domingo, 25 de noviembre de 2012

VENEZUELA YA FUE



Vuelo raso y veloz sobre el pavimento de la historia. De ideales importados, fraguando independencias importadas, con constituciones importadas, surge ese caldo de cultivo humano, constantemente definiendo su venezolanidad en la mezcla genética; en los choques transcontinentales y accidentados de comunidades también importadas. Así las cosas, cuando esa masa informe comenzaba a cuajar y paría, por ejemplo, a Ramos Sucre, a Uslar Pietri, a Convit, a Ottolina o a Fernández-Morán, ocurrió que una democracia importada sirvió de preámbulo a la ulterior globalización: madre de las importaciones.

El venezolano siempre ha sido un sujeto en vías de, un gentilicio en transición, una maduración ciudadana. No tiene identidad, porque ella –a despecho de los que piensan que la misma subyace en paisajes, en el béisbol, en las mujeres bellas y en lo risueño- no existe, todavía está indeterminada. Con un bicentenario como país a cuestas, el venezolano no ha tenido reposo para autenticarse ante el mundo. Y es que ha sido un tiempo histórico muy corto. Mucho le cuesta clavar la estrellada bandera tricolor en el suelo de la identidad nacional, porque cuando apenas hace el ademán, sucede que su talante sempiternamente esnobista le invita a apropiarse entonces de lo que considera vanguardias sociales en otras latitudes.

En este asunto, se ve que esta idiosincrasia es un gerundio, un río de Heráclito, un “ando”, un “yendo”; que implica la absorción continua de culturas que le son ajenas y que le parecen mejores o más agradables, regionalizándolas, sin que eso conlleve, por un lado, a saciar la sed por seguir copiando extranjerismos, y por otro, sin que implique un espacio para el surgimiento de una cultura estrictamente propia.

Con esta cocción cultural de ingredientes externos en constante revolver, nunca ha terminado de fermentar el enseñoramiento de ser venezolano. Ser venezolano es un gerundio. No obstante, en los tiempos de hoy, en donde irónicamente se importa hasta los rubros que esta tierra ofrece, éste recipiente criollo de múltiples sincretismos por fin parece haberse estancado. La Venezuela de los últimos treinta años luce redundante en cada esquina, en la televisión, en la música urbana, y en ocasiones, hasta en la jerga y vestimenta de su gente. Por fin ha llegado un momento de cuaje, pero vale decir, lastimosamente oriundo de la mala praxis político-económica nacional, de la sobreabundancia de los esquemas oclocráticos implementados en la última década, de la institucionalización de los gregarios y del exilio de los que aún pudieron haber rescatado la esencia venezolana de la mitad del siglo XX: ésta, la Venezuela que bien pudo haber valido la pena.

Ya, mientras estas palabras son asimiladas por algún lector, se está condensando finalmente la identidad nacional. Ese ciudadano venezolano de los últimos lustros, cognitivamente infantil, despreocupado, inconscientemente hostil, dicharachero, dadaísta y de farfulleos, ya rondaba en los pueblos y ciudades, y finalmente se ha institucionalizado en un gobierno y en un metapartido. Pero ese venezolano no es, ni por asomo, el que la gente quisiera recordar, el de la nación a blanco y negro que era ejemplo del hemisferio y epicentro de inmigraciones. No. Este venezolano es la última y más firme novedad sincrética, es una cultura naciente y espontánea que marca el fin a lo que hemos conocido aproximadamente como venezolanidad. Todo apunta, pues, a que Venezuela ya fue.






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domingo, 18 de noviembre de 2012

"LIUBLIANA" - EDUARDO SÁNCHEZ RUGELES. Comentarios


Cuando se tiene entre manos el texto de “Liubliana”, nadie toma la precaución de avisar que si no se es oriundo de Caracas –o si por lo menos no se domina la jerga caraqueña- la novela no podrá ser disfrutada a plenitud. Me salta entonces la primera inquietud, una de tantas cuestiones que ya sospechaba cuando me habían recomendado el libro: ¿cuál habrá sido la intención de Sánchez Rugeles al rodear con un círculo de sal a su obra? La cadencia urbana caraqueña no se hace esperar apenas se comienza el primer capítulo, e inevitablemente se cae en cuenta de que el protagonista de la historia bien pudiera ser una confesión solapada del autor. Y es que, como dice Mario Vargas Llosa, “toda novela es un testimonio cifrado”.

Y comienza la prosa adolescente, bien estructurada, pero de riqueza púber. Al principio se pudiera pensar que la narración subjetiva de Gabriel Guerrero interviene en la arquitectura de la forma, pues es apenas un muchacho del Inírida quien se aventura a darnos los preludios de la historia de amor decadente que está por venir. No obstante, la jovialidad expresiva, punzante, despreocupada e inocua se mantiene durante toda la novela, describiendo con cierto dejo de presuntuosa solemnidad cómo es que la gélida invitación de Facebook nos permite enlazarnos en los tiempos modernos, o cómo es que una fotografía de la misma red social se va cargando a medida que el internet nos concede su banda. No hacía falta, a mi parecer, intervenciones tan engominadas para describir cotidianidades tan insípidas.

Más aún, no ya la forma, sino algunos recursos de fondo debilitan el puente entre lector y lectura, creando cierta desazón en la complicidad y refugio lúdico que aquel busca encontrar en las palabras de Sánchez Rugeles. Haciendo esfuerzos por tomar en serio la historia, cuando al fin se nos hace cómplices y partícipes del ambiente distópico en el cual se desarrollan los eventos, nos encontramos, de repente, con viejas atropelladas, con borrachos que vomitan justo después de pregonar el “feliz año”, con hombres disfrazados de Winnie Pooh, con Chávez intercalado en pleno acto sexual, con un enano asiático que juega “Duck Hunt”, con metáforas rococó en donde las nubes son asemejadas a cúmulos de plastilina gris (la plastilina, cabe decir, es un recurso frecuente en la prosa), y con algunos “casi me da un ACV” cuando se intenta denotar una gran impresión. En suma, saltan descaradamente a la vista algunos lugares comunes expresivos, quizás con ínfulas humorísticas, que desconciertan al lector que gusta de la hermenéutica y del escudriñar las intenciones detrás de las palabras. “¿Está el escritor, éste muchacho, ‘echándome un cuento’ de manera informal, o es Sánchez Rugeles un escritor desenfadado, sencillo y transgresor, que desprecia las formalidades y que persigue la naturalidad realística en sus discursos?” –me preguntaba constantemente.

