E
n el mundo en el que vivimos existe la latencia de una Tercera Guerra Mundial en vista de la proliferación de armamento nuclear en varios países. Cualquiera que sienta la necesidad de usar tan solo uno de esos explosivos en un país que considere enemigo iniciará, sin duda alguna, la tercera entrega de devastación y muerte por excelencia.
Es fácil intuir que en sociedades no-democráticas y teocráticas el peligro aumenta en vista del obvio riesgo de autoritarismo y/o dogmatismo que gobiernos de este estilo parecen promover. En el caso particular de los estados teocráticos, nada impide pues denominar a otras sociedades como enemigas tan solo por el simple hecho de que no se comparte la misma verdad espiritual. Y cuando un estado religioso y fundamentalista tiene armas de destrucción masiva, hay que temer.
Bien, esto parece evidente con los extremistas islámicos, con los fundamentalistas cristianos o con cualquier otro grupo religioso radical que ostente algún poder. Pero mi tesis va más allá. Y esa tesis no es mía solamente, afortunadamente.
Analicemos el origen de tales agrupaciones dogmáticas. Todas se fundamentan en creencias, y más aún, se fundamentan en la fe. En posteriores artículos me gustaría analizar a fondo y con rigurosidad lo concerniente a la palabra “fe”, pero en esta oportunidad la definiré como una “necesidad de creer”.
Todos los seres humanos creen en algo. Ese creer es una extrapolación mental que hacen los individuos para preveer lo que acontecerá en el futuro, y está basado en eventos pasados experimentados, conocidos y certificables. Por ejemplo, es muy fácil creer que mañana podrá salir el sol, pues, aunque no se calcule a diario que el Sol efectivamente sigue su órbita o aunque no se verifique a cada segundo la rotación de la Tierra, es fácil suponer que si a lo largo de toda nuestra existencia el Sol ha salido en las mañanas, es muy probable que salga al día siguiente también. Asimismo se podría creer que ganaremos la lotería al comprar un boleto, pues, en alguna ocasión particular una persona con las mismas probabilidades de ganar que uno efectivamente se llevó el premio.
Éste creer es uno responsable, pues está basado en evidencias pasadas, de alguna u otra forma. De hecho, el creer es inevitable; es, evolutivamente hablando, útil, pues implica un ahorro energético para que hagamos nuestras acciones diarias sin necesidad de una extrema planificación. Al mismo tiempo, existe plena conciencia por parte del que cree de que no siempre ocurrirá lo que uno espera, lo cual es muy positivo pues permite reconocer la contingencia del mundo en el cual vivimos.
En contraste, cuando se experimenta la fe, no es simplemente que se crea en algo, sino que ese algo tiene que suceder de forma imperativa, aún sin evidencias pasadas que lo postulen como probabilidad. Tan importante es la fe, que en la mayoría de las ocasiones constituye la base fundamental de los individuos para construir su vida, su única vida. Como se ve, no sólo es creer, sino es una necesidad de creer.
Eso explica porqué los asuntos místicos son tan propensos al dogma, pues, al enfocarlos desde la fe, no sólo es legítimo (desde la perspectiva del creyente) que no haya evidencia para tal creencia, sino además que tal creencia deberá ocurrir necesariamente. De lo contrario, el sentido mismo de la vida del creyente no existiría, su necesidad más inmanente se vería frustrada.
Esto está claro en las religiones, sectas y cultos tradicionalmente conformados a lo largo de la historia de la humanidad. El dogma es sinónimo de absolutismo, y cuando el absolutismo pretende alcanzar los cánones morales la violencia y la enajenación de las libertades son inminentes. ¿Pero qué es lo que hace que algunos individuos simplemente crean y otros tengan fe?
La respuesta está implícita en lo que se ha explicado anteriormente. El creer es una herramienta evolutiva que nos ahorra “energía de pensamiento”, y la fe, como radicalización del creer, es prácticamente la antítesis del pensar, además de ser el camino más fácil. ante las inquietudes importantes de la vida. De hecho, tal y como lo decía Friedrich Nietzsche, “la fe es no querer saber”. Tanto es así que, estrictamente hablando, cualquier pregunta que se cuestione los fundamentos de algo basado en la fe tiene una única respuesta: “porque sí”. Y es verdad, esa respuesta es correcta. La fe no es demostrativa por definición, puede carecer de evidencias impunemente. He ahí el peligro que subyace en toda clase de misticismos.
¿Tocar madera para que se cumpla algo, llevar una herradura o una pata de conejo, besar el balón de futbol, darse baños espirituales, recurrir a brujas o hechiceros, mal interpretar las cuestiones metafísicas, entre otras cosas, es peligroso también? La respuesta que doy es afirmativa. Tales supercherías parecieran ser inofensivas y muy lejanas a la realidad de la violencia dogmática, sin embargo, en mi opinión, son la semilla con la que los fundamentalismos se desarrollan.
