Es particularmente simpática la sensación de cómo puedes ver una película desde otra perspectiva al madurar. Ésta vez, cuando me reía con las escenas calenturientas de Porky’s, podía apreciar también que, al estar la misma contextualizada en los Estados Unidos de 1950, reflejaba fielmente cómo se tenía que lidiar en aquella época ante las necesidades cachondas de un grupo de jóvenes de colegio. Los chicos espiaban a las chicas en los baños, morían por una cinta pornográfica (sí, una cinta, como las de las películas de retroproyector), comulgaban en picardías constantes y por supuesto, siempre quedaba un lugar de “acicalamiento” a la vuelta de la esquina para que mujeres hermosas (a veces no tanto) te hicieran “cariño”. Nada muy distinto a lo que pasa hoy.
Justamente, pensando en que no hay mucha diferencia en este tipo de eventos en cuanto a generaciones se refiere, reflexiono un poco acerca de la mía y de la que ahora me toca ver en tercera persona.
En mis años mozuelos, y habiendo crecido con padres que pudieron haber sido fácilmente mis abuelos, era impresionante cómo tenías que luchar para conseguir “material didáctico”. Siempre estaban los compañeros del colegio, que de alguna manera u otra accedían a revistas extranjeras (italianas o gringas) o a barajas de póker erótico. Las películas en Betamax eran un tesoro hermoso destinado a los héroes más afortunados, y con el advenimiento del VHS, el maná comenzó a caer del cielo.
Se respetaba bastante que un menor de edad no pudiera comprar una Playboy o una Penthouse, aunque siempre había por ahí un buen amigo con barba prominente que podía disimular bastante bien ser un joven adulto. O tal vez uno podía contar con la lujuria de los hermanos mayores (y con su descuido también), esperando a que se fueran de casa para hacer un allanamiento detectivesco en sus pertenencias, en búsqueda de alguna musa digna de “autogestión”.
Maravillosos recuerdos del arte de “sobar la marmota” revolotean en mi mente al lado de las madrugadas de RCTV. Para los eruditos en el tema, no se puede negar que pernoctar los fines de semana viendo este canal era la gloria celestial, aunque implicara convertirse en un soldado comando élite para poder hacerlo:
“Son las 23:35 horas. Cine para Adultos comenzará en 25 minutos. Misión Letargo Ficticio en proceso. Verificar que padre y madre duermen. Verificado, fase A lista. Llegar a la sala sin ser capturado. Fase B lista. Cerrar la puerta de la sala sin incrementar el ruido en más de 10 decibeles. Fase C lista. Encender el televisor y bajar instantáneamente el volumen.
La película dura típicamente dos horas, la cual es dividida en seis anuncios publicitarios, de cinco minutos cada uno aproximadamente. Esto significa que la duración neta de la película es de una hora y media, repartida en cinco bloques de dieciséis minutos. Si una escena lujuriosa comienza al minuto 10 de un bloque, por ejemplo, me quedan, como máximo, 6 minutos pajísticos antes de que llegue la publicidad. Bien.
…Rayos. Sólo se vio un par de tetas en toda la película”.
Como típicamente estas obras del séptimo arte las daban los domingos, el lunes inmediato, día lectivo en los colegios, se convertía en el momento idóneo de la semana para reír acerca de lo visto la noche anterior, contestar preguntas impertinentes como “¿te autodestruíste?”, verificar las ojeras de los amigos y dejarle la mano extendida a los sospechosos de las manualidades.
Muchos estarán de acuerdo con que una película emblema de esta clase de misiones fue Contacto en Dallas (The Dallas Conecction). Siempre la tendré en mis mejores recuerdos, y escribo esto mientras se me escapa una nostálgica lágrima.
Los otrora impedimentos para obtener artilugios audiovisuales de moral distraída ya no existen en la época de hoy. Las nuevas generaciones están al alcance del fetiche más oscuro o de la fantasía más retorcida con tan solo un “click”. El dios Internet provee todo lo que desees, en el momento que quieras, las veces que quieras. Y si a eso le sumamos el nefasto reggaeton, mis antiguos intentos pre-púberes de recostarle el “montículo del pitcher” a una damisela son en comparación, francamente, ridículos.
Os confieso que me asusta un poco cómo serán las próximas generaciones. No es una cuestión de volverse moralistas, más bien es una cuestión de ver hasta dónde llega la cosa. Los fetiches del ayer son las ridiculeces del hoy. Una minifalda a principios de siglo XX hubiera sido suficiente para hacer erupción en varios “Vesuvios entrepierneros”. Pero a la luz de hoy, no genera ni la mitad del morbo. Me atrevo a especular que en ocasiones el apetito a realizar lo que no se ha hecho es la semilla de muchos de los fetiches.
Mientras tanto, dejaré que el tiempo sea el que me impresione con las nuevas tendencias pornográficas. Por lo pronto, pretendo ir en unos días a un local de chicas cariñosas (con fines científicos claro está, ¡es un local nuevo!), con mujeres mucho más bonitas que las meretrices de Porky’s y mucho más mujeres que la chica más guapa del salón. Después de todo, hay cosas que no han cambiando ni cambiarán nunca; ni en 1950, ni en 1980, ni en 2010.
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Me encantan tus reflexiones! Jajajajaja! Siempre es divertido leerte :) y si, hay cosas que nunca cambiarán ^^
ResponderEliminarGracias Verito! Un fuerte abrazo!
ResponderEliminarJajajaja me hizo reir mucho la parte de las películas de los domingos en RCTV... válgase la repugnancia, recuerdos que no recordaba y que la lectura de tu artículo los ha traído a mi memoria... En particular solo recuerdo "El marciano erótico". Del resto, muchas ocasiones terminaban con un "rayos, toda esta estrasnochadera para ver un único par de tetas". Me recuerdo también pasando sueño esperando a que todos se fueran a dormir en la casa, cada vez más nervioso de que no lo hicieran, hasta que terminaba dándome por vencido después del esfuerzo en vano ya que algún hermano misteriosamente ese día no tenía sueño. Solo ahora, después de muchos años he caído en cuenta de que probablemente esperaban lo mismo que yo. Rayos, si no hubiese sido tan inocente quizás podría haber agunatado más! jajaja
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