domingo, 3 de julio de 2011

DIOS SEGÙN PARMÈNIDES


E
l gran Parménides de Elea renace con fuerza cada vez que se debate su inclinación espiritual, entendiéndose por ésta toda posible afiliación por la divinidad. Fue el autor del Poema del Ser, un compendio de versos épicos y de contenido didáctico, que funge como único testimonio directo de este gigante del pensamiento occidental. En él, se hace patente la revelación divina, que es, precisamente, el objeto de debate del cual se intenta discernir si es un recurso metafórico o una confesión literal.

Parménides deambulaba en la Tierra hace un poco más de 25 siglos, en la región de Elea en el sur de Italia, y recorrió una buena parte de la Grecia Antigua. Estaba sumido en una atmósfera de misticismos de las más diversas clases, con claras referencias a la Teogonía de Hesíodo y demás tradiciones secundarias. No obstante, como buen filósofo, sabía distinguirse de los comunes, cosa que hace expresa en su poema cuando una diosa le revela su carácter privilegiado para adquirir el verdadero saber.

Platón afirmaba de Parménides su increíble profundidad metafísica –le bautizaba como “el Grande”-, y no es para menos, pues la arquitectura filosófica de Parménides no tuvo precedentes en la historia occidental. De sus pensares, florecieron las ulteriores ideas de Zenón, de Platón y de Aristóteles; los titanes griegos que hoy son tan conocidos.

Justamente el mejor indicio teológico que se pudiera extraer de Parménides debería estar en su metafísica, y a grandes rasgos, se pretenderá reconstruirla a continuación. Se conocerá, luego, si Parménides poseía un espíritu teísta o deísta, o si por el contrario era de ímpetu materialista.

Este sabio de Elea fue un volcán que estalló ante la reacción que le produjo la filosofía de Heráclito, la filosofía del cambio constante y de la relatividad e inaprehensión del ser. Ante Heráclito, Parménides declamó, casi con violencia, desafiante, que el ser, es, y que el no ser, no es. Este principio, que fue la semilla del famoso “A es igual a A” aristotélico, es el Principio de Identidad que conocen los lógicos actuales, 2500 años después.

Del asegurar que el ser es y el no ser no es, constituye la base primigenia de toda la metafísica a analizar. Ante esto que pudiera parecer tan simple y evidente, se desarrollan las ideas parmenídicas más complejas y subterráneas. De este preludio del Principio de Identidad, sobrevienen pues, las propiedades del ser, las cuales han de estar en relación directa con toda posible teología posterior en este filósofo.

¿Qué ocurre cuando todo ser es y cuando todo no-ser no es? Lo primero en diseccionar es que el ser es único. No puede haber más que un único ser. Porque suponiendo que existan dos seres, lo que es en uno no es en el otro: eso es lo que los diferenciaría. Este otro, del que se predica el no-ser del primero, conduce, si se analiza la frase, a una contradicción lógica. Se estaría tratando de hablar del no-ser de un ser, y por lo tanto, se estaría hablando de un absurdo. El no-ser de un ser viola la primera condición, la primera piedra metafísica de Parménides: que el ser es, y que el no-ser no es.

Otra forma de verlo es que si existiesen dos seres, lo que hay entre ellos, lo que los divide es un no-ser. Decir “es un no-ser” es afirmar que un no-ser existe (y que es lo que distancia al par de seres). Un no-ser que es, es una contradicción. Por lo tanto, como nada puede dividirlos, esos seres en realidad son un mismo ser.

También, de acuerdo con este axioma, del ser se puede predicar que es eterno. Si el ser no fuera eterno, significaría entonces que tiene un principio y un final; y si fuera así, entonces el ser, antes de su principio no era, y después de su final no será. Esto es otra forma de decir que si el ser tuviera principio y final, entonces antes y después de ser, no es. Como esto viola la primera piedra de Parménides, se debe concluir que el ser siempre ha sido y siempre será: no existe antes y después. Ergo, el ser es eterno.

De manera muy similar se puede encontrar que el ser es, además, inmutable. Si el ser cambiase, ya no sería. Todo cambio es una conversión del ser a un no-ser, o de un no-ser al ser. Tanto en el dejar de ser como en el llegar a ser, se encuentra implícito el no-ser del ser, lo cual es contradictorio.

Por otro lado, del ser puede afirmarse que es ilimitado, o infinito. ¿Qué es un límite, sino una demarcación entre dos entes distintos? Pero el límite del ser implica un algo que circunda al ser, y si ese algo es distinto, ha de ser un no-ser. Asentar que el ser tiene límites sería reconocer que el no-ser es lo que está afuera de los límites del ser, y ese reconocimiento del no-ser es expresar un ser del no-ser. Por lo tanto, como el no-ser no es (no existe), lo único que hay es el ser, y en consecuencia el ser no tiene límites, es infinito.

El ser, finalmente, es inamovible. Por ser precisamente ilimitado, el ser no está en un lugar. Moverse, en cambio, es estar cambiando de lugar, es estar estando, pasar de un lugar a otro. Si el ser pudiera moverse, implicaría entonces que no se encuentra en el espacio que abandona y el espacio al que se dirige, y por lo tanto el ser no sería lo más extenso que hay, no sería ilimitado, ya que hay espacios que no ocupa. Siendo ilimitado, pues, el ser ha de ser inmóvil.

