El humano de hoy no piensa, eso ya no es parte de las virtudes en los cánones morales actuales. Más valía tiene el humano que produce, el que “hace”, como si el pensar no fuera la madre de las labores.
Que la siguiente reflexión sea, aún incurriendo en la total falta de elegancia, una menuda bofetada a los positivistas y a la plebe que profesan que estamos en el cenit de la humanidad.
Todo dogma está revestido de oscurantismo, y pruebas históricas de ello se encuentran fácilmente escrutables en la historia de la civilización occidental. La época del Oscurantismo propiamente dicho ocurre formalmente con la caída del imperio romano, sin embargo, el mismo imperio romano en su ocaso, bajo la nefasta tutela de Justiniano I, dio una muy buena introducción de lo que se avecinaba en el mundo: cerró
Y así como a lo largo de la historia, desde que el mundo es mundo, las verdades absolutas han aparecido para pretender ser las únicas y eternas, la acción de Justiniano I de clausurar
Lo insólito, pero lógico, es que aún en nuestros días el cristianismo sea considerado como una doctrina virtuosa…
Y bastante costosa ha salido la recuperación del oscurantismo cristiano. Ante un Renacimiento y luego una Ilustración, es que la religión se ha puesto paulatinamente en su lugar, siendo hoy, desde mi punto de vista, ya innecesaria y hasta antinatural. Sin embargo reconozco que no todos son tan valientes para prescindir de un dogma metafísico. Están en su derecho de creer. Yo, sin embargo, prefiero saber.
La prescripción de Justiniano I fue en verdad una estupidez, pero hoy, luego de casi 1400 años, todavía las academias actuales (o universidades) son víctimas de otra clase de oscurantismo, no tanto religioso pero sí económico. La decadencia ya no la constituyen los dioses únicos, sino un nuevo dogma, denominado “producción”.
Desde la revolución industrial todo se ha supeditado a la máxima producción, en aras de conseguir un máximo beneficio económico. De esto deriva la rigidez en los horarios, la antinaturalidad en las familias, el tiempo límite de formación en la universidad, y toda la estructura social en la que estamos embebidos en la actualidad. ¿Estamos en la cúspide de la humanidad? No, definitivamente no.
Un conocimiento libre, cualquiera que fuere, es el síntoma necesario de una civilización dorada. Una civilización así, valiente, que no tema ser nómada del mundo de los relativismos, dinámica y siempre cambiante, jerárquica, que desdeñe a los dogmas con el repudio más puro, con una moral útil a la vida y a la evolución, que vaya acorde con el ritmo natural de los eventos, que se mofe de los absolutismos y las eternidades por cuanto son una contradicción explícita de nuestras limitaciones humanas; sólo una civilización así es la que podría ver a la cara a los antiguos griegos y estar orgullosa de si misma. Estamos, francamente, muy lejos de ello.
En un mundo regido por democracias y aún dictaduras, por sistemas capitalistas y aún socialistas, con tantos dioses como personas, con tantos dogmas como humanos cobardes, con una educación delimitada por lo que sea conveniente de acuerdo con los medios de producción, enamorados del artificialísimo y pantanosamente cristiano “todos somos iguales” puesto en evidente jaque en la práctica; en tal escenario, falta mucho por superar. Incluso sería un gran paso retornar al Siglo de las Luces aunque sea.
Que quede claro entonces, que todo dogma sea sinónimo de oscurantismo, bien sea uno religioso y ya vacilante, o uno económico y aún peligrosamente vigoroso.
Amad a la educación sobre todas las cosas.
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