Pero sí hay madurez en el libro. Aunque pareciera avizorarse, no señalo como ejemplo el primer encuentro sexual entre Gabriel y Carla, concilio lascivo descrito en lenguaje voluptuosamente victoriano, altamente contrastante con la jerga promedio de la historia. No. El alto contraste del lenguaje empleado en la escena, quizás excesivo, hace más que evidente lo sublime que era para Gabriel Guerrero tomar a su amada, pero hace patente también una forzosa intención del autor para lograr este efecto. De nuevo, volvemos a lo que no ha cuajado, a lo literariamente juvenil. La madurez, la madurez real viene encapsulada en Fedor, en el indio Alirio, y en la anciana profesora Irene.

Me permitiré citar a Rugeles, a través del indio Alirio, acerca de ciertas consideraciones latinoamericanas que bien valen la pena compartir:

“¿Tú sabes cuál es el problema de América, Guerrero? El complejo. Somos unos acomplejados. Eso es todo. No es España ni los Estados Unidos quienes nos señalan y nos dicen: ustedes son mestizos y son brutos o ustedes son indios y son brutos. ¡No! Somos nosotros los que no nos tenemos fe, los que luchamos contra nosotros mismos. Los que no soportamos que uno solo de los nuestros tenga una opinión diferente, mucho menos éxito. No hay nada más intolerante contra un latinoamericano que otro latinoamericano.

Mira bien esta sala, Guerrero, he estado muchas veces en lugares así. Allá está el sociólogo chileno, más acá la antropóloga argentina, el educador mexicano, el documentalista brasilero, el periodista tico, el escritor colombiano. ¡Dígame estos! Los colombianos creen que la expresión agua tibia es una metáfora inventada por García Márquez. Le conozco los discursitos a todos, siempre dicen lo mismo. Esta gente sigue llorando porque Francisco Pizarro mató al sinvergüenza de Atahualpa. ¿tú ves a los japoneses llorando por Hiroshima y Nagasaki? Lamentablemente, en América Latina los políticos y académicos han hecho de la quejadera un paradigma. Esta gente sigue pensando que los responsables de los problemas contemporáneos, la pobreza extrema, la exclusión y la miseria son Hernán Cortés y Cristóbal Colón. Así lo enseñan en las escuelas; tras doscientos años de vida independiente a nadie se le ocurre asumir la responsabilidad.

Muchas veces, después de escuchar estas ridículas ponencias, me pregunto: ¿qué carajo tengo que ver yo con esta gente? ¿en qué me parezco a este argentino pedante, a este venezolano bruto, a este hondureño necio, a este colombiano prepotente? ¿Y sabes qué es lo peor, Guerrero? Que siempre encuentro algo en común y ese algo es, justamente, el complejo,la convicción de nulidad, la debilidad como principio, el saberte limitado por tu condición de vencido, el saber que, a menos que prive un criterio de eso que llaman discriminación positiva, perdimos el partido. Ya lo verás, seguramente lo harán el último día. Como cierre a estas jornadas de autobombo y lástima les encanta ofrecer definiciones de América. Ahí saltan de primeritos, emocionados, los sociólogos; son aficinados a la invención de lenguaje: ‘América latina es la periferia desterritorializada, la conciencia híbrida de un mestizaje y la naturalización del concepto de arraigo’. Luego saltan los poetas; este grupo es de lo peorcito, los tipos no se han enterado de que Pablo Neruda murió y, montados en esas tarimas, inventan cantos generales de inocencia, de culpas ajenas: ‘nosotros los latinos no partimos ni un plato, somos buenos, nos han jodido siempre, tico tico solorico’.

Y entre otros, los periodistas. Lo de los periodistas es una vergüenza, se sienten portadores de la verdad, todos se creen Kapuscinski, se la saben todas más una y les encanta explicarle a la gente cómo se ha de vivir. Yo, Guerrero, con humildad y modestia, sin afán de polémica, tengo una opinión muy personal sobre lo que significa ser latinoamericano. Puedo decírtela sin terminologías extrañas, sonetos forzados o recetas de vida. Es algo muy sencillo: ser latinoamericano es, simplemente, saber que en cualquier momento te pueden joder”.

Muy bueno.

En Rugeles hay mucho de denuncia, una necesidad, por un lado, de complacer su paladar artístico por lo decadente, oscuro, cruel, espeso;"La memoria, convertida en verbo, se conjuga en presente". -Sánchez Rugeles. y por otro lado, por hacer notar lo crudo de la realidad, insistir en desenmascarar, en apropiarse de inocencias, en hablar claro y sin omitir esputos. Esto también acusa a su juventud (a cierta rebeldía infante), pero también vislumbra su sentido crítico, la fermentación de sus ideas propias. Este escritor no quiere ser más un ingenuo, aunque, irónicamente, ocurre a una inconsciente ingenuidad al intentar zafarse de ello. Entre líneas, se puede notar cómo se acusa a la academia, a la doctrina agustiniana, a la clase media caraqueña, a los literatos innecesariamente enrevesados, a los filántropos de catálogo, al gobierno chavista, a las lesbianas neuróticas, a los ciudadanos venezolanos, a los latinos, a los libros y escritores de autoayuda. Incluso, a sí mismo. ¿O es que Gabriel Guerrero no se parece a Eduardo Sánchez Rugeles?

Una oda a la fatiga es el sobre abundante uso de las líricas y de las canciones: musicalización, además, orquestada por los nada sorpresivos Alejandro Sanz, Sabina, Calamaro y demás intelectuales de la poesía, solfeo y melodía. Barajeando esto sobre el mantel, aunado a la escritura desenfadada, “Liubliana” se convierte, pues, en una canción de Estopa, en un guión de un “Jesucristo Superstar”, en una telenovela. Pero es que, además, nos encontramos con que el libro cuenta con un “soundtrack”, en un afán de hacer de este relato una novela musicalizada. El proyecto, así visto, torna una inusitada originalidad, pero definitivamente, pues, se certifica que la novela no es capaz de ahincar por sí sola sus colmillos, ávidos de crudeza, en el espíritu sensible.

Con la tonalidad de un buen prospecto para montaje teatral, “Liubliana” puede aprovechar a sus bien trabajados personajes para tal fin. Todos los actores lucen congruentes, consecuentes, con historias que les calzan. Solo podría denotar cierta falta de sustento en los ataques esquizofrénicos de Gabriel, que de suyo avisa su locura, pero cuando la misma llega, llega de sopetón, y cuando se va, se va de sopetón también. Sin embargo, cuando Elena le advierte, en plena discusión conyugal y lacerante, que “le echará a los perros”, ¿hay un coqueteo con la esquizofrenia en ese momento? ¿Son perros irreales los de esta advertencia? Si es así, pues fue un detalle maravillosamente logrado. También, el indio Alirio desaparece de la trama sin más, sin disimular entonces su participación como denunciante, sin esconder la excusa de su creación como marioneta del sentido crítico, cuyo titiritero es el autor.

