pues, ¿vivirán en la vaguedad de antes los oraneses después de la epidemia? ¿La desrealización promovida por el día a día será revertida ante el apremiante y frontal ataque de una peste que no perdona? ¿Los protagonistas y los habitantes de la ciudad se harán concientes del absurdo y aprenderán a vivir?


Mis personajes favoritos son el viejo asmático, un sabio bastante particular que le da sorna y algo de reflexión omnisciente al relato (“todos los hombres son lo mismo”) y Tarrou, que evoca la tranquilidad espiritual de las personas que ya lo han visto todo en la vida. Irónicamente, Tarrou posee un alma inquieta, enmascarada con un optimismo y autocontrol sublime. Bastante interesante este Tarrou, un moralista de mucha sensibilidad.

La novela es compacta, muy coherente, y cada cabo se ata en su debido momento, salvo por el Dr. Castel, que, a mi juicio, se dejó a medio terminar. Desde el hacer notar que el cielo es el infierno para los que deben, que el humano suele desarrollar las virtudes máximas antes las desgracias, que justamente esas desgracias son las que invocan el “yo” en el “ahora” y que gracias a eso es que se vive realmente; desde el planteamiento de la abstracción como mecanismo de defensa, el absurdo protagonizado en la eficaz peste con la cual no se podía hacer nada, pero igual se hacía; pasando a su vez por la rica descripción de una fatiga enorme y sostenida entre la miseria, el dolor y el deber, por lo ciego e inservible de la fe, y por el impacto que causa la indiferencia con la cual se narra hombres muriendo como moscas (incluso algunos protagonistas), es que “La Peste” merece estar en el sitial de honor en donde se encuentra.

Un buen libro.




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2 comentarios:

  1. Saludos Le Corvo…

    Me es imposible el dejar de comentar tan excelente artículo como el que expones el día de hoy.

    Camus fue literalmente “un ídolo de su generación” y su obra “La Peste” el ápice de su carrera.

    Recuerdo que leí esta obra cuando aun era muy joven y apenas empezaban mis andanzas en esto de la literatura Atea.

    Ahhh… !que buena historia!… es la mejor manera de entender lo absurdo de la vida. Casi tan absurdo como lo fue la muerte tan temprana de Camus. Sin duda fue el mejor ejemplo.

    Creo que la conclusión de la obra sería algo más o menos así: “No importa lo que hagas o lo que te esfuerces; la peste siempre regresará”

    Sublime articulo.

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  2. Muchas gracias por tus comentarios Noé. Un tremendo honor teneros por acá.

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