Puede ser pertinente para muchos confiar en tales o cuales ritos y mitos, pero tal cuestión constituye una irresponsabilidad si no existe una evidencia clara en la cual se sustenten dichas creencias o si se recurre a la desnaturalización de la vida. ¿Qué significa desnaturalización de la vida? Socavar el más acá con ideas de un más allá, entregarse ciegamente a idealismos y romanticismos, y sobretodo, no ser racionales ni congruentes con nuestra realidad humana y física.
Mientras más se confíe en supersticiones, mientras más se le aseguren facultades exentas de comprobación, más se convierte la gente en apologistas de la fe y en enemigos del pensar. Se vuelven aquellas en cultivadoras de una costumbre, una mal sana costumbre, en donde la sociedad no distingue la realidad de la fantasía por excluir de rigurosidad las bases mismas de la existencia de los fenómenos. Y cuando un apologista de lo místico e inexistente tiene seguidores, la moral de ese grupo (por la carencia de evidencias y la necesidad de creer) se transforma en dogma, y es ese dogma lo que transgrede la libertad individual básica de los demás individuos pensantes. Es este momento en el que la moral de una sociedad pretende ser la única, con todas las consecuencias que ya sabemos.
Que sea ésta una lucha declarada en contra de la raíz misma de los dogmas, de los fundamentalismos y de los absolutismos. La característica principal del Homo Sapiens es el uso de la razón, y todo lo que atente contra ella, todo lo que la releve, todo lo que la bloquee es una violación a lo que somos y una enajenación de nuestras capacidades. De todas las cosas en las cuales podemos elegir creer para sustentar nuestra esperanza y nuestro sentido de la vida, son las invisibles, las impalpables, las indemostrables, las especulativas, las más miserables, irresponsables y pérfidas que podemos concebir.
Esta cruzada por la razón y el respeto plural está actualmente liderizada por Richard Dawkins. Científico prominente y debatiente constante en numerosos seminarios, congresos y programas de televisión, es el fundador de http://richarddawkinsfoundation.org , lugar en que cualquier interesado o voluntario puede informarse y colaborar para esta causa.
Una buena introducción de lo que esto significa quizás sea el documental “los enemigos de la razón”, del mismo Dawkins, el cual se puede ver (y continuar luego de la primera parte) a continuación:
Es fácil intuir que en sociedades no-democráticas y teocráticas el peligro aumenta en vista del obvio riesgo de autoritarismo y/o dogmatismo que gobiernos de este estilo parecen promover. En el caso particular de los estados teocráticos, nada impide pues denominar a otras sociedades como enemigas tan solo por el simple hecho de que no se comparte la misma verdad espiritual. Y cuando un estado religioso y fundamentalista tiene armas de destrucción masiva, hay que temer.
Bien, esto parece evidente con los extremistas islámicos, con los fundamentalistas cristianos o con cualquier otro grupo religioso radical que ostente algún poder. Pero mi tesis va más allá. Y esa tesis no es mía solamente, afortunadamente.
Analicemos el origen de tales agrupaciones dogmáticas. Todas se fundamentan en creencias, y más aún, se fundamentan en la fe. En posteriores artículos me gustaría analizar a fondo y con rigurosidad lo concerniente a la palabra “fe”, pero en esta oportunidad la definiré como una “necesidad de creer”.
Todos los seres humanos creen en algo. Ese creer es una extrapolación mental que hacen los individuos para preveer lo que acontecerá en el futuro, y está basado en eventos pasados experimentados, conocidos y certificables. Por ejemplo, es muy fácil creer que mañana podrá salir el sol, pues, aunque no se calcule a diario que el Sol efectivamente sigue su órbita o aunque no se verifique a cada segundo la rotación de la Tierra, es fácil suponer que si a lo largo de toda nuestra existencia el Sol ha salido en las mañanas, es muy probable que salga al día siguiente también. Asimismo se podría creer que ganaremos la lotería al comprar un boleto, pues, en alguna ocasión particular una persona con las mismas probabilidades de ganar que uno efectivamente se llevó el premio.
Éste creer es uno responsable, pues está basado en evidencias pasadas, de alguna u otra forma. De hecho, el creer es inevitable; es, evolutivamente hablando, útil, pues implica un ahorro energético para que hagamos nuestras acciones diarias sin necesidad de una extrema planificación. Al mismo tiempo, existe plena conciencia por parte del que cree de que no siempre ocurrirá lo que uno espera, lo cual es muy positivo pues permite reconocer la contingencia del mundo en el cual vivimos.
En contraste, cuando se experimenta la fe, no es simplemente que se crea en algo, sino que ese algo tiene que suceder de forma imperativa, aún sin evidencias pasadas que lo postulen como probabilidad. Tan importante es la fe, que en la mayoría de las ocasiones constituye la base fundamental de los individuos para construir su vida, su única vida. Como se ve, no sólo es creer, sino es una necesidad de creer.
Eso explica porqué los asuntos místicos son tan propensos al dogma, pues, al enfocarlos desde la fe, no sólo es legítimo (desde la perspectiva del creyente) que no haya evidencia para tal creencia, sino además que tal creencia deberá ocurrir necesariamente. De lo contrario, el sentido mismo de la vida del creyente no existiría, su necesidad más inmanente se vería frustrada.
