sábado, 29 de octubre de 2011

YO SOLO SE QUE NO SE NADA


El lugar común que es la frase de Sócrates le ha dado muchas cosas que decir a los filósofos y los no tan filósofos. El personaje que profirió el aserto es de por sí misterioso, sobre todo por el hecho de que no dejó nada escrito y eso da pie a multitud de ambigüedades. Algunos dicen que él es el padre de la filosofía; otros, en cambio, desprecian sus enseñanzas, que según ellos, ni siquiera fueron tales. En cualquier caso, no se puede negar el atino de la frase que no solamente sirve de título a esto que escribo, sino que además es su contenido y su fondo.

El pensamiento brillante que profirió aquel barbudo vale lo que cualquier obra escrita. En él queda expresada la única certeza que debe tener cualquier hombre de genio y es la de saberse ignorante. Partir de la convicción de que se es un ignorante, de que lo que se sabe es aún poco, es el nervio latente que confiere vitalidad a toda aspiración intelectual. Ese conocimiento inseguro de sí mismo, que se asume como poquísimo, que se siente anodino comparado con la amplitud de conocimientos posibles, es el germen de cualquier empresa intelectual. Y a medida que se sabe más se sabe que se sabe menos, en la medida que se hace uno menos ignorante, quiero decir más ignorante, se percata uno de la ominosa realidad que es la de nuestra insondable finitud. Finitud: asumirla y no quererla más. Esa es la máxima de cualquier hombre con inquietud vital, y para llegar a ella, necesitamos movernos a través del hilo conductor que es este juego de palabras del filósofo griego.

De nuestra finitud habla Novalis diciendo: “la filosofía es en realidad nostalgia, un impulso de estar en todas partes en casa”. Nostalgia de sabernos finitos, radicalmente finitos, y no quererlo ser más. Ser menos finitos, infinitos, no morirnos, “estar en todas partes en casa”, sin tiempo o con todo el tiempo; sin espacio, o con todo el espacio; ser cada cosa, ser todo sin dejar de ser nosotros mismos. Conocer, abarcar, multiplicarnos y la realidad concomitante: nuestra propia finitud; que aunque queramos no podemos, que aunque no queramos nos morimos. Al final nos queda sólo eso, saber que no sabemos nada, que somos ínfimos, limitados e irremediablemente nostálgicos.

Pero, ¿para tener nostalgia no hace falta que nos hayan quitado algo, que nos arrebataran algo que nos pertenecía? Cada hombre que piensa, se da cuenta que le han quitado algo, que no puede llegar a ser plenamente sin ello. ¿Y que es aquello que nos da nostalgia entonces? Spinoza escribe: “cada cosa se esfuerza, cuanto está en su alcance, por perseverar en su ser”. Y esa proposición es nostalgia, cuando el judío que elaboraba cristales escribe eso, hace referencia al hombre, al hombre que quiere seguir siendo, al hombre que no quiere dejar de ser nunca el mismo, al hombre que de un tajo, cuando piensa, cuando reflexiona, cuando razona, le quitan o se quita el mismo, la posibilidad de perseverar en su ser. Se da cuenta de que aquello es imposible, de que aquello es absurdo, de que un día aunque no quiera volverá a la nada, dejará de ser, de sentir, de ser nostálgico. De allí la nostalgia, nostalgia de lo que queremos ser y no podemos, nostalgia de algo que pensamos podíamos ser pero no podemos serlo ya.

Y entonces las reflexiones se repiten, se superponen. Pero nostalgia no es resignación, el hombre no se resigna, el hombre se inventa dioses que lo inventaron, el hombre estudia, viaja a otros mundos, busca acabar con su finitud. No se resigna dijimos, no se resigna a ser finito, perecedero, de allí la fe, fe en los absolutos, fe en Dios, fe en la historia, fe en la materia. Filosofar es al final no querer ser más finitos, toda filosofía parte del sentimiento de su propia finitud, y busca acabar con ella. Pero sólo se logra filosofar mirando las cosas con la mirada esencial, que es simple, y sumamente ingenua. Y esa ingenuidad pasa por asumir la frase socrática.

Filosofar es darse cuenta que lo que se sabe no sirve de nada si no se penetra en las cosas. Analizar el fondo de las cosas, o de la cosa, objeto siempre de nuestras reflexiones, que es nuestra finitud. Filosofía de la finitud, redundancia: filosofía es finitud.



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