miércoles, 13 de julio de 2011

EL CASO DAMIAN HIRST


T

oda obra constituye un reflejo inequívoco de la esencia de su autor. Las huellas digitales, la caligrafía, el lenguaje corporal, los modismos, y cualquier otro acto derivado de la personalidad del hombre se encuentra impregnado del núcleo mismo del lugar de su origen, esto es, de la conciencia (voluntaria o no) de su creador.

Es por ello que es tan válido predecir los actos de una persona en base a la personalidad de ésta, como válido también es evaluar dichos actos para inferir la personalidad. Creador y creación se unen entonces por una cadena sutil, invisible pero irrompible, en donde cada extremo conduce inevitablemente al otro.

En esta oportunidad, emitir una opinión acerca de Damian Hirst implica, en base a lo anteriormente dicho, conocer no sólo las creaciones de tal artista, sino conocer también cuáles fueron sus motivos más íntimos a lo largo de su vida que lo llevaron a la posición en la que está.

Bien conocida es la trayectoria rebelde de Hirst a lo largo de su existencia. Él mismo confiesa haber sido inmanejable en su juventud, y sólo haber destacado en las materias artísticas durante su estadía académica en el colegio. Extravagancia e irreverencia parecen ser las palabras que definen su carácter desde siempre, aunque es a los 43 años cuando un suceso le impactó enormemente.

En efecto, a esa edad muere uno de sus amigos más íntimos, Joe Strummer, lo cual afecta tanto a Hirst que éste revela “sentirse mortal por primera vez”. Es a partir de acá en donde se puede entender cómo la irreverencia natural de Hirst y cómo la muerte se funden en un solo concepto en cada una de sus obras.

Difícil es definir el buen gusto, por cuanto es también muy complicado establecer un consenso para clasificar lo que es arte y lo que no. Sin embargo, el que exista el acuño “buen gusto” implica que a pesar de todo atisbo por esquematizarlo, el arte, el bueno, está ahí. Pudiera decirse que más que racionalizarlo y decidir si es bueno o no, es algo que se debe sentir.

Y es que la naturaleza de alguna manera nos lo muestra con sutiles ejemplos. Lo valioso del oro y la belleza de las piedras preciosas radica, evidentemente, en su naturaleza hermosa y en sus propiedades imperecederas o estéticas. Y para que el oro y los diamantes alcancen tales características es menester que un proceso bastante largo y hasta exquisito ocurra con ellos. De ahí que, justamente, por lo riguroso y exquisito de estos procesos, el oro y las piedras preciosas suelen ser escasos en la naturaleza, o por lo menos de difícil acceso. El corolario que desea extraerse de esto es que lo bueno, lo excelso, lo refinando, lo realmente bello o lo sublime deben su escasez y su difícil acceso por su propia naturaleza.

Sin embargo, en muchas ocasiones, referente a esto, ocurre una inversión de las causas y los efectos. A veces se piensa que siendo exclusivo, elitesco, escaso o raro es sinónimo automático de ser sublime, excelso o bello. Grosso error considerando que, por ejemplo, los defectos congénitos suelen ser escasos en la población, pero no por ello son bellos. Esnobismo, en resumidas cuentas.


For the love of God.

En este orden de ideas, ser surrealista, o más aún, alcanzar la belleza del arte en el mundo surrealista, siempre ha sido característicamente un acto que se revela contra el sistema. Ahora bien, ¿es todo acto surrealista, por el simple hecho de ser rebelde, escaso o raro, un sinónimo de buen arte, o incluso de arte? La respuesta pareciera ser negativa.

Romper la regla establecida o enfrentar a la moral vigente es la consecuencia natural de ser extraño, raro o difícil de encontrar, más no es la causa. Si el artista deja fluir su emocionalidad, su creatividad, su técnica y su concepto en su obra, poco tiene que ver él con la norma establecida o con los cánones, si su tendencia es surrealista. Es más, poco le debe importar si su arte calza dentro del surrealismo o no. Él simplemente es y su obra simplemente es, quedando para el mundo la tarea de la clasificación.

