Motivación, según el diccionario: Animar a alguien para que se interese por alguna cosa. Definición parca, pero útil. La palabra motivación la usamos frecuentemente y en situaciones tan diversas, que a veces no nos percatamos que su fondo forma parte fundamental de la historia y abarca parte, no menos fundamental, del devenir de la humanidad.
El hombre, ese animal racional de Linneo, y sentimental de Unamuno, ese bípedo implume de Platón y Homo Faber o Sapiens, de otros tantos; es además, un animal motivado. Quizá suene demagógico o complaciente, pero todas las denominaciones anteriores son ciertas, tienen algo en común. Y es que todos los que las concibieron añadieron a la palabra animal (o a Homo, es igual), que sola suena igual a tripa o ascensor, un calificativo distintivo, propio de nuestro género, humanizándola. De esta forma, las denominaciones fueron fácilmente asimiladas por el mundo y sobre todo por los que, sensibles de su humanidad, entendieron que el hombre es el único animal que razona, el único que hace, siente y sabe, y como no me viene otro a la mente, el único que, en su condición de bípedo, fue privado de su plumaje-al menos que le quitemos las plumas a un pollo como hizo Diógenes. Ahora bien, dentro de las designaciones anteriores hay una que introduje sin permiso. Dije: animal motivado. Sí, no fue un error y si de algún modo lo fuera, no es por lo de motivado, sino por lo otro, lo de animal. Lo importante de todo esto es saber que cuando la motivación falta el hombre de pie fenece, o por lo menos sus aspiraciones. Ya lector, te darás cuenta por qué.
Sí bien es cierto, la motivación, definida arriba, pude ser una disposición interna, como venida de dentro y transmitida con la acción y el discurrir del individuo, es más cierto todavía que son pocos los hombres que en un medio sin alicientes, se auto motiven, supeditando sus acciones a un fin más allá de lo aparentemente posible. Gran parte de los individuos son movidos por cuestiones exógenas e inmediatas, y por disposiciones del medio. A qué me refiero, usemos un ejemplo sencillo: En la “Universidad X” el sistema de calificaciones sólo abarca dos categorías si se quiere: la primera, la categoría de aprobado; La segunda: la de no aprobado. Por tanto, el estudiante, independientemente del nivel de conocimientos que posea, sólo podrá pertenecer a una de las dos; es decir, el individuo que cumplió con los requisitos mínimos para aprobar tendrá la misma calificación, que el que habiendo profundizado más en el estudio, debería pertenecer a otro grupo (el de aprobado con creces, por ejemplo). Salta a la vista que los estudiantes en esta universidad adquirirán los conocimientos necesarios para aprobar y no centraran su empeño en conocer a profundidad el material. Porque, en definitiva ¿para qué conocer más si mi nota será igual? Indiscutiblemente, habrá un grupo de individuos -reducido, pienso- capaz de sustraerse de la situación, estos adquirirán sus conocimientos sabiendo que al final la nota no es determinante, sino el conocimiento en sí.
Concluyo: Son personas marcadas y con disposiciones muy especiales las que pueden hacer frente a su entorno y obrar en grande, la motivación es consustancial a ellos y no requieren que de alguna forma se la inoculen; de resto son pocos los capaces de obrar y superarse sin que el medio los motive y haga posible sin esfuerzos sobre humanos el desempeño de sus vidas. En un medio sin posibilidades, el mejoramiento es difícilmente conseguible.
Si no se desprende de lo dicho antes la relación existente entre la motivación con el desarrollo de las sociedades, trataremos de explicarlo más adelante.
C a p i t a l i s m o y m o t i v a c i ó n, o i g u a l d a d
“Bajo toda la vida contemporánea late una injusticia profunda e irritante: el falso supuesto de la igualdad real entre los hombres.” Ortega y Gasset.
“La igualdad hace disminuir la felicidad del individuo, pero abre la vía para la ausencia de dolor de todos. Al final de la meta estaría ciertamente la ausencia de dolor, pero también la ausencia de felicidad.” Nietzsche.
Muchos sueñan con un mundo donde las desigualdades no existan y donde el dinero se sustituya por el trueque. Pero la verdad es que la desigualdad es propia del hombre y al parecer, el dinero también.