Mención especial le merece el funeral de la Nena. Que los “inservibles” del Inírida hayan sido los que cargan el ataúd de la madre (sin dejar de notar el pantalón grasiento del “mongopavo”), ha sido un magistral toque irónico imbuido por Sánchez Rugeles, al mismo tiempo de una clara denuncia a los prejuicios pendejos de la clase media urbana. Muy bien.

En “Lubliana”, la inmoralidad no convence. El “baño de oro” es desproporcionado para un personaje como Gabriel Guerrero, y el incesto de dilatada data no podía desatar pesares en un Alejandro y Carla tan tardíos. Del desarraigo, de la melancolía, del exilio… de todo esto, hemos quedado claros. Gabriel grita, cual Rilke, “la patria es la infancia”. No hay duda de ello. Por eso, con las manos femeninas tapándole los ojos, le es válido dejarse ir en el puente de los dragones; sin apego a Santa Mónica, sin apego real a Liubliana, sino con dogmática adherencia a un sentimental “¡ganamos!”, coreado por una cofradía de manganzones felices e inocentes.

Pero, ¿qué va a saber un ingeniero de estas cosas?






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domingo, 30 de septiembre de 2012

iUncamino

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La última aplicación de Apple.


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sábado, 18 de agosto de 2012

CECI N'EST PAS UN PRÉSIDENT

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¿Quién sabe si Chávez fue la última obra de Magritte?






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miércoles, 1 de agosto de 2012

¿QUÉ ES UN INTELECTUAL? - Jean Paul Sartre


Muchos restringen del intelectual su risa, el tropezar contra la mesa, el mirar el escote de una dama o que practique un deporte. Se le eleva, se le respeta; pero a la vez se le trata con profundo rigor, disciplina exigida que, justamente hablando de rigores, debería ser oriunda de un público asceta, o de una masa de santos.

En una sociedad postmoderna en donde el oficio se confunde con el hombre, y en donde es solícita también una especialización del espíritu a la manera de la Revolución Industrial; no le es permitido al obrero, ni al médico, ni al policía, ni al ebanista el gozo del pensar. Ni hablar de la íntima necesidad de expresar ideas abstractas, o de emitir razonamientos que intenten apuntar a lo lejos en el horizonte. "Zapatero a sus zapatos", grita la sabiduría popular, mientras se violenta con ello las posibilidades vitales del individuo, y se le constriñe a dos o tres haceres. 

A todas estas, ¿qué opinaba Sartre de los que le exigían ser un verdadero intelectual? ¿Existe tal idea como la de un "intelectual en puridad"'? En una entrevista que le fue realizada, el ensayista y filósofo ofrece una buena explicación:

E: "Sartre, quisiera empezar por preguntarte sobre los aspectos paradójicos de su situación actual. Usted se manifiesta solidario con los combatientes del Tercer Mundo, pero pareciera haber un malentendido entre ellos y usted acerca de esta solidaridad.

Sucedió que cuando un jefe revolucionario del Tercer Mundo le solicitó un encuentro urgente dentro de las 24 horas, ya que ellos nunca tienen tiempo, usted respondió: 'No puedo'. También rechazó participar en mitines de solidaridad, y cuando preguntaron la causa de su negativa, ante el asombro de los organizadores, les contestaron: 'Sartre no puede asistir, está ocupado'. Al explicarles que Sartre tiene cita en su casa con el Sr. Flaubert de tal a tal hora, entendieron menos aún.

Como ellos le aprecian, piensan que ese trabajo sobre Flaubert es una especie de táctica y también que Flaubert podía esperar, ya que usted sería más útil en su puesto de combate. Contrariamente a estos hombres del Tercer Mundo, hay otras personas que piensan que cuando usted interviene en política pierde su tiempo. Su aceptación para presidir el tribunal que debe juzgar los crímenes de guerra en Vietnam les parece equivocada, dicen que no le concierne.

Me gustaría que me contestara sobre estos dos temas".

S: "Creo que estos dos puntos de vista, que conozco bien y que se oponen entre sí, vienen del hecho de que ni unos ni otros entienden lo que es un intelectual.

Se podría precisar un intelectual europeo, hoy. Digo 'europeo' porque en el Tercer Mundo un intelectual tiene como primera tarea servir al desarrollo del su país. En consecuencia, ponerse a disposición del gobierno y del partido. Y ser profesor, aún si lo que desea es escribir, etc.

En Europa estamos en una sociedad capitalista llena de contradicciones, y un intelectual es otra cosa. Primero hay que saber dónde se lo recluta. Se lo recluta en lo que podemos llamar el grupo de técnicos del saber y del saber práctico; entendiéndose por eso los profesores, los investigadores científicos, los ingenieros, los médicos, los escritores. Pero este campo no es suficiente con hacer su trabajo para ser un intelectual.

Un intelectual aparece a partir del momento en que el ejercicio de este oficio hace surgir una contradicción entre las leyes de ese trabajo y las leyes de la estructura capitalista. Digamos que cuando el científico, que necesariamente tiene una relación con lo universal, ya que lo que busca son las leyes, al darse cuenta de esa universalidad, ya no existe en el mundo; que ya no encontremos más conceptos universales, sino que, al contrario, encontramos clases opuestas, que no tienen ni el mismo estatus ni la misma naturaleza que el humanismo burgués que se pretende universal, es en realidad un humanismo de clase; en ese momento, si encuentra esa contradicción, el científico la encuentra en sí mismo.

A pesar de los conceptos burgueses que él mismo tiene por haber sido instruido y educado por los burgueses, al mismo tiempo él siente que su trabajo lo conduce a esa idea de universalidad que es contraria a la de los burgueses, y en consecuencia a la naturaleza de su propia constitución. Es entonces cuando se convierte en un intelectual. En otras palabras, un científico nuclear no es un intelectual, es un científico en la medida en que hace sus investigaciones. Si el mismo científico, llevando a cabo sus investigaciones nucleares, se da cuenta de que con su trabajo va a posibilitar la guerra atómica, y si denuncia esto, es porque lo siente como una contradicción. Él hace lo universal en la medida en que estudia la física nuclear, y crea la posibilidad de un conflicto singular precisamente porque su trabajo puede usarse a los fines de la guerra.

Si al mismo tiempo, como ha sucedido a menudo, cierto número de científicos nucleares se reúnen y declaran que no quieren que su trabajo se utilice para esos fines, ellos viven su propia contradicción. Si denuncian esa contradicción exterior, yo digo que son intelectuales.

