lunes, 13 de diciembre de 2010

SIMILITUDES ÉTICAS ENTRE BUDISMO Y PLATONISMO


S
iddartha Gautama se sentaba plácidamente bajo las sombras de lo árboles, explicándole a sus antiguos maestros y compañeros ascetas por qué había decidido prescindir de aquella disciplina rigurosa que alguna vez los había convertido en una cofradía que buscaba la verdad. No es que la verdad ya no fuera objeto de la búsqueda del ya iluminado Siddharta, sino que simplemente el ascetismo no fungía como el camino correcto.

Buda había concluido, en base a su pasado voluptuoso como príncipe, y luego en base a su experiencia como asceta rígidamente disciplinado y desnaturalizado, que ni lo uno ni lo otro eran los senderos correctos para la búsqueda de las verdades. Era justo el medio entre ambos senderos la ruta correcta, y así se los hacía saber a sus discípulos, enunciándolo en el importante Noble Camino Óctuple, guía para la perfecta moderación en la conducta. Solo una persona moderada, alejada de los extremos, podría alcanzar por sí misma el conocimiento verdadero para eliminar el sufrimiento de la vida.

Esto ocurría aproximadamente hace 2500 años, en el noreste de la India, mientras que casi al mismo tiempo, al otro lado del mundo conocido, Sócrates enseñaba a un mozo recién llegado a la adultez, llamado Aristocles y mejor conocido como Platón, las virtudes que tiene la justicia. En esas enseñanzas, Platón entendía la suprema importancia que tenía la ponderación de la conducta si el individuo pretendía alcanzar la idea absoluta del bien.

El filósofo griego (Platón) luego explicaba en sus libros la ignorancia del hombre no ejercitado en los menesteres de la razón, al imaginar que el placer obtenido al abandonar el dolor y los estados deplorables era un verdadero placer, así como también resultaba un placer imaginario ser seducido por una sobreabundancia sensual. Entre ambos extremos se encontraba una posición media, demostrablemente correcta desde el punto de vista ético, pues desde ella cualquier descenso a un estado de miseria y dolor era sufrimiento, y desde ella, cualquier ascenso a una sobreexcitación de los sentidos también implicaba padecer. Una postura intermedia, era pues, la mejor actitud que una persona razonable debía tomar ante la vida.

Es evidente el símil entre la sabiduría oriental y la filosofía griega, y bien pudiera añadirse el calificativo de sorprendente si se recalca el hecho de que ambas culturas se encontraban relativamente alejadas. No obstante, para el beneplácito de las mentes amantes de lo curioso, el arte de vivir en el camino medio, en una conducta moderada, no es la única similitud entre ambos mundos. Otro remarcable punto de comparación constituía la armonía.

En efecto, la armonía en la forma de ser correspondía con la exteriorización de las más profundas virtudes obtenidas por el camino intermedio, pero a la vez, como si de una actitud recursiva se tratase, fungía en primera instancia como la herramienta educativa por excelencia para aprehender aquellas profundidades. Tanto para el budismo como para el platonismo esto constituía una certeza, la cual era transmisible, por aquel, a través de justamente el Noble Camino Óctuple, y por éste, por medio de la música y la gimnasia.

Desde el punto de vista budista, la armonía en la conducta era desarrollada (y desarrollable) por medio de un transitar con sabiduría, comprendiendo correctamente, pensando correctamente, guardando una conducta ética (respetuosa de la vida y alejada de la mentira), hablando correctamente, actuando correctamente, esforzándose correctamente, y meditando y prestando atención de la manera correcta. Cada aspecto es desglosable en muchos otros, pero constituyen la esencia misma de lo que implica una vida mesurada y armónica.

Por otro lado, en la antigua Grecia, la educación virtuosa sobrevenía, como se ha dicho, de la música y la gimnasia. Es importante acotar, sin embargo, que los términos “música” y “gimnasia” eran mucho más amplios conceptualmente que los que se usan en la actualidad.