Se puede resumir entonces que las propiedades del ser son la unicidad, la eternidad, la inmutabilidad, lo infinito y la inmovilidad. Muchos siglos después, en la actualidad, estas propiedades podrían ser asociadas fácilmente (no sin imprudencia) a cualquier deidad vigente; pero respecto a la mente de Parménides ha existido durante mucho tiempo un carácter indefinido de lo que las propiedades del ser conducían para él en esta materia.

Y es que el gran filósofo de Elea, tal y como lo sugiere Platón en Sofista, no se enfrentó con ¿Panteísta, materialista o panteísta materialista?el problema de si lo real, la realidad última, posee vida, alma y entendimiento. Sí aseguró aquel que, en virtud de las propiedades del ser, nuestro mundo sensible no era más que una ilusión, un engaño que servía de cortina para lo verdadero (que es el ser y sus propiedades); pero nunca fue claro en los precedentes de ello. Al mismo tiempo es muy importante aventurar de nuevo que toda la filosofía de Parménides es un constructo reaccionario contra la filosofía de Heráclito, y siendo éste panteísta, sería posible que Parménides, en consecuencia, no lo fuera.

No obstante, si existiese alguna clase de divinidad, y según la perspectiva de Parménides, tendría que ser congruente con las propiedades del ser. Esta divinidad sería única y seríamos nosotros, lo que nos rodea y ella un mismo ser. Todo, además, entendiéndose por todo a esta unidad dios-nosotros-universo, sería ilimitado, infinito, eterno e inamovible. El universo sería el ser, nosotros seríamos el ser, Dios sería el ser. Y lo más aproximado a esa visión, de hecho, es el enfoque panteísta. Curiosamente hay reminiscencias del taoísmo también, sin querer decir, por supuesto, que Parménides tuviera que ver con ello.

Misterioso es, como se observa, este vacío teológico parmenídico. Platón consideró que la parte cosmogónica del Poema del Ser era muy parecida a una teogonía; es decir, a una elucubración de los orígenes de los dioses que protagonizan sus versos. Aristóteles, en otro tanto, pensaba que el filósofo de Elea era de carácter monista, lo cual extirpa la concepción de una realidad escindida en dos planos, o alimentada con más de una sustancia.

La aparición de los dioses en el Poema del Ser pareciera ser meramente alegórica, con intenciones poéticas. Una importante pista de ello es que las deidades aparecen principalmente en la parte del poema en donde se describe y analiza el mundo de lo aparente, de lo ilusorio, en el fondo, de lo que rechazaba Parménides. Que todo este conocimiento le haya sido revelado por una diosa en el poema, según los entendidos, no es más que mera forma, y por cierto, tal parece que una huída de la prosa, una necesidad del verso.

El asunto no está claro, pero lo que podría asegurarse es que desde el horizonte del Poema del Ser, la realidad humana es un remedo (que no es totalmente falso, sino estrictamente “engañoso”) de la realidad verdadera. Lo sensible, pues, es un subproducto, una ilusión con retazos de verdad, pero que no está hecho de una sustancia distinta a la realidad última, sino que es más bien parte turbia de ella. La realidad última, la verdad, es una sola, todo lo abarca, es eterna, es inmutable, es inamovible, es.

¿Panteísmo? ¿Materialismo? ¿Panteísmo materialista? En la filosofía de Parménides no existe el espíritu, no existe sustancia distinta a la sustancia del ser, que es la sustancia de todas las cosas. ¿Qué sería, pues, una divinidad en este contexto? Mucho más adelante, Aristóteles tomaría las bases de Parménides y respondería: es pensamiento. Parménides, que afirmaba “una y la misma cosa es ser y pensar” quizás hubiera estado de acuerdo.

Cordiales saludos.






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2 comentarios:

  1. Me gustaría hacer un aporte sobre la rara mitología cristiana...

    Donde el dios cristiano tuvo un hijo, pero se dice que amó mas a los humanos creados que a su hijo, y cuando por errores de este dios comieron de un árbol, tuvo que mandar a clavar a su hijo a un palo para que el estatus de los humanos que supuestamente creo este dios pudieran estar de nuevo ok con este dios...

    Pero piensen en esto...

    Si ahora los cristianos son hijos de un dios mitológico, que le impide a este sanguinario y salvaje dios crear otras personas, equivocarse de nuevo y tener que sacrificar a su únic... ups, perdón, a sus miles o millones de nuevos hijos (ay que dios mas picarón)...

    Pues santa solución querido batman, solo habrá que mandar a hacer de la misma forma sus millones de hijos mas el otro que no recuerdo como se llama, así los clavan en un palo todos desnudos y de nuevo sus otras creaciones quedarán ok con ese dios mitológico, claro que estos nuevos hijos también tendrían que ser sacrificados cada vez para quedar ok con el dios mitológico en caso de que vuelva a meter las patas.

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  2. estoy de acuerdo en parte con Parminedes, Dios es y todo lo que percibimos es su pensamiento. El pensamiento no es el ser, de la misma manera que en una novela los personajes no son el autor.

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