En esa condición, como vemos, el intelectual tiene un doble aspecto. Es a la vez un hombre que hace un determinado trabajo y no puede dejar de ser ese hombre. Tiene que hacer ese trabajo, porque no es en el aire en donde él descubre sus contradicciones, es en el ejercicio de su profesión. Y al mismo tiempo, denuncia estas contradicciones a la vez en su propia interioridad y en el exterior porque se da cuenta de que la sociedad que lo ha construido lo ha construido como a un monstruo; es decir, como alguien que custodia intereses que no son los suyos, que son opuestos a los intereses universales.

En ese momento es un intelectual, y en consecuencia denuncia esta doble contradicción. La denuncia porque la sufre; no porque la encuentra fuera de sí, sino porque la sufre a su manera como otros explotados sufren. Por supuesto que no es lo mismo, no es un sufrimiento vivo, punzante. Es el descubrimiento de la alienación en sí mismo y fuera de sí mismo.

Pero si el intelectual no descubre constantemente su contradicción en sí, si no ejerce constantemente su oficio de intelectual, de científico o técnico de un saber práctico, es un marginal. Si al contrario, continua ejerciéndolo se encuentra en una contradicción, porque él debe dar testimonio por todos de su contradicción , que es la misma para los demás. Es decir que debe a la vez ejercer su oficio y comprometerse en la manifestación de las contradicciones de la sociedad. Uno no es posible sin el otro.

Mis amigos del Tercer Mundo tienen la amabilidad de apoyarme. Mis amigos cubanos me tienen confianza y me han dicho "cuando vuelva a París, hable de la Revolución Cubana". Y yo lo hice. Publiqué unos quince artículos en 'France Soir'. Pero, ¿cree que si yo no hubiera escrito novelas o ensayos me hubieran dado en 'France Soir' la posibilidad de tener durante quince días una página entera?

Ud. me dice que los argelinos y los del Tercer Mundo se creen en posición de exigir todo a sus amigos y compañeros, con lo que yo estoy de acuerdo. Solo que hay otro saber que significa ese 'todo' `para cada uno. Hay que saber que un político y un intelectual son dos cosas diferentes. Exigir de un político que haga todo por la causa que abraza quiere decir que se mantenga sobre el plano político, que esté en disponibilidad perpetua, que lleve a cabo las acciones comunes con los que van en su misma dirección; y que, al mismo tiempo, determine un objetivo en función de las posibilidades que descubra en el campo de lo posible. Exigir del intelectual que haga todo ya es otra cosa. El intelectual no tiene poder, porque es un hombre que vive su contradicción en su interior y en lo exterior. El intelectual no tienen ningún poder real, ninguna eficacia real -más tarde podemos volver sobre esto, si Ud. quiere-. Sin embargo, por ser ineficaz es que puede servir. Hay que pedirle que se comprometa totalmente en tanto tiene un trabajo real y tiene una eficacia en ese plano, porque ahí es contradictorio.

Por ejemplo, a los que me critican al revés, y dicen '¿por qué se ocupa de la política en lugar de escribir, que es lo que debe hacer?', en general son mis amigos, gente que me conoce desde hace mucho y a quienes generalmente les gusta lo que escribo. A ellos les contesto que lo hago no tendría sentido si no fuera precisamente desde el interior de esa contradicción, contradicción nacida a la vez entre lo que hago y lo que soy. Ella vuleve sobre lo que hago para determinar el sentido mismo de mis trabajos. Es decir, que en cierto modo, si yo no formara parte del Tribunal Russell, no escribiría sobre Flaubert. Ustedes me dirán que lo escribí antes, y yo les diría que en ese momento hacía otros trabajos del mismo tipo. No se puede distinguir entre los dos términos de la contradicción, ya que están unidos y al mismo tiempo son incompatibles.

En consecuencia, me acuerdo por ejemplo que hacia 1952, cuando yo estaba en el Congreso de Viena y me acerqué a mis amigos comunistas. Muchos de mis otros amigos me lo reprocharon, no porque me haya acercado a los comunistas, sino porque, '¿qué tenía que hacer ahí?', etc. El hecho es que los años que he pasado en común trabajando con esa formación me han dado una experiencia y una comprensión de muchas cosas, que me sirven aún hoy para poder escribir sobre Flaubert".

El vídeo de la entrevista completa se sigue a continuación:


Un cordial saludo.






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lunes, 23 de julio de 2012

CHÁVEZ ES EL PUEBLO

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Chávez es consecuencia, no causa.








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domingo, 22 de julio de 2012

¡AH, PUEBLO PA' BOBO!

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El primer stencil digital de la página. Alguien tenía que hacerlo.


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sábado, 7 de julio de 2012

I, PET GOAT II - Comentarios


El colectivo que se hace llamar "Heliofant", bajo la dirección de Louis Lefebvre, ha concentrado su esfuerzo en la elaboración de una exquisita animación. Una critíca audiovisual que no busca solamente el encanto de la técnica bien ejecutada, ni se queda en la maravillosa estética que presenta, sino que conmueve con su alegórico contenido, que no deja de tener múltiples interpretaciones.

Si gusta, puede ver el corto a continuación:


Desde el principio, unas suntuosas y delicadas manos, demoníacas y femeninas, manejan a los que nos manejan. Dinero y sangre, son sus nombres; actores que nunca han dejado de protagonizar en la trama de la humanidad. ¿Pero dirigidas, entonces, bajo la máscara de la lúgubre femeneidad? Algo que pocos sospecharían, sin duda.

Y los que nos manejan -no es secreto para nadie-, son los que devengan el poder económico y militar, antonomasia actual de los Estados Unidos. No tarda en aparecer, sin embargo, la picarezca sorna al Creacionismo, pues alguien parece haber perdido en el juego del ahorcado al no atinar con la palabra "evolución". No es casual que dicha ingenuidad intelectual sea asociada con el tonto de George W. Bush. El sombrero cónico en su cabeza es casi un pleonasmo visual. 

Por cierto, hablando de sombreros, el buen Obama se diferencia de su predecesor con su birrete. Pero, ¿y ese misterioso 101? Vea la animación y observe detenidamente.

Niños gregarios, individuos genéricos que no parecen pensar y que, además, se encuentran alienados tras la retícula académica, contrastan con la niña despierta (reminiscente a Alicia, pues hasta el conejo aparece) que arroja la manzana de la preocupación. Es que para los poderosos, que los subyugados disientan siempre será motivo de preocupación. No es para menos.

Comienza el fin de la distopía. En medio de un mundo gélido, la fábrica termina por destruírse a sí misma, a la sazón del final inevitable que adviene a la producción por la producción. Osama, ángel negro iluminado por la oriental luna roja, agradece delante de su séquito; no sin olvidarse de que los ángeles negros, por más negros que sean, cayeron del "Cielo". O de la CIA.

