martes, 20 de abril de 2010

EL MILITAR VENEZOLANO DEL SIGLO XXI



C

omo si fuera una suerte de movimiento kitsch extendido a la milicia, los uniformados venezolanos, salvo por muy contadas excepciones, han sido la batuta sudamericana del mal gusto de las fuerzas armadas de un país. Y aunque parezca un tópico de actualidad, la cuestión trasciende desde los inicios mismos de la independencia.

El instinto de retaliación es propio de todo animal. Es lo que les impulsa a defenderse ante cualquier agravio; es inconciente, natural, intrínseco a la vida misma. Que los humanos lo hayan espiritualizado en sistemas complejos de defensa y ataque no cambia la esencia de donde proviene aquello.


Pero, justamente, en el proceso de espiritualización de este instinto combativo, se hizo patente la asertividad de acompañarlo con una filosofía (que mientras más natural, mejor) y con una disciplina. Es lastimoso decir que en el caso sudamericano del siglo XVI hasta la actualidad, en la ubicación geográfica que actualmente corresponde con Venezuela, las tribus indígenas con suerte poseían la disciplina propia del guerrero, más no una filosofía bien fundamentada en ello.


Y es que es lógico: el guerrero indígena básicamente se reducía a la labor de la caza y de la defensa o ataque de las tribus aledañas. ¿Qué profundidad de pensamiento podría haber en ello? Más aún, la pregunta pertinente sería: ¿Les hacía falta profundizar en el arte del combate? No hay juicio peyorativo que valga ante estos hechos, pero definitivamente los resultados son históricamente demostrables. Del indígena post colombino se admira su amor a la naturaleza y su temple, pero no su tecnología, ni sus estrategias, ni una filosofía que descanse en el hecho de ser guerrero, más allá de las ventajas básicas que de ello sacaba.


Esto cambió de tajo con la llegada del español a tierras americanas. Y es que la vieja Europa ya estaba acostumbrada a muchas batallas, de diversas razones, en varios campos, en múltiples circunstancias. En tiempos actuales bien se sabe, así sea empíricamente, que la tecnología va de la mano con la guerra. Eso explica lo que pasó en aquel entonces respecto a la derrota de las tribus de esta tierra.


Sin embargo, las fuerzas emancipadoras de la época de la colonia, para repeler al español imperial, tuvieron que copiar en la medida de lo posible no sólo la tecnología, sino la disciplina de los batallones y digerir a su vez una causa para combatir, una razón, una filosofía para ello. Fue un producto importado, es verdad, pero fue efectivo. Podríamos jugar a extirparle las ideas de libertad y de independencia a los movimientos sudamericanos del siglo XIX y tales batallas se reducirían a la simple defensa de la integridad o de la vida. El fracaso hubiera sido rotundo sin una algidez moral por parte de los neogranadinos. No solamente se necesita una razón para vivir, sino una para morir.


Aquellos militares, muchos improvisados ante los vaivenes de las circunstancias, son los padres de la patria. Pero tiempo ha pasado desde entonces y esos valores del guerrero se han ido perdiendo como el difuminar lento de una pintura hecha en tiza. El militar venezolano de mediados del siglo XX amaba a Venezuela con dogmatismo, no aceptaba críticas, desdeñaba al extranjero y se sentía heredero directo de la causa independentista. Con más petulancia que pundonor, fueron la especie fabricante del aún famoso “tu no sabes quién soy yo”, Vestían el uniforme con el pecho henchido, más para conseguir mujeres que por orgullo de las fuerzas a las cuales pertenecían. Siempre autoritarios, dicharacheros con carácter fabricado, de profundidad anodina, que extrapolaban su cuadrícula mental a todos los campos de la vida diaria, más cuando se les daba una posición de poder.


Ante el ocio de no haber guerra, el militar venezolano se envilece, se acostumbra al mando sin meditar en la necesidad de ello. Su patriotismo languidece, se deforma, se trastoca en la obediencia al poder mismo. En pocas palabras, su razón de ser pierde fuerza, pero en vista de que es, sus fundamentos para ser militar sustituyen a la guerra o a la defensa de la nación con la costumbre déspota con la que fue enseñado en la academia militar. Se cría pisado y pretende envejecer pisando.


Sólo algunos, ante una relativa paz, dispusieron su carrera militar al beneficio de los civiles, pues ante un espíritu inquieto, formidable en energía e incontenible como es el del militar de corazón, la descarga ante tal impetuosidad se vertió en escribir libros de historia y literatura, dar clases de ingeniería o incluso en la enseñanza de algunos temas de retórica y oratoria. Otros muchos hicieron de las fuerzas armadas un negocio.


