domingo, 9 de enero de 2011

NIETZSCHE Y EL ORIGEN DEL ALMA


E
s harto sabido que el humano es el único animal sobre toda la tierra que se caracteriza por su predominante uso de la razón, Más sin embargo, es legítimo preguntar: ¿cómo llegó el ser humano a poseer tal virtud? ¿Cómo se inició la “chispa” del pensamiento? ¿Cómo el hombre fue convirtiéndose en el “animal más interesante”? A luz del siglo XXI, la psicología evolutiva ofrece una explicación bastante aproximada de lo que fue este proceso, pero en el siglo XIX Friedrich Nietzsche ya se había adelantado a dar su opinión al respecto; incluso, con conclusiones que aún la ciencia no ha demostrado aún, lo cual crea cierta expectativa, en son de aumentar aún más el respeto que tal pensador evoca, si sus hipótesis resultan válidas.

En la “Genealogía de la moral”, Nietzsche se remonta a la etapa más larga de la vida del homo sapiens, a saber la prehistoria del hombre, para explicar cómo fue que un ser más animal que humano comenzó a suprimir radicalmente sus instintos en beneficio de la convivencia social, derivando esto en lo que hoy llamamos como “conciencia”. El filósofo afirma que nuestro orgullo actual al exhibir un uso de la razón muy superior al del cualquier otro animal no ha sido asequible a un costo bajo. Todo lo contrario: miles de años de extrema crueldad tuvieron que acompañar a la metamorfosis mental necesaria para que la imaginación, el planificar, el calcular, el predecir, el establecer causalidades, surgiera en nuestros procesos psíquicos. Mucha sangre pues, tuvo que fluir para que el hombre fuera, según las palabras de Nietzsche, el animal al cual le es lícito hacer promesas.

¿Y cómo es un animal al cual le es lícito hacer promesas? Es uno que, justamente, posee la capacidad de cumplirlas, que posee responsabilidad. Eso exige, desde la perspectiva nietzscheana, una lucha y una victoria sobre la capacidad de olvido, capacidad característica de todos los animales sanos. El hombre, empero, es el animal enfermo, que ha desviado su naturaleza para terminar siendo serio, para reír, para soportar inconmensurablemente el sufrimiento e incluso para buscarlo. La memoria es la antagonista de esa fuerza innata y saludable para olvidar, y resulta vencedora sobre ésta al ser necesaria para el respeto y sometimiento exigido para vivir en aquellas primeras comunidades humanas.

Duro, muy duro, era el castigo en esas primeras congregaciones primitivas. La rigurosidad de la pena, tal como lo muestra la historia, es inversamente proporcional al tamaño de la sociedad en la cual se aplica; de tal manera que si una comunidad de hombres es muy numerosa, flexible es el castigo al romper los mandatos hacia ella. Por el contrario, y justo como ocurría al principio de la historia de la humanidad, ante comunidades pequeñas, extremo era considerado el agravio (por cuanto ponía en peligro a la comunidad entera) y severo entonces era el castigo impuesto.

Para un ser más animal que hombre, lleno de vigor, de voluptuosidad juvenil, de fuerza, de afán de dominio, de voluntad de poder, sin más memoria que la necesaria y saludable, sin mayor inteligencia, la supresión relativamente brusca de sus sentidos para poder obtener el beneficio de la comunidad derivó en un sufrimiento nunca antes visto. Este sufrimiento era impartido, en primera instancia, por la coacción de la sociedad sobre esa fuerza interna de los individuos. El obedecer la ley y el vivir en paz requiere de memoria y castigo. Tal como lo dice el filósofo, la única forma de imprimir memoria en ese entendimiento del instante, característico del hombre primitivo, se regía bajo el siguiente principio: “para que algo permanezca en la memoria se lo graba a fuego. Solo lo que no cesa de doler permanece en la memoria.”