Y no es que la libertad se desmorone, es que todo se desmorona. En una metáfora muy cristiana, la serpiente y Jesucristo intervienen en medio de la implosión. Los medios, influenciadores legítimos pero decadentes de la plebe, extraen la masa encefálica de las nuevas generaciones; y pareciera que éste es el heraldo de la serpiente del Edén. Eso, con los jóvenes, porque con los ya maduros el mercado, la pugna inacablable por el dinero es su sentido existencial, Valor simbólico, y quizás alusivo a la masonería, tiene el zarcillo en la oreja izquierda del tentador personaje.

Por otro lado, el portador del Sagrado Corazón, corazón éste dibujado con traza de infante, con inocencia pero flameante, navega en trance atravesando toda la catástrofe. Los bombarderos B-2A Spitit atacan la Mezquita, y no es precisamente La Piedad de Miguel Ángel la que llora inconsolable con Jesús en sus piernas... 

Nuevas generaciones de indígenas autómatas, que con un talante criminal importado, son la representación del miedo ante lo maligno y desconocido para sus ancestros. Los proletarios suramericanos se ahogan aterrorizados en medio de la inmundicia, y a la vista de una izquierda que nunca les salvará. Mientras tanto, en otras lindes, ¿para qué luchar por los oprimidos asiáticos si es el momento de los muertos, de la muerte, y este par está de fiesta?

Pero el apocalipsis ha llegado, y las lenguas de fuego del Sagrado Corazón han descendido a los hombres, tal y como lo vaticinaba San Juan. Más, basta observar que no solo es un descenso de la destrucción, no es solo una destrucción de afuera hacia dentro, sino también de adentro hacia afuera. Y adentrándose por la epiglotis de la humanidad, el flagelo definitivo apenas comienza.

Aunque el Sagrado Corazón lideriza el Gran Final, Shiva y los otros dioses le secundan en la destrucción. La devastación deja de ser patrimonio del Cristianismo y toma carácter universal. La Puta de Babilonia, antigua seductora de los hombres, recibe su juicio divino mientras se encuentra encerrada en su torre fálica. Todo se desmorona, incluyendo las legiones de esclavos encorbatados que nacieron para mimetizarse en el colectivo, producir y morir. La tundra se destroza, la serpiente que engaña huye, la danza debajo de la luna enorme avisora el término y, finalmente, ese palacio demoníaco que es el mundo del hombre colapsa, con todos sus logros y maravillas, pirámides, tecnologías y castillos, ante el gran Sol de los nuevos tiempos.

Y así, el Sagrado Corazón despierta para verlo.






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domingo, 1 de julio de 2012

EL PECADO ANCESTRAL


El buen Saramago decía que "Dios hizo lo que quiso y quiso lo que hizo". Y es cierto; porque, según los burdos intentos de definir a los dioses, ¿cómo sería posible, pues, que algún ente estuviese fuera de Dios, o fuera de la anuencia de Dios? Si Dios es voluntad pura y conforma el Todo, tal posibilidad no es factible.

Así que, ¿no quería Dios, no era parte del designio de la divinidad, que Adán y Eva le dieran un bocado a la popular manzana? No quedaría más remedio que asentir. Y así, la humanidad entera, generación tras generación, heredó el "flagelo" de la  muerte bajo la simpática mirada del Creador. Pero, además, ¿habrá heredado algo adicional? 

El pecado, esa lacerante y artificial culpa por antonomasia, no solamente manchó de impureza a los primeros humanos del Génesis -que en honor a la justicia, cabría preguntar cómo se puede castigar la desobediencia si los protagonistas de este drama aún no estaban en conocimiento de lo bueno y lo malo-; sino que de alguna manera ha salpicado a todos los que no han tenido absolutamente nada que ver con el Edén, ni con manzanas del conocimiento, ni con tentaciones de serpientes míticas. Y así fue como, desde que esto quedó sentado, el pecado se convirtió en nuestra estampa, incluso sin haber nacido. Pero este es el punto de vista de Occidente...

Una postura de lo más interesante es la de los cristianos ortodoxos. A continuación, bien merece un espacio la opinión de uno de sus integrantes:

"Es un error teológico grave el que cometió el catolicismo romano desde el principio.

Todo nace de un error de traducción de Agustín, que pervierte toda la teología de salvación en Occidente. En su mediocre conocimiento del griego, Agustín tradujo 'eph no pantes hermaton' como 'in quo omnes peccaverunt', que quiere decir 'En (Adán) todos pecaron'. De aquí construye Occidente su idea de pecado original heredado de Adán y su sistema punitivo jurídico sobre la salvación del hombre.

Pero resulta que no significa eso. El verdadero significado es 'Dado que todos pecaron'.

Ese error de Agustín dio pie a la construcción de un macrosistema carcelario en la teología occidental. Si todos pecaron en Adán, también los recién nacidos, bebés y niños concluían directamente del error de traducción agustiniano. De ahí el destino de los niños a lugares horribles, y cosas así.

Qué pena. Desconocer un par de palabrejas en griego ha causado que haya gente que cree que los recién nacidos no bautizados van al limbo.

Huelga decir que el oriente cristiano ortodoxo no cometió este error, y por ello no creen en limbos ni en esa teología punitiva carcelaria occidental, sino en la teología terapéutica oriental. Dios no se venga, Dios reinserta, purifica, cura -todo lo que dispone es para sanar, no para vengar.

El Pecado Original, a grandes rasgos, es el pecado cometido por Adán y Eva (los primeros padres de la humanidad) al desobedecer el mandato divino de no comer del Árbol del Conocimiento del Bien y el Mal, siendo castigados con la expulsión del Paraíso. Por esta razón se condena al pecado a cada uno de los nacidos, -es decir, a la naturaleza humana como tal, tras la expulsión del Edén.

La doctrina romana a este respecto se fijó en el Concilio de Cártago (397), en el Concilio de Orange (529), y en el Concilio de Tranto (1545). Ninguno de estos es considerado "Concilio Ecuménico Válido", por la Iglesia Ortodoxa.

En la iglesia ortodoxa no existe el Pecado Original, lo que existe es el Pecado Ancestral. Dios dotó al ser humano de libre albedrío. Le dio el poder de elegir y tomar sus propias decisiones. Por ende, puede elegir entre hacer lo bueno (vivir en el amor de Dios) o hacer lo malo (alejarse del amor de Dios). De ésto ya nos advertía el apóstol San Pablo.

'Todo está permitido, pero no todo es provechoso. Todo está permitido, pero no todo es constructivo'. (1 Cor. 10-23).

La inclinación natural de hacer el mal -a separarse de Dios- es lo que llamamos el 'Pecado Ancestral', No existe antecedente bíblico contundente ni en los escritos de los Santos Padres de la iglesia para sostener una "Doctrina del Pecado Original".

