martes, 4 de mayo de 2010

EL NEO OSCURANTISMO



I
nformación exponencial, saturación y especialización de saberes, tecnología de cajas negras, el argumento ateo del “dios de los huecos” cobrando fuerza y las grandes masas ocupadas en un único pensamiento fantasmagórico: el supuesto valor del dinero fiduciario.

El humano de hoy no piensa, eso ya no es parte de las virtudes en los cánones morales actuales. Más valía tiene el humano que produce, el que “hace”, como si el pensar no fuera la madre de las labores.


Que la siguiente reflexión sea, aún incurriendo en la total falta de elegancia, una menuda bofetada a los positivistas y a la plebe que profesan que estamos en el cenit de la humanidad.


Todo dogma está revestido de oscurantismo, y pruebas históricas de ello se encuentran fácilmente escrutables en la historia de la civilización occidental. La época del Oscurantismo propiamente dicho ocurre formalmente con la caída del imperio romano, sin embargo, el mismo imperio romano en su ocaso, bajo la nefasta tutela de Justiniano I, dio una muy buena introducción de lo que se avecinaba en el mundo: cerró la Academia de Atenas, la misma cuna del conocimiento que había fundado Platón.


Y así como a lo largo de la historia, desde que el mundo es mundo, las verdades absolutas han aparecido para pretender ser las únicas y eternas, la acción de Justiniano I de clausurar la Gran Academia fue una oda a la cegatez, la representación exacerbada de la imposición de un dogma. Dicho emperador emprendió una batalla cultural en contra de todo lo helenístico y lo pagano, más aún y simple, en contra de todo lo que no fuera cristiano.


Lo insólito, pero lógico, es que aún en nuestros días el cristianismo sea considerado como una doctrina virtuosa…


Y bastante costosa ha salido la recuperación del oscurantismo cristiano. Ante un Renacimiento y luego una Ilustración, es que la religión se ha puesto paulatinamente en su lugar, siendo hoy, desde mi punto de vista, ya innecesaria y hasta antinatural. Sin embargo reconozco que no todos son tan valientes para prescindir de un dogma metafísico. Están en su derecho de creer. Yo, sin embargo, prefiero saber.


La Academia de Atenas reunía en un solo lugar a todo lo excelso de Grecia. Era una ofrenda a Atenea misma. Se reunían artistas, sofistas, políticos, historiadores, filósofos en suma, y me aventuro a afirmar que en ninguna época de la humanidad se ha visto semejante amalgama y calidad de saberes. Ni siquiera en la Ilustración del siglo XVII se observó tal cuestión, pues muchos de los conocimientos oriundos de esta revolución cultural ya habían sido basados en los conocimientos griegos.


La prescripción de Justiniano I fue en verdad una estupidez, pero hoy, luego de casi 1400 años, todavía las academias actuales (o universidades) son víctimas de otra clase de oscurantismo, no tanto religioso pero sí económico. La decadencia ya no la constituyen los dioses únicos, sino un nuevo dogma, denominado “producción”.


Desde la revolución industrial todo se ha supeditado a la máxima producción, en aras de conseguir un máximo beneficio económico. De esto deriva la rigidez en los horarios, la antinaturalidad en las familias, el tiempo límite de formación en la universidad, y toda la estructura social en la que estamos embebidos en la actualidad. ¿Estamos en la cúspide de la humanidad? No, definitivamente no.


Un conocimiento libre, cualquiera que fuere, es el síntoma necesario de una civilización dorada. Una civilización así, valiente, que no tema ser nómada del mundo de los relativismos, dinámica y siempre cambiante, jerárquica, que desdeñe a los dogmas con el repudio más puro, con una moral útil a la vida y a la evolución, que vaya acorde con el ritmo natural de los eventos, que se mofe de los absolutismos y las eternidades por cuanto son una contradicción explícita de nuestras limitaciones humanas; sólo una civilización así es la que podría ver a la cara a los antiguos griegos y estar orgullosa de si misma. Estamos, francamente, muy lejos de ello.


En un mundo regido por democracias y aún dictaduras, por sistemas capitalistas y aún socialistas, con tantos dioses como personas, con tantos dogmas como humanos cobardes, con una educación delimitada por lo que sea conveniente de acuerdo con los medios de producción, enamorados del artificialísimo y pantanosamente cristiano “todos somos iguales” puesto en evidente jaque en la práctica; en tal escenario, falta mucho por superar. Incluso sería un gran paso retornar al Siglo de las Luces aunque sea.


Que quede claro entonces, que todo dogma sea sinónimo de oscurantismo, bien sea uno religioso y ya vacilante, o uno económico y aún peligrosamente vigoroso.


Amad a la educación sobre todas las cosas.





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