Nunca entendí el término de igualdad que enseñan en política, no lo comprendí por el simple hecho de que nadie pudo explicármelo jamás; en mi mente, lo que intentaban exponerme sin convicción, rebotaba y se iba por el mismo lugar por donde entró. Esto sucedía, y ahora me doy cuenta, porque contradecía a aquel signo genuino y fácilmente representable, el signo lógico-matemático, que simboliza, simplemente, que dos cosas son similares(o tres, o cuatro). Debemos admitir, y con sinceridad reconocer, que la tan repetida palabra igualdad, referida al hombre en sociedad ¿a eso es a lo que se refiere?, cuando está sola, no tiene significación verdadera o sólo una efímera; en cambio sí lo tiene la otra, la única igualdad, que se usa en las matemáticas y en la lógica, y cuyo significado está bien constituido en nuestro lenguaje. Esa última igualdad, al ser la única cognoscible, es la que tiene posibilidad de representación en mi mente; cuando alguien se refiere a la primera se me aparece inevitablemente la segunda. En fin, de la abstracta igualdad que intentan enseñar algunos, y de la cual hacen referencia las ideologías ramplonas, que cada quien recurra cuando le plazca (como ha sido siempre). Dije, al principio de este párrafo, que la igualdad de los cursis, la igualdad humana- que es un oxímoron igual de absurdo que decir el “cristiano ateo”, o el “gato ladrador”-, contradecía el concepto que tenía ya en mi mente, y lo hacía simplemente porque no me imagino a otro hombre igual a mí ya que al pensarlo me pienso a mí mismo. Mi ejemplo, ciertamente, no tiene representación posible, acaso la tenga y mi imaginación sea más corta que el vuelo de una gallina.
En todo caso considero que la igualdad aplicada al hombre es atroz. El individuo humano, en tanto individuo, tiene como condición primaria la de ser único, un sistema basado en la igualdad es un sistema falaz en su zócalo. En contraposición a los animales, el hombre propende a la desigualdad; el hombre es tanto más hombre en cuanto más diferenciada sea su acción; cuanto menos lo sea, más por el contrario, se parecerá a las vacas, que no se diferencian unas de otras. Somos todos diferentes porque nuestras capacidades intelectuales son distintas, tenemos entre individuos dispares aspiraciones, disposiciones morales disímiles y concepciones religiosas múltiples. La igualdad es por tanto sólo consumada en el mundo de las ideologías, y las abstracciones; en el mundo de verdad, la igualdad no es posible, como no es posible que un pez, atacado por las ansias de ser distinto, viaje en dirección opuesta a su cardumen; si alguno, ávil nadador, lograse desprenderse de su grupo, no sería por perspicaz, sino porque perdió el sentido de la orientación y sería consecuentemente devorado. El animal distinto es un error, en tanto que en el hombre, la distinción es su característica definitoria. En una palabra: dejémosle la igualdad a las ideologías ramplonas, que mientras, los hombres de verdad, nos nutrimos de su opuesto.
Respecto al dinero, a algunos les parecerá contradictorio que después de miles de años desde su invención, sigamos utilizándolo. Las relaciones humanas, ya desde fechas harto lejanas, no se conciben sino a través del capital. ¿Por qué persiste? Creo que la riqueza es una fuente de motivación sustancial, y aquí es donde quería llegar.
Algunos individuos centran sus acciones en descubrir nuevas teorías, otros en escribir novelas, otros en cambio intentan socavar las bases del hombre proporcionando nuevas luces acerca de su fondo. ¿Pero qué hay del individuo promedio? ¿Qué hay del que le interesa más bien poco de que material está hecho? Pienso que ese hombre, caracterizado muy bien por Ortega y bautizado por él como hombre-masa, tiene como una de sus motivaciones fundamentales el dinero. Es la riqueza una de las formas que posee para salir adelante, su motivación parte de ella. La aspiración de superarse por medio del capital, no es desdeñable, ni mucho menos inhumana: ha servido para sacar a países enteros de la pobreza. En China, desde que es el país capitalista por antonomasia, han surgido cerca de 250 millones de personas de la miseria. El capitalismo es pues el sistema que permite al individuo ser el hacedor de la economía, y hace partícipe del desarrollo a todos y no sólo a los más capaces. Es en fin, fuente de motivación.
Ahora bien, el capitalismo debe entenderse como lo que es, un sistema económico y no más, muchas veces se le atribuyen faltas que son propias de resquebrajamientos más profundos, atinentes al fondo de la sociedad y a sus formas de estructuración reales. La moral, la ley, y la religión. De ellas hablo.
¿V e n e z u e l a u n p a í s m o t i v a d o?