Esta inhibición producto del castigo severo, de la pena (proceso que se explica detenidamente en el libro señalado anteriormente) conduce en efecto a la retentiva de una nueva ética para el individuo. El alma es el desahogo interno de los instintos salvajes del hombre.Pero esta nueva forma de comportarse, brusca, necesaria pero difícil, contra-intuitiva, deriva en otra clase de sufrimiento más sutil y subterránea. También la más importante. En efecto, la conciencia (gracias al adquirir paulatino de la memoria) comienza a germinar, pero no una sana conciencia, sino que, consecuencia de la represión instintiva, y del lógico fluir de los instintos y su fuerza hacia dentro del individuo en vez de hacia afuera; esta conciencia es una “mala conciencia”. Su resultado es el “alma” misma. En palabras de Nietzsche:

“En este punto no es posible esquivar ya el dar una primera expresión provisional a mi hipótesis propia sobre el origen de la «mala conciencia»: tal hipótesis no es fácil hacerla oír, y desea ser largo tiempo meditada, custodiada, consultada con la almohada. Yo considero que la mala conciencia es la profunda dolencia a que tenía que sucumbir el hombre bajo la presión de aquella modificación, la más radical de todas las experimentadas por él, de aquella modificación ocurrida cuando el hombre se encontró definitivamente encerrado en el sortilegio de la sociedad y de la paz. Lo mismo que tuvo que ocurrirles a los animales marinos cuando se vieron forzados, o bien a convertirse en animales terrestres, o bien a perecer, eso mismo les ocurrió a estos semi-animales felizmente adaptados a la selva, a la guerra, al vagabundaje, a la aventura, de un golpe todos sus instintos quedaron desvalorizados y «en suspenso». A partir de ahora debían caminar sobre los pies y «llevarse a cuestas a sí mismos», cuando hasta ese momento habían sido llevados por el agua: una espantosa pesadez gravitaba sobre ellos. Se sentían ineptos para las funciones más simples, no tenían ya, para este nuevo mundo desconocido, sus viejos guías, los instintos reguladores e inconscientemente infalibles, ¡estaban reducidos, estos infelices, a pensar, a razonar, a calcular, a combinar causas y efectos, a su «conciencia», a su órgano más miserable y más expuesto a equivocarse!

Yo creo que no ha habido nunca en la tierra tal sentimiento de miseria, tal plúmbeo malestar, ¡y, además, aquellos viejos instintos no habían dejado, de golpe, de reclamar sus exigencias! Sólo que resultaba difícil, y pocas veces posible, darles satisfacción: en lo principal, hubo que buscar apaciguamientos nuevos y, por así decirlo, subterráneos. Todos los instintos que no se desahogan hacia fuera se vuelven hacia dentro –esto es lo que yo llamo la interiorización del hombre: únicamente con esto se desarrolla en él lo que más tarde se denomina su «alma».

Todo el mundo interior, originariamente delgado, como encerrado entre dos pieles, fue separándose y creciendo, fue adquiriendo profundidad, anchura, altura, en la medida en que el desahogo del hombre hacia fuera fue quedando inhibido. Aquellos terribles bastiones con que la organización estatal se protegía contra los viejos instintos de la libertad (las penas sobre todo cuentan entre tales bastiones) hicieron que todos aquellos instintos del hombre salvaje, libre, vagabundo, diesen vuelta atrás, se volviesen contra el hombre mismo. La enemistad, la crueldad, el placer en la persecución, en la agresión, en el cambio, en la destrucción, todo esto vuelto contra el poseedor de tales instintos: ése es el origen de la «mala conciencia». El hombre que, falto de enemigos y resistencias exteriores, encajonado en una opresora estrechez y regularidad de las costumbres, se desgarraba, se perseguía, se mordía, se roía, se sobresaltaba, se maltrataba impacientemente a sí mismo, este animal al que se quiere «domesticar» y que se golpea furioso contra los barrotes de su jaula, este ser al que le falta algo, devorado por la nostalgia del desierto, que tuvo que crearse a base de sí mismo una aventura, una cámara de suplicios, una selva insegura y peligrosa, este loco, este prisionero añorante y desesperado fue el inventor de la «mala conciencia».