Damian Hirst, incluyendo a otros artistas de vertiente surrealista, no pareciera ser sincero del todo con lo que persigue en su arte. Muchas veces ha sido catalogado de premeditar polémica con sus trabajos, buscando siempre llamar la atención, o estar decididamente en contra de los cánones establecidos con cada obra que realiza. Más allá de criticarle el hecho de que en varios de sus trabajos no participa directamente, o sencillamente busca altas sumas de dinero sin ninguna otra finalidad, Hirst se delata a sí mismo cuando el éxito de lo que realiza depende en demasía del qué dirán. ¿Hubieran tenido sus trabajos de animales en formol el mismo éxito de no ser por la sensibilidad que la gente tiene por los animales? O en otras palabras, ¿Hirst tendría el éxito que tiene de no ser tan inmoral o tan polémico para las masas?

Es aquí donde es menester detenerse y reflexionar si el éxito de dicho personaje radica en su ataque directo a la convención o si descansa en la genialidad intrínseca de sus trabajos. A pesar de que no existe un acuerdo limitante acerca de lo que es arte o no, se reitera que sí existe una sensibilidad por el buen gusto que sólo se adquiere con la inmersión paulatina y natural en el universo artístico. Por ello, personajes que llevan años en este oficio pueden prescindir de una teoría o de una visión esquemática acerca de lo que es arte o buen gusto, en vista de que su estancia en el área les ha proveído un despertar en sus sentidos. Una de estas personas es el reconocido Mario Vargas Llosa, que en su momento, valiéndose justamente de su dilatada trayectoria y experiencia, se permitió criticar duramente a Damian Hirst.

Vargas Llosa afirmaba que no existe mucha diferencia entre, por ejemplo, la calavera de Hirst y las calaveras de mazapán de México. ¿Cómo se diferencia la pillería del talento?Su punto de partida es que Hirst busca descaradamente enriquecerse, aplicando la fórmula burda de crear polémica en sus trabajos para conseguir ser denominado luego como surrealista o vanguardista. Y por lo menos sería lógico seguir el razonamiento de Vargas Llosa cuando está en evidencia que el mismo Hirst interviene clandestinamente en las subastas de sus obras, se salta el protocolo establecido de los museos, y se convierte así en el artista vivo mejor pagado.

¿Hay genialidad artística implícita en el hecho de ignorar el protocolo de los museos e ir a la subasta directamente? Es posible. Aunque tal vez sería más “genuinamente surrealista” sugerir oníricamente, si es el gusto, los motivos; o quizás no viciar dicho acto de vanguardismo con dinero de por medio. ¿Por qué no subastarlo al que ofrezca menos dinero, por ejemplo? Eso sí sería realmente interesante, vanguardista e irreverente.

Retomando la biografía de este artista, el mismo ha reconocido que se está alejando del camino de los excesos y que paulatinamente retoma el sendero hacia el cristianismo. Esto es de vital importancia, porque ante la posibilidad de un Hirst más moral existe inquietud acerca del vuelco que podrían dar sus obras, e incluso su concepto central de “Historia Natural”, en donde la muerte de animales ha tenido gran protagonismo.

¿Será entonces que el nuevo Damian Hirst, en caso de volverse más apegado a la moralidad cristiana, reconfigurará la línea de sus obras alejándolas de las polémicas o de la búsqueda inmediata de dinero?

Independientemente de lo que ocurrirá, Damian Hirst ya ha dado mucho de qué hablar en el mundo del arte. Quedará entonces para aquellos verdaderos capacitados en el tema juzgar si Hirst es un vanguardista del surrealismo o es más bien un verdadero genio de los negocios. Que sea esta entonces una lección vívida para comenzar a reflexionar si el arte debe ser definido solamente bajo el criterio de las sensaciones o si debería tener, por lo menos a grandes rasgos, una normativa para establecer la diferencia entre, como diría Vargas Llosa, “la pillería y el talento”.

Cordiales saludos.

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