Creemos que no es posible heredar la transgresión cometida por Adán y Eva (ellos ya pagaron con su expulsión del Paraíso). Nadie carga con culpas ni errores ajenos. Si caemos en pecado, cada uno de nosotros tenemos que comparecer y responder ante el tribunal de Cristo por nuestras faltas. La responsabilidad no es hereditaria sino individual".

No cesa de ser una punzada al espíritu histórico el hecho de que el languidecimiento de la que debería ser la hermosa y orgullosa estampa del humano, y de su devenir natural, haya sido consecuencia de un error de traducción; así como ya es sabido que la fortuna que le sonrió a Constantino en batalla fue el principio que cambió nuestro destino por siglos. ¿Será esta la raíz del estigma que envilece, sin necesidad, nuestra naturaleza?

No hay nadie más interesado en el pecado que el sacerdote. 

Para la reflexión.







Referencias:
1) Junio. 2012. "Pecado Ancestral vs. Pecado Original". Diócesis de México.
2) Junio, 2012. Comentarios de "La farsa del pecado de Abraham o el Limbo de los profetas". Ateísmo para cristianos.


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domingo, 20 de mayo de 2012

REFLEXIONES DESDE EL EXILIO

                           "Monumento al Emigrante". Tenerife, España.


Los venezolanos que vivimos en el extranjero, a diario recibimos críticas por haber “abandonado” el país (aunque este no sea el mejor término, algunos lo describen así). En muchas ocasiones, se nos pide que no opinemos si no nos encontramos en Venezuela. Se les olvida a quienes critican que aunque no estemos, en primer lugar: nacimos, crecimos y vivimos allí; en segundo lugar: el hecho de no encontrarnos en Venezuela, no implica que no nos importe o que nos importe menos lo que allí suceda; en tercer lugar: tenemos gente en el país que nos importa mucho (familia, amigos, conocidos). Encontrarse en el exilio (entendiendo al término como la “separación de una persona de la tierra en que vive”) no es fácil. Hay muchos detalles que se deben tomar en cuenta al comenzar una vida nueva en otro país:

  • Diferencias culturales de toda índole: las costumbres del país que te acoge son completamente diferentes a las de tu país de origen. Por ende, si deseas adaptarte, tienes que aceptarlas y en algunas ocasiones involucrarte en ellas. Se sorprenderían de la cantidad de diferencias culturales que existen: desde la hora de apertura de un comercio hasta la celebración de un cumpleaños. Y si menciono la forma de hablar, dedicaría un artículo entero. 

  • Adaptación al horario y al clima: situaciones climáticas extremas (olas de frío, olas de calor, nevadas, vientos fortísimos, tormentas de arena provenientes del Sáhara, ciclogénesis explosiva –todas estas situaciones verídicas-, y un sinfín de fenómenos meteorológicos a los que no estás acostumbrado y que inclusive, por experiencia propia, pueden afectar tu salud y tu cuerpo). Asimismo, el cambio de horario afecta, y mucho. En España, por ejemplo, hay una época del año en la que oscurece cerca de las 10 de la noche, los días son extremadamente largos y como consecuencia de ello, se pueden sufrir alteraciones del sueño. 

  • Adaptación a otras lenguas: en mi caso particular, al gallego. En otros casos –encontrándose en España-, al euskera y al catalán. Inclusive, si buscas empleo, te pueden exigir que domines la lengua local. De modo que en muchos casos debes estudiarla, así no la utilices en otras localidades fuera de España. 

  • Alejamiento de la familia, amigos y demás seres queridos: en lo personal, una de las situaciones más duras del exilio. Saber que estás lejos y que tu país de origen está mal, que tu familia y amigos están pasando situaciones realmente difíciles, y, peor aún, que pierdas a un ser querido y que no puedas estar allí, o que no puedas compartir momentos tan importantes como bodas, nacimiento de nuevos miembros de la familia, etc. es, en mi opinión, lo más duro que nos toca vivir a quienes nos radicamos en el extranjero. 

  • Situaciones de xenofobia, racismo e intolerancia: en pleno siglo XXI, aunque sea difícil de creer, el colectivo extranjero aún sufre vestigios de intolerancia por razones de raza y procedencia. En muchas ocasiones, se escuchan comentarios desagradables como “la crisis fue provocada por los extranjeros”, o si se refiere a un determinado crimen, “seguramente fue un extranjero”. Términos como “sudaca” dan cuenta de ello. Que apenas hables y te pregunten “no eres de aquí, ¿verdad?”. Lo notan y te lo hacen saber: no perteneces a este lugar. No siempre es así, pero ocurre aisladamente. 

  • Comenzar de cero: aunado a lo anteriormente expuesto, se debe comenzar de cero. Esto implica, entre otras cosas, estudiar nuevamente si es necesario para que tu nivel educativo sea reconocido u homologado; conseguir empleo, que en ocasiones resulta difícil por el hecho de ser extranjero (falta de confianza y “mala fama”); adquirir vivienda; adquirir vehículo; familiarizarse con el lugar en el que ahora vives –transporte público, calles principales, avenidas, organismos públicos, hospitales, consulados… etc.-; tramitar la documentación respectiva, y mucho más.

  • “Ni de aquí, ni de allá”: acostumbrarse a los cambios que supone vivir en el extranjero, te hace ver las cosas de una forma distinta. Influye tanto en el comportamiento como en la estética, las costumbres, las formas. La influencia es tal que cuando regresas a tu país de origen, te ven como una persona extraña. Algunos van más lejos y te critican que los aires europeos (en mi caso) te han “sofisticado”. Entonces surge una inquietud adicional: en el extranjero, no encajas propiamente en el país que te acoge. Siempre serás extranjero. En tu país de origen, ya no te sienten que pertenezcas a él, te ven como a un europeo (o norteamericano, o canadiense, o australiano –por poner ejemplos-). Luego, no puedes más que inferir: “No soy de aquí, ni de allá”.

Todas estas situaciones, sin duda alguna, te hacen madurar y verlo todo desde otra óptica. Quienes critican u opinan acerca de los venezolanos en el exterior no tienen idea de las experiencias, en algunos casos extraordinarias, en otros casos desagradables, que nos toca vivir. Adicionalmente, no puede ser condenable que queramos una mejor calidad de vida, que queramos brindarles a nuestros hijos un mejor futuro, que a pesar de los inmensos sacrificios que nos toca asumir, queramos vivir en tranquilidad, seguridad y paz. Hacer comparaciones es inevitable, sobre todo cuando viajas a otro lugar y percibes que hay orden, hay seguridad de toda índole, hay respeto a las leyes. Ocurre que nos acostumbramos tanto a la anarquía, al caos, a la agresividad, al desorden, al irrespeto, que no somos capaces de abrir los ojos y ver que hay otro mundo mejor allá afuera. Consejo: viajen, conozcan, observen, comparen y luego, saquen sus propias conclusiones. Y, partiendo de allí, critiquen. Pero critiquen siempre con fundamento.