Con la música, los griegos no solo perseguían una sensibilidad por las melodías y sonidos agradables, Buda y Platón compartían opiniones en cuanto a la moderación, armonía, ignorancia e ilusión.sino que pudiera decirse que era el estudio esencial de la armonía misma. Dominar el arte de la música significaba orientar el espíritu hacia la belleza, hacia la correcta proporción, hacia el hablar con gracia, el ser cordial, el desenvolverse “aristocráticamente” en los aspectos de la vida, el exteriorizar una bondad y esplendidez oriunda de los sentimientos más nobles y asertivos. Por otro lado, la gimnasia era el complemento físico, aplicado a las artes del cuerpo, de ese enriquecimiento espiritual dado por la música. El estudio de los ejercicios adecuados para fortalecer el cuerpo, el arte de combatir, el mantenerse saludable y vital; todo esto, bajo la perspectiva platónica (e incluso griega), correspondía a este ámbito. Y la compenetración profunda de la música y la gimnasia se convertía entonces en la armonía ideal para todo buen griego.

La armonía, viéndolo a fondo, no es más que el brote externo de la profundización de la conducta moderada. Lo armónico de hecho implica un sentido de proporción, de equilibrio, una moderación afín con la belleza y las buenas formas. Dada la similitud del budismo y el platonismo en cuanto a la preferencia por un camino medio ético, no es de extrañar que al perseguirle, los individuos simpatizantes de una y otra filosofía hayan desarrollado una empatía profunda por la armonía en todos los órdenes del vivir. Pero aún hay más…

Para Buda, la solución para encontrar las verdades y eliminar todo sufrimiento yacía, como ya se ha dicho, en una vida armónica, conducida por un correcto camino medio. ¿Qué ocurría empero con los que no transitaban por el adecuado sendero? Sencillamente permanecían envueltos en el manto de la ignorancia, padeciendo, por tanto, de ser marionetas del samsara, es decir, de una existencia ilusoria. Análogamente, Platón y su Mito de Caverna nos hablan de lo lejanas que están las personas de separarse de la ignorancia si no utilizan la razón para encaminarse hacia la correcta predisposición de espíritu. Como los habitantes de una caverna que solo ven sombras y siluetas en las paredes de la misma sin tener idea de qué es lo que las causa, así mismo, justo en ese fiel estado de ignorancia, deambulan las personas que desdeñan el correcto razonar, esto es, la dialéctica, para estar embebidos, empero, en un mundo que consideran real pero que no es más que ilusorio.

La pareja “ignorancia” e “ilusión”, como dúo inseparable que engaña nuestros sentidos en un mundo aparente, se hace patente en la perspectiva del sabio iluminado y del filósofo de espaldas anchas. Cabe preguntar: ¿cómo es posible que formas de pensar tan alejadas y diferentes concuerden en asuntos tan primordiales en cuanto a la ética?

Por supuesto, de ninguna manera existe una semejanza entre el budismo y el platonismo en cuando a rigurosidad en sus objetos de estudio, así como en sus perspectivas metafísicas; hasta son contradictorios en algunos tópicos. Pero queda suficientemente claro que tanto como para aspirar al nirvana como para ascender al puro e inmutable mundo de las ideas, un correcto comportamiento es menester. El comportamiento, en aras de alejarnos de toda la ignorancia e ilusión en las que estamos sumidos, debe encaminarse, bajo constantes ejercicios introspectivos, en un saber vivir moderado y armónico.

Ante estos hechos comparativos, ante las independientes visiones orientales y occidentales de lo que significa un correcto vivir, ¿sería apropiado suponer que la ética correcta, de existir, se alimenta entonces de una base racional para poder llevarse a cabo? O en otras palabras, ¿cómo es que Buda y Platón llegaron a estar de acuerdo en cuando a la ética de no ser por una implementación sistemática de la razón?

La tesis de que lo bueno y lo malo dependen absolutamente de cada persona (es decir, la tesis de la moral subjetiva), pareciera entrañar serios problemas en torno a su validez.

Muchos saludos.






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