Presenciamos cómo continuamente hacen referencia a la flojera Venezolana para dar explicación a los problemas, muchos se entretienen formulando teorías de parvulario sobre esto. En sus exhaustivos doctorados llegan a la conclusión de que ella forma parte de nosotros porque el calor del trópico afecta a los habitantes de estas tierras negativamente, los menos; y de que estamos destinados por nuestras raíces múltiples a colgarnos de la hamaca, los más. Otros, antropólogos de parrillada dominguera, diseminan y repiten como un loro, que la viveza forma parte de nuestra idiosincrasia así como el gusto por las caraotas. Unos, los tontos menos agraciados, apelan al ¨imperio¨ para explicar los ranchos de petare. De esta forma, tanto el teórico de parvulario, como el antropólogo de parrillada, queda satisfecho, convencido de que todos los problemas se reducen a esta o aquella otra cuestión. Pero al que no le hacen mella estas caracterizaciones pobres y estos culpables tristes, se da cuenta de la abrumadora amplitud del asunto y lo poco susceptible que es de generalizaciones y juicios cortos. En fin: tontos, vivos y flojos hay en todas partes y no creo que Venezuela sea un lugar especial donde convivan en mayor cantidad.
A veces los problemas es mejor mirarlos de soslayo y no dejarse engañar por las impresiones de frente, que nos deslumbran. Así como la luz, enfocada sobre un objeto en ángulo abierto, aún incidiendo con menos intensidad, abarca un área mayor que si se enfoca perpendicularmente. Cuando hablamos del subdesarrollo de nuestro país es bueno deslindarse de determinismos que complican la labor de comprender. Ignoro en gran medida cuales son las causas, son tantas y tan complejas que no está en mis manos conocer su forma. Ahora bien, siento que en el círculo vicioso de la pobreza y el subdesarrollo existe un factor que es a la vez causa y efecto, hablo de la desmotivación. No creo, como dije, que la flojera, el conformismos, o la viveza sean partes del ser Venezolano, pero si estoy convencido que son el reflejo aparente y mal entendido de la esencia real del problema. Personas conviven en situaciones verdaderamente complicadas; los barrios de Venezuela son, sin lugar a dudas, lugares donde las caracterizaciones simples de las que hablábamos quedan desdibujadas por el acontecer de la realidad, quedan convertidas en juicios injustos. Familias apiñadas, drogas, delincuencia, deserción escolar… Pongámonos en la piel del que sufre en ese entorno y veremos que la desmotivación y la falta de alicientes es el factor verdadero que condiciona a los demás. Las posibilidades de mejorar en un ambiente tan hostil, definitivamente son pocas; es abrumadora y hasta sobre humana la tarea que debe hacer cualquier venezolano para mejorar, en esas condiciones, sus condiciones.
Para formar sociedades en donde las posibilidades de superación sean verdaderas y no estén enhiestas en un escalón inalcanzable, es necesario la construcción de instituciones sólidas, por un lado; y permitiendo que la riqueza del país sea de todos, por el otro. Esto último no consiste en repartirlas como si fueran regalos, como pretenden los gobiernos megalómanos y con pretensiones de omnisciencia. La verdadera solución es la construcción de una economía donde el individuo y no el conglomerado sea su hacedor y los sistemas de producción estén supeditados a él y no al interés nacional -término tan ambiguo y mal usado, que bien puede significar el interés de todos, como el interés de un degenerado-. Así pues el capitalismo, entendido en los términos planteados y como lo ha demostrado la historia, es el sistema que procura el desarrollo. De esta forma, la posibilidad de que los hombres sean los constructores verdaderos de la economía y no el estado, está relacionada y queda incluida, en una de las circunscripciones fundamentales de la democracia, que es el derecho de que cada quien tenga lo suyo, el derecho en fin: a la propiedad. En una palabra, la democracia subsume a la propiedad y sin esta última, la primera no es. Cuando el sustantivo “propiedad” va acompañado de unos adjetivos adjuntos que bien pueden calificar a un rebaño, como son: “social” o “comunal”, las consignas formadas, “propiedad social” y “propiedad comunal”, respectivamente, se convierten, por un método semiótico, tal vez sintáctico, o mejor, simplemente, por un método sin-tacto, en la negación de la palabra contenida en ellas, en la contra-propiedad, pues; una contradictio in adjecto.
Para terminar digo, que debemos defender al hombre entendido como ente individual y motivado. Diluir su individualidad en la sociedad, como pretenden algunas ideologías que se revelan nada más por el nombre, es como intentar desviar el curso de un río con un muro de cartón. No nos dejemos llevar por los que construyen con cartón y aceptemos los ejemplos de concreto de la historia; el desarrollo es posible en los términos ya planteados, es decir, entendiendo que el hombre corriente se mueve por motivaciones y que las suyas están muy unidas al capital, no más.
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