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viernes, 27 de abril de 2012

BREVES CONSIDERACIONES ANODINAS DEL TIEMPO



Una entrañable amiga me ha preguntado qué opino, filosóficamente hablando, acerca del tiempo. Mucho me temo que solo podía darle una respuesta desde mis pocas entrenadas convicciones, y en un rápido denuedo silogista le he dicho lo siguiente:

"Te diré lo que pienso.

El tiempo, en sí mismo, no existe, pues parte de dos arbitrariedades innatas en el ser humano para entender mejor la realidad: a saber, el inicio de un evento y las unidades en las que se mide ese evento.

Supongamos que acontece un evento A, y luego de una cadena de causas y efectos, un evento B. La cadena de causas y efectos bien puede ser irrelevante entre A y B. Simplemente acontece entre un evento y el otro. Con esto evitamos que el evento A sea simultáneo al evento B en este ejercicio que estoy proponiendo.

El mundo no comienza cuando sucede el evento A, sin embargo, para estimar cuantitativamente un lapso entre A y B, suponemos, arbitrariamente, que el tiempo en A es un tiempo cero, y que el tiempo en B, luego de algunas sucesiones, vale algo. 

Pero el tiempo, en términos absolutos, no vale cero ahí. Como te dije, el universo no comienza ahí. Sería, en el mejor de los casos, un tiempo relativo.

¿Pero entonces significa que el tiempo sí comenzó a existir desde que el universo comenzó? Tampoco.

Lo que sucedió al principio del universo fue el Big Bang, que devino en nebulosas, que produjeron planetas, que luego albergaron vida. Digamos que lo que en realidad sucedió fue una cadena infinitamente gradual de acontecimientos (y que aún sucede). Nosotros, ahora mismo, somos el universo explotado convertido en seres humanos; todo en un eterno presente. Se podría hablar, con absoluta propiedad, que así como no hay futuro, no hay pasado.

El concepto de tiempo esta hermanado con el concepto de ritmo, o con el de repetitividad. Nosotros somos seres "rítmicos", y tenemos la ilusión del tiempo en la sangre. Vivimos bajo los ciclos de la respiración, del día y la noche, del nacimiento y la muerte, de las estaciones, del latido del corazón. Incluso creamos música. Todo eso es rítmico, es periódico, y cuando afirmamos inocentemente que hay tiempo entre A y B, en verdad lo que afirmamos es que los sucesos entre A y B pueden ser divididos equitativamente entre un número de cuestiones rítmicas a las que estemos acostumbrados.

Es como decir: ¿cuántos latidos de corazón caben entre A y B? ¿O cuántos aleteos de colibrí? ¿O cuántos segundos? ¿O cuántos años? ¿O cuántos "ratos" de motel? ¿Sabes cómo se define un segundo según el Sistema Internacional de Unidades? Así:

'Un segundo es la duración de 9 192 631 770 oscilaciones de la radiación emitida en la transición entre los dos niveles hiperfinos del estado fundamental del isótopo 133 del átomo de cesio (133Cs), a una temperatura de 0 K'.

Pura arbitrariedad. De hecho, esta es la segunda arbitrariedad humana en estos asuntos del tiempo: las unidades en las cuales se mide.

Tan efímero es este asunto del tiempo como el del "espacio", cuestión que al igual que la mismísima "causa y efecto", es susceptible de toda duda. Tanto es así, que hasta espacio-tiempo llaman a esa invisible e impalpable telaraña que abriga a todas las cosas en el universo. ¿Para qué llamarla espacio-tiempo si en el fondo es la misma cosa? Pero estas son otras menudencias que no vienen al caso.

Lo que se esconde detrás del tiempo es la conjugación de otras "propiedades" o "facultades": Una cadena de hechos, una capacidad adecuada para ordenar el mundo, la memoria, diferencias entre la magnitud de impulsos perceptivos y la finitud de estos, nuestra propia finitud, nuestra inherente concepción del espacio, nuestra mala crianza con la "causalidad"; todo ello confluye a que inventemos el tiempo. 

Por otro lado, ¿qué podemos saber nosotros del tiempo, si para saber de él estamos inmersos en sus entrañas? Eso es como opinar de la vida sin habernos muerto primero.

Un abrazo".

Dejé de escribir y me sometí de nuevo al esquema de ritmos.









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domingo, 22 de abril de 2012

PENSAD COMO POLÍTICO Y ENTENDERÉIS


 Tal parece que desde que los pueblos han tenido la oportunidad de elegir a sus dirigentes, la figura del político se ha venido trastocando en la forma de un orador de turno, afanoso por el poder y entusiasta de las parafernalias. Esto, incluso hasta llegar a deformar el concepto mismo de la política; y en vista de ello, no es despreciable ese creciente número de personas que, víctimas de la impronta reduccionista que define el semblante de los tiempos actuales, asocian todo lo referente a la política, rápida y tajantemente, con la peor inmundicia del ser humano. Y en ocasiones, hay que decirlo, no les faltan razones. 


 Pero cabría preguntarse, ya que es el ciudadano el que elige a su gobernante, quién es el verdadero responsable de las inconvenientes consecuencias de los gobiernos nefastos. No obstante, acusar enteramente al ciudadano de los desmanes ocasionados al otorgar, de buena fe, un cheque en blanco a una persona que promete ser un digno representante del pueblo, no es del todo justo. A fin de cuentas, para la persona promedio siempre será difícil prever si las promesas políticas por fin caerán del abstracto mundo de las ideas a la palpable realidad.


 A todas estas, quizás sea oportuno introducir una tercera variable en este problema de dilatada data. En el caso ideal en el que el ciudadano elija a su representante bajo las mejores premisas posibles, y que a la vez este representante sea congruente en acciones con lo que se espera de él, ¿existiría la posibilidad de que el gobierno de este hombre aún fuese desfavorable? La respuesta, aún en esta idealidad, es afirmativa. 


 Lo que falla, aún en condiciones ideales, es el sistema democrático en sí mismo. Ya en ensayos previos, como el "Fundamentalismo Democrático", se han expuesto cuáles son las razones más limitantes para que el sistema democrático sea susceptible de perfección, pero rescatando la más importante se recuerda que es la apología fundamentalista a la falacia del argumentum ad populum. En pocas palabras, la democracia se sostiene bajo la errónea premisa de que las mayorías siempre tienen la razón. 