Pero con ella se había introducido la dolencia más grande, la más siniestra, una dolencia de la que la humanidad no se ha curado hasta hoy, el sufrimiento del hombre por el hombre, por sí mismo: resultado de una separación violenta de su pasado de animal, resultado de un salto y una caída, por así decirlo, en nuevas situaciones y en nuevas condiciones de existencia, resultado de una declaración de guerra contra los viejos instintos en los que hasta ese momento reposaban su fuerza, su placer y su fecundidad. Añadamos en seguida que, por otro lado, con el hecho de un alma animal que se volvía contra sí misma, que tomaba partido contra sí misma, había aparecido en la tierra algo tan nuevo, profundo, inaudito, enigmático, contradictorio y lleno de futuro, que con ello el aspecto de la tierra se modificó de manera esencial. De hecho hubo necesidad de espectadores divinos para apreciar en lo justo el espectáculo que entonces se inició y cuyo final es aún completamente imprevisible, un espectáculo demasiado delicado, demasiado maravilloso, demasiado paradójico como para que pudiera representarse en cualquier ridículo astro sin que, cosa absurda, nadie lo presenciase. Desde entonces el hombre cuenta entre las más inesperadas y apasionantes jugadas de suerte que juega el «gran Niño»" de Heráclito, llámese Zeus o Azar -despierta un interés, una tensión, una esperanza, casi una certeza, como si con él se anunciase algo, se preparase algo, como si el hombre no fuera una meta, sino sólo un camino, un episodio intermedio, un puente, una gran promesa...”

Y así comienza el camino hacia el superhombre.

Muchos saludos.






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miércoles, 5 de enero de 2011

"LA GENEALOGÍA DE LA MORAL". F. NIETZSCHE. Comentarios.


"L
a Genealogía de la Moral es si se quiere uno de los libros más académicos de Nietzsche. La misión en esta obra es remontarse a los principios mismos del hombre a comienzos de su prehistoria, analizando en la medida de lo posible el surgimiento de la ética en aquel ser más animal que humano, y explicando el posterior desarrollo de la misma a lo largo de los siglos hasta la época actual. Para conseguir tal objetivo, Nietzsche se vale de toda su experticia, utilizando como herramienta la fisiología, la historia, la psicología y la filología. De hecho, es por medio de esta última que consigue las claves más contundentes para realizar luego sus aseveraciones.

El libro está divido en tres tratados, comenzando por el origen de la moral y la explicación de la moral actual como reflejo de un resentimiento de los débiles, continuando con el origen de la responsabilidad, la culpa y el pecado; para terminar con el tratado más extenso, en el que revela el surgimiento, desarrollo, consecuencias y final de los ideales ascéticos.


En efecto, los dos primeros tratados, aunque concentran una información relevante, fungen sobretodo de introducción o preparación del terreno para el último, cuya importancia es tan grande que deriva en un nuevo problema para la filosofía. El primigenio animal-hombre, fuerte, terrible, independiente, dueño de sí mismo, inocente en sumo grado, incluso sin una inteligencia profunda, no siente inquietudes acerca de la bondad o la maldad. La naturaleza le ha hecho así y él no lo desaprovecha ni lo razona demasiado. Deja brotar su capacidad, su voluntad, su voluntad de poder; esto es, permite tomar para sí lo que desea, sin limitaciones y en completa congruencia con su habilidad y fuerza. Para eso ha nacido y es feliz. Prácticamente no hay cuestionamiento ético, incluso es bastante probable que el concepto “moral” o “ética” ni siquiera existiera en aquellas pequeñas comunidades prehistóricas de cuasi humanos fuertes.


De cuestionarse alguna vez alguna idea impregnada de bondad o maldad, esta raza llena de vida y fortaleza no recurre a ningún patrón externo, sino a sí mismos. De forma simple, pero congruente, lo bueno es, para ellos, todo lo que ellos hacen o piensan. Las mejores virtudes están embebidas en los que para ellos ha de tener ciertamente mucho valor: la fuerza, el orgullo, la capacidad, el poder, la dominación, la felicidad, la voluntad, la independencia, la salud, la fecundidad, el caos, la guerra, la superioridad, lo dinámico, lo vivo, la vida. De esta manera, lo no correspondiente, en contraste, con sus ánimos, salud y espíritu es denominado como malo. Por otro lado, los no favorecidos, los débiles, poco pueden hacer ante la fortaleza de los individuos superiores, y se entreteje entre ellos un resentimiento espiritualizado, una venganza que al no poder desahogar de forma física, es de la conciencia. Superiores en número, necesariamente más inteligentes, y desarrollando una moral paralela a la de los nobles y fuertes, extraen un canon ético no de sí sino de sus señores (a modo de retaliación), invirtiendo los valores de éstos. Se torna mal visto entonces todo lo elevado y superior, todo lo rico y orgulloso de sí; la compasión, la pobreza, la debilidad, la humildad, el caminar cabizbajo, la modestia, la mesura; todo lo que impone una decadencia en la fuerza de la vida, resulta la mayor virtud e ideal.