Esto está claro en las religiones, sectas y cultos tradicionalmente conformados a lo largo de la historia de la humanidad. El dogma es sinónimo de absolutismo, y cuando el absolutismo pretende alcanzar los cánones morales la violencia y la enajenación de las libertades son inminentes. ¿Pero qué es lo que hace que algunos individuos simplemente crean y otros tengan fe?
La respuesta está implícita en lo que se ha explicado anteriormente. El creer es una herramienta evolutiva que nos ahorra “energía de pensamiento”, y la fe, como radicalización del creer, es prácticamente la antítesis del pensar, además de ser el camino más fácil. ante las inquietudes importantes de la vida. De hecho, tal y como lo decía Friedrich Nietzsche, “la fe es no querer saber”. Tanto es así que, estrictamente hablando, cualquier pregunta que se cuestione los fundamentos de algo basado en la fe tiene una única respuesta: “porque sí”. Y es verdad, esa respuesta es correcta. La fe no es demostrativa por definición, puede carecer de evidencias impunemente. He ahí el peligro que subyace en toda clase de misticismos.
¿Tocar madera para que se cumpla algo, llevar una herradura o una pata de conejo, besar el balón de futbol, darse baños espirituales, recurrir a brujas o hechiceros, mal interpretar las cuestiones metafísicas, entre otras cosas, es peligroso también? La respuesta que doy es afirmativa. Tales supercherías parecieran ser inofensivas y muy lejanas a la realidad de la violencia dogmática, sin embargo, en mi opinión, son la semilla con la que los fundamentalismos se desarrollan.
Puede ser pertinente para muchos confiar en tales o cuales ritos y mitos, pero tal cuestión constituye una irresponsabilidad si no existe una evidencia clara en la cual se sustenten dichas creencias o si se recurre a la desnaturalización de la vida. ¿Qué significa desnaturalización de la vida? Socavar el más acá con ideas de un más allá, entregarse ciegamente a idealismos y romanticismos, y sobretodo, no ser racionales ni congruentes con nuestra realidad humana y física.
Mientras más se confíe en supersticiones, mientras más se le aseguren facultades exentas de comprobación, más se convierte la gente en apologistas de la fe y en enemigos del pensar. Se vuelven aquellas en cultivadoras de una costumbre, una mal sana costumbre, en donde la sociedad no distingue la realidad de la fantasía por excluir de rigurosidad las bases mismas de la existencia de los fenómenos. Y cuando un apologista de lo místico e inexistente tiene seguidores, la moral de ese grupo (por la carencia de evidencias y la necesidad de creer) se transforma en dogma, y es ese dogma lo que transgrede la libertad individual básica de los demás individuos pensantes. Es este momento en el que la moral de una sociedad pretende ser la única, con todas las consecuencias que ya sabemos.
Que sea ésta una lucha declarada en contra de la raíz misma de los dogmas, de los fundamentalismos y de los absolutismos. La característica principal del Homo Sapiens es el uso de la razón, y todo lo que atente contra ella, todo lo que la releve, todo lo que la bloquee es una violación a lo que somos y una enajenación de nuestras capacidades. De todas las cosas en las cuales podemos elegir creer para sustentar nuestra esperanza y nuestro sentido de la vida, son las invisibles, las impalpables, las indemostrables, las especulativas, las más miserables, irresponsables y pérfidas que podemos concebir.
Esta cruzada por la razón y el respeto plural está actualmente liderizada por Richard Dawkins. Científico prominente y debatiente constante en numerosos seminarios, congresos y programas de televisión, es el fundador de http://richarddawkinsfoundation.org , lugar en que cualquier interesado o voluntario puede informarse y colaborar para esta causa.
Una buena introducción de lo que esto significa quizás sea el documental “los enemigos de la razón”, del mismo Dawkins, el cual se puede ver (y continuar luego de la primera parte) a continuación:
No al fundamentalismo. Saludos.
Estimado Corvo:
ResponderEliminarTu definición de fundamentalismo es magistral. Sin duda tienes razón, como tenía razón Nietszche en sus críticas a la religión organizada.
Ahora bien, al comienzo mencionas algo muy importante: en verdad todo es creencia. Por ejemplo, si tú promocionas a Dawkins, es porque crees en él, en lo que él dice.
Tú sabes que en mi sitio promociono el buscar un maestro. Lo llamo "maestro de vida". Bien, en cierto sentido, podría decir que tu "maestro de vida" es Dawkins, quizás comparte el título con otros, tales com Nietszche, Vargas Llosa, Camus... hasta ahí te he leído.
Lo importante es la humildad: reconocer que "no hay nada en tu mente que no te haya sido entregado por otra persona". Desde que aprendiste a decir "mamá" o "papá" o lo que sea, todo te fue enseñado. Tú solamente has ordenado esas enseñanzas según un modo particular.
Es ése modo particular lo que realmente interesa, porque significa que tiene mucho sentido que tú estés aquí hoy, dialogando conmigo y con tus lectores.
Por favor, sigue construyendo tus ideas, te necesito, te necesitamos...
Después de ver el video de Dawkins, lo he vinculado en mi videocanal "Nexo Central sur de América". Se lo merece.
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