 Lo que sucede con esto es que, por un lado, se deja la decisión en las mayorías que, por naturaleza simple, siempre han de ser espontáneamente gregarias e inacabadas; y por otro lado, el político, aún estuviendo preñado de buenas intenciones, se convierte en mercader de popularidades, pues intenta convencer de sus promesas o de su gestión a la mayor cantidad de personas posibles, centrando toda su atención a ello. En el sistema democrático actual, solo esto es lo que lo legitima como representante del pueblo. 


 Alejándose ya de las idealidades expuestas y remitiéndonos a la realidad, toca evaluar el caso en donde la población adolece de educación y en donde el político persigue algo mucho más que la satisfacción de sus coterráneos. En la praxis, contrario a lo que Platón ya había manifestado claramente en "La República" respecto al carácter de lo que debería ser un político, se observa cómo los que aspiran a ser representantes de todos, aún buscando la prosperidad de los suyos, embargan deseos de trascendencia, prestigio, poder y comodidad, tanto para ellos como para los suyos. Esto, que no tiene porqué ser peyorativo en sí mismo, hace, sin embargo, que el conseguir el cargo político y mantenerse en él sea el apetito principal del aspirante. En el proceso suele olvidarse que ejercer política es un servicio público y no la adquisición de un escalafón de superioridad. 


 En el mismo orden de ideas, cuando la masa votante es inculta o adolece de la educación suficiente, es exageradamente susceptible a los sofismas, a las soluciones inmediatas, a la inconsciencia histórica, a la poca memoria y a la emocionalidad del momento. 


 En este sentido y con este panorama (un sistema que favorece la cantidad y no la calidad del votante y unos votantes anodinamente educados), ¿qué posición debe tomar el político para llegar al cargo que anhela? Evidentemente, debe procurar a toda cosa la popularidad, la simpatía de la mayoría. 


 El discurso político se torna entonces para tales fines en el que ya conocemos: un discurso vacío, resonante, de ideas poco trabajadas y simples. El político debe mentir de forma inevitable. Una retórica emocional, llena de sofismas, que apunta siempre a las conciencias más básicas de la masa votante. El lenguaje será predominantemente sencillo, e incluso el político mismo intentará mimetizarse con el más humilde o representativo de la masa. Esta es la clase de discurso, y no otro, que funciona adecuadamente para los estratos poco cultivados y de limitados recursos económicos. Una referencia obligada de esta clase de lenguajes nos las da el mismísimo Goebbels de la Alemania Nazi. 


 Vale destacar que los medios de comunicación, estén o no a favor de este político, deben manejar un criterio editorial que sea complaciente con su público, de tal manera que perviva sobre todas las cosas la existencia del negocio del medio comunicacional como tal. Por este motivo, y por las mismas razones que el político, no toda la información debe ser conocida con todos. Huelga decir, también, que existe un criterio ético muy razonable en esta filtración informativa, pero no suele ser el principal factor. 


 Todo lo anterior conduce a la conclusión de que el político, necesariamente, inevitablemente, debe mentir. Como corolario inmediato, pues, se observa que la verdadera política es la que opera subrepticiamente, entre las personas selectas y directamente involucradas, e independientemente de la matriz informativa. El pueblo, la masa, el votante, nunca sabrá qué es lo que sucede a ciencia cierta. No puede y (no debe) saberlo en este sistema. 


 Cuando el político alcanza el cargo que desea, está obligado a mantener la misma estrategia de apología a la popularidad el mayor tiempo posible. Esto significa que cada aparición mediática, que cada discurso y cada acto de este representante no busca la satisfacción de los suyos como esencia, sino que busca mantener la legitimidad suya en el sistema. Busca votos, votos a través de actos que en el mejor de los casos redundan en el efecto colateral (más no principal) del beneficio de los ciudadanos. 


 Sería legítimo preguntarse: ¿y no es la mejor solución a la popularidad y a la anuencia de la masa que el político haga correctamente lo tiene que hacer? ¿Un buen gobierno no es garantía de un pueblo feliz que recompensará debidamente al político? En primera instancia, pareciera que así lo dicta la lógica. No obstante, es de lo más frecuente conseguirse con que el camino correcto en la guía y cuidado del Estado es impopular. 


 Si el político opta por lo correcto, en algún momento deberá tomar decisiones que no complacerán a la mayoría de los votantes, al mismo tiempo de tener el problema de las soluciones a mediano y a largo plazo, las cuales pueden requerir mucho más allá del período del cargo. Soluciones dilatadas beneficiarán la estampa de la magistratura de los políticos futuros, y decisiones impopulares aumentarán el descontento en la gente, lo que repercutirá en la reducción de esa sacrosanta mayoría. Lastimosamente, toda legitimidad en el sistema democrático se excusa en la libre determinación de los pueblos, independientemente de cuál sea esa determinación. Al político le toca complacer al circo, si pretende asirse bien en el cargo que ostenta. 


 Confluyendo las ideas, se tiene que la responsabilidad política de cada gobierno es una carga compartida entre ciudadano, sistema político y gobernante. Con el fundamentalismo democrático actual, mucho faltará aún para que los votos tengan “calidad” y no solo se les mire en cantidad, mientras mutemos a un nuevo sistema mejorado de representatividad. Quedan por mejorar los actores restantes: el ciudadano y el gobernante. 


 Como se ha dicho hasta la saciedad que la educación de calidad en los ciudadanos es el mejor vehículo hacia una mejor dirección del Estado, no valdrá la pena remarcarlo nuevamente en estas líneas. Pero además de ello, será asertivo saber elegir a nuestros gobernantes. 


 Los heraldos de la educación y el sentido común concluirán que en el perfil de un buen candidato (y por ende de un buen gobernante) comulgan una serie de características vitales, cuyo análisis se invita a discretizar como sigue: 


 • Una historia de vida afín a la dirección que desean tomar los ciudadanos. Sobre todo, la educación del gobernante debe ser conveniente para la dirección del cargo al que se postula. Hay que recordar que el político elegido será el ícono del pueblo que lo eligió. 
• Su prontuario laboral en los asuntos públicos. Es de especial interés el número de logros conseguidos, ponderados con tiempo y recursos utilizados. 
• Mientras menos familiares y allegados directos hayan conseguido cargos de poder a través del político, mejor. 
• Evaluar las ideas y argumentos del político, no desde la emocionalidad, sino desde la mayor objetividad posible. Si se puede, con data estadística y cuantitativa como respaldo. 
• Verificar su sensatez, amabilidad y educación con sus adversarios, así como su despreocupación ante las invitaciones a debate. 


 La vida bien pudiera manejarse con reduccionismos, pero al manejarla así, sin la paleta de colores necesaria para describirla y hacerle frente de forma correcta, poco se puede esperar de los resultados. En política, embadurnar al político de toda nuestras miserias es susceptible de esta misma carencia de sutilezas. Piénselo con detenimiento si opina que toda la responsabilidad es del gobernante de turno. 


 Saludos.





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