Nietzsche explica que este proceso se lleva a cabo con el incremento de la conciencia en los individuos, el cual nace cuando el animal-hombre debe sublimar sus instintos más fuertes ante su adaptación a la sociedad (adaptación que le exige, de alguna manera, la evolución). Cuando este animal casi humano está impedido de su voluntad de poder, imposibilitado de expresarse hacia fuera en toda su naturaleza, imprime toda su crueldad y fuerza hacia sí mismo. Se convierte, por tanto, en el primer y único “animal enfermo”, el animal que con el tiempo no solo es el que soporta más el sufrimiento entre todos los animales de la tierra juntos, sino que es el único que lo anhela en las etapas tardías de su civilización.

En el hombre temprano, el reblandecimiento de los fuertes a causa de la moral de los bajos y de una vergüenza del hombre por el hombre, y la negación de los instintos y ese destrozar e impedir internos, lleno de contrastes, problemas, amarguras, comparaciones y conflictos; llevó a la conciencia a estadios más grandes. No solo eso, sino que fue el origen de la mutación del concepto de responsabilidad en culpa. Y de la culpa faltó poco ya para la mutación hacia el concepto de pecado.

Con ese sufrimiento interno, miles de años después, imposible de categorizar y expulsar, y con destellos (de hecho mucho más que destellos…) de aquella crueldad primigenia que tanto celebraban aquellos animales-hombres; el humano domesticado llega inevitablemente a lo que Nietzsche llama el “ideal ascético”. Este ascetismo pude tornarse diferente en forma y fondo dependiendo del individuo y su ánimo. El ideal ascético encierra una concepción diferente para los artistas, los filósofos, las mujeres, los débiles y los sacerdotes. Todos, en apariencia, recurren a la expiación o redención de su sufrir por medio de una especie de negación (superficial) de la vida. Lo hacen a través de un apartarse, de una soledad, de una privación, de un ayuno de los instintos. Pero lo más importante de todo esto no es qué tanto o cómo se privan de la realidad que intentan negar, sino la fuerza con la cual lo hacen.

La paradoja de negar la vida con una intensidad realmente viviente es a dónde quería llegar el autor con esta obra. En el caso especial del sacerdote, el maestro por excelencia del ascetismo y del nihilismo, el desarrollo histórico de los eventos ha desentrañado algo realmente Del nihilismo extremo nace una nueva afirmación a la vida: el fin de Dios.impresionante. Con esa intensidad paradójicamente negadora, y bajo la idea de la verdad absoluta, la doctrina sacerdotal ha degenerado a los individuos a los límites de la decadencia de la vida. No obstante, en ese camino estos individuos, supremamente escrupulosos, supremamente amantes de la verdad en sí, negadores de todo, quirúrgicos en sus aceptaciones, terminaron elevando el nivel de la búsqueda de las verdades a una pulcritud tal que ya los dogmas religiosos no estuvieron exentos de su minuciosidad. En efecto, y por increíble que parezca: el más severo nihilismo y la más rigurosa escrupulosidad del saber, a través de la doctrina cristiana impuesta por el sacerdote y sus métodos ascéticos, derivó en la muerte del cristianismo mismo. Los dogmas de fe ya no son suficientes y resultan estancados en el tamiz del ascetismo agudo. Todo el puritanismo racional, o analizando más a fondo, la obsesión de la verdad en sí, desembocó inesperadamente en la obsolescencia de las doctrinas sacerdotales y en el escepticismo ante los dioses. He aquí por qué “Dios ha muerto, y ha muerto de compasión por los hombres. Los hombres le hemos matado.” El sacerdote asceta ha proveído la herramienta de su propia destrucción.


Esta obra es rica en referencias literarias, así como también resulta clara en explicaciones a la vez de densa en sus conclusiones. No escasean, como es costumbre en otras obras de Nietzsche, las críticas fuertes, en especial hacia Wagner. Sin duda es una libro crucial para entender no solo el surgimiento de la moral, la conciencia, el alma, los dioses, la culpa y el pecado, sino que constituye además una base sólida para arrojar la mirada hacia la nueva aventura del hombre y hacia el cuestionamiento legítimo de la verdad como supuesta meta.


Muchos saludos.





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