El militar venezolano del siglo XXI es cualquier ente menos un militar. Es un negociante oportunista, es un déspota que ve en ello una virtud, apoyada por la vulgarización de que una persona arbitraria y con carácter es una persona de convicciones firmes (“es un tipo arrecho”). No está preparado para la guerra pues no tiene ni las aptitudes ni las actitudes, ni la filosofía del guerrero ni su disciplina. Recita las divisas de las fuerzas armadas con un fundamentalismo parecido al islámico en lo religioso, sin meditar en ello, sin profundizar sus raíces. Puros balbuceos de patriotismo.


No solo permite que se le falte el respeto a los ciudadanos que debería proteger, no sólo permite la violación de la constitución, sino que permite un irrespeto flagrante a la organización a la que pertenece, consintiendo ingerencia extranjera, con la incursión de personal de reserva que evoca vergüenza y lástima, con no más doctrina que la del gobierno vigente, y con el enfoque desvirtuado de lo que un militar debería hacer, colocándolo en cualquier variedad de tareas.



El militar venezolano del siglo XXI grita “Patria, Socialismo o muerte”, como aforismo de servidumbre, como arrodillamiento ante el poder que rige en la actualidad. Eso lo convierte prácticamente en un mercenario, no en un defensor de la libertad. Su cercanía en la población despierta repugnancia y decepción; de ellos se expele un vaho a servilismo, a mediocridad mental, a corrupción e incluso a delincuencia, pues su presencia incita el nerviosismo en vez de la sensación de seguridad.


Mucha envidia tengo del militar colombiano, del cual se sienten muy orgullosos sus compatriotas. Éste es un militar fogueado en su deber ser, siempre preparado, de valía comprobada. No suele salirse de su especialidad, y no pretende contaminar a los civiles del despotismo al que está acostumbrado (necesariamente).


Bien vale la pena ver esto:




En ellos, los jóvenes ven ídolos y héroes a seguir, y se incita a que los de alma guerrera se enfilen voluntariamente en sus tropas. Lamento decir que en Venezuela no ocurre lo mismo.


El desfile del 19 de abril de 2010 ha resultado ser una comparsa kitsch de la milicia venezolana. En un afán forzoso de introducir un folclor injustificado, el desfile no solo fue de militares, sino de representaciones típicas de bailes y danzas a lo largo y ancho del país. “Zapatero a sus zapatos” es menester decir. Increíble es la solemnidad que. por ejemplo. demostraron los soldados de Bielorusia, cuya aparición en el acto del bicentenario de la independencia fue más que oportuna para demostrar lo que unas fuerzas armadas serias son capaces de hacer:




También imponente fue el desfile militar de la reciente conmemoración de la revolución china. El respeto salta las fronteras al ver estas imágenes:




Con todo esto es válido preguntar: militar venezolano, ¿qué haces con tu vida? ¿Crees que todavía eres militar? ¿A quién te debes, a quién le sirves?

Por lo pronto eres una vergüenza uniformada, y nada más. La desviación de tus deberes hace que el uniforme que pavoneas te resulte ceñido y apretado en ese cuerpo tan acostumbrado a los placeres, pero ese mismo uniforme te queda holgado en términos morales.

Me despido, no sin antes sentirme orgulloso de ser un civil.





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7 comentarios:

  1. Ay ay Salvador, no me hagas hablar de nuestros payasos de militares. Cada vez que me detiene un Guardia Nacional con una barriga mas grande que un barril con la pura intención de matraquear me da risa imaginarlo corriendo en la selva en medio de una batalla.

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  2. Jejeje! Creo que así como algunos militares necesitan de uniformes camuflados para poder sobrevivir a sus misiones, otros necesitan equipamento anfibio y así sucesivamente de acuerdo a su labor, el militar venezolano necesita de chabacanería y de su barriga de barril para poder ejecutar la misión que sabe hacer: matraquear y beber alcohol.

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  3. hay que ver que la gente de hoy en dia no quiere a su pais ni a nadie deberia de darles verguenza hablar de esa manera de su pais y de sus defensores de nacion que asco dan la oposicion de su pais verdaderamente que son sin oficio.

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  4. solo critican, pero no ayudan... sigan asi que van bien

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  5. dios esta pagina de verían de quitarla de circulación por que lo que dice y deja por entender que el ejercito venezolano no sirve pa un coño de madre... ay que ver que no actualizan todo esa informacion que tienen ay lo que da es pena por ese ignorante que gasto su mente escribiendo esa ridiculez apuesto que ni siquiera a pasado x el ejercito para que este hablando asi de mal del ejercito nacional bolivariano que ya no es el mismo ejercito de antes OJO no sean tan ignorantes...

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  6. El logotipo con que encabeza este post pertenece a un clan de simuladores de guerra en videojuegos al cual pertenezco: Fuerzas Armadas Virtuales de Venezuela, fue utilizado sin permiso y además para hacer referencia política, lo cual de forma indirecta nos coloca en una posición que no deseamos.
    Por tanto le solicito al administrador de este blog, elimine de este post el mencionado logo.


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