jueves, 18 de noviembre de 2010

¿CÓMO FILOSOFAR?


A

l contrario de lo que es imaginado usualmente, el filósofo no es aquel que se posa sobre una roca con el mentón apoyado en el puño a echar simplemente la imaginación a volar y a generar ideas y pensamientos. Sin duda es una labor muy noble el acto de reflexionar, sin embargo, si se quiere filosofar, se necesita algo más que lo anterior. ¿Qué sentido tendría calificar de filósofo a aquel que piensa como cualquiera? ¿O qué gracia tendría denominar como filosofía a todo aquello elucubrado por la mente humana?



El acto de filosofar, debe decirse, requiere de una aptitud y de un método. La aptitud, y recalcando que hay que nacer y ser apto para ello, consiste en tomar (ahora cambio la palabra) una actitud particular respecto al mundo que nos rodea. Dicha actitud tradicionalmente se ha convenido en que el filósofo (o el aspirante a serlo) necesita de un espíritu infantil, que se maraville fácilmente, que admire. Debe observar con ojos de niño, pero, paradójicamente, debe pensar con un cerebro maduro y serio, lo cual se puede traducir en que debe tener rigurosidad al procesar lo que observa y lo que analiza. Niño y viejo a la vez, el filósofo necesita de admiración y de rigor para ser apto para la filosofía.

Hay otra disposición natural que me gustaría agregar al filósofo, y es la honestidad. La filosofía se remonta seguramente desde que el humano se preguntó por primera vez el por qué de algo, pero ya bien entrado en el siglo XIX es Friedrich Nietzsche quien dijo: “cada filósofo es abogado de sus instintos”. En efecto, si se hace filosofía y si se ama a la verdad, el filósofo debe avanzar valientemente sin visualizar conclusión alguna, desarrollando lentamente las conexiones de sus ideas con el rigor requerido, conciente de que la verdad que conseguirá muy bien podría ser una muy desagradable, e incluso mortal. Pocos son los filósofos lo suficientemente osados para ello.

¿Y no es el rigor una garantía de la honestidad? Lamentablemente no. La rigurosidad necesaria para hacer filosofía no implica que las premisas iniciales no sean oriundas de las más oscuras y ocultas motivaciones del filósofo. Para exponerlo con claridad: es posible armar silogismos partiendo de cualquier tipo de premisa, falsa o verdadera. Por ejemplo, Tomás de Aquino y Hume son muy rigurosos (y también poseen esa admiración infantil por el mundo que les rodea), pero llegan a conclusiones muy distintas en sus sistemas filosóficos. La honestidad resulta, pues, extremadamente importante; y por ello siempre es recomendable indagar en la biografía de un filósofo a la vez que nos adentramos en su filosofía.

Respecto al método para filosofar, no hay uno sino varios. Pienso que será muy didáctico devenir acerca de un objeto en particular de vuestro gusto y aplicar los métodos filosóficos para entender mejor en qué consisten. Que la lectura sea una lectura activa entonces y que le sea de provecho lo que pronunciaré a continuación.

A lo largo de la historia los filósofos han resuelto encontrar sus inquietudes por medio de varias vías, de las cuales la mayéutica se erige como la más antigua. Sócrates es el representante de esta técnica, la cual consiste en cuestionar argumentos para refinarlos consecutivamente hasta su perfección. Ante la pregunta “¿qué es?”, al cuestionarnos acerca de tal o cual objeto, uno pudiera ofrecer una respuesta rápida. Sin embargo, es poco probable que la respuesta primera sea la mejor, así que habrá que refinarla haciéndole crítica, contradiciéndola, colocándole “peros”, viéndola desde otras perspectivas, delimitando su campo de acción o su rango, condicionándola. Poco a poco, la respuesta original se transforma hasta quedar más aproximada a una verdad más precisa. No obstante, el proceso es infinitamente perfectible y por lo tanto no tiene fin.

Platón, discípulo directo de Sócrates, toma la mayéutica y la convierte en dialéctica. Las ideas y conceptos a cuestionar se debaten y contraponen con otras ideas y conceptos opuestos. Cada contraposición es un argumento mucho más sólido que el anterior, y los actos de contraposición se realizan generalmente en forma de diálogos. Aristóteles, amigo y discípulo de Platón, logra lo que ninguno de los anteriores filósofos hizo, y analizó el método de contraposición de argumentos en sus raíces mismas.

Estudiando las premisas, los sujetos, los predicados, y las conexiones entre ideas (silogismos), podría decirse que Aristóteles fue el padre de la lógica, tal cual como la conocemos hoy. Y durante más de 2000 años ha sido la misma. Increíble el aporte de este filósofo. Es apenas en el siglo XX que la filosofía necesitó (y necesita) de un nuevo sistema lógico. No por ello el trabajo de Aristóteles resiente de algún menosprecio, pues no en vano se tiene el avance y desarrollo del conocimiento humano en la actualidad.

El devenir de la lógica imperó a lo largo el tiempo hasta nuestros días, aunque en la Edad Media fue susceptible de, más que de una mejora, de una envoltura mucho más integral y complementaria. Este método filosófico fue la disputa. Ante el problema del “qué es”, los filósofos de esta época (representados supremamente por Santo Tomás de Aquino), alcanzaron un rigor en la lógica nunca antes visto. Lo que “es” se resolvía de la siguiente manera: se exponía el problema, se expresaban una gran variedad de opiniones para sustentar una hipótesis, para luego expresar otra gran variedad de ideas contrarias. Las ideas se confrontaban unas con otras, de suerte que de esta confrontación surgían conceptos y figuraciones sólidas. Finalmente, dichas figuraciones suficientemente fundadas se cavilaban en silogismos, usando la lógica en su sentido más estricto. Esa era la disputa como método de encontrar las verdades. La Suma Teológica es un libro que ejemplifica excelentemente esta técnica.

En el siglo XVII la filosofía retumbó en sus cimientos. Ante las asombrosas consecuencias de las evidencias de las ciencias naturales, el universo fundado en las explicaciones aristotélicas había colapsado. El geocentrismo se derrumbaba, los dogmas religiosos rechinaban, y la teología ya dejaba de marcar la pauta del conocimiento. El Oscurantismo descendía de la cúspide para darle paso al Renacimiento. Y René Descartes se erigía como el padre de la filosofía moderna al hacer patente que el filosofar consta de dos momentos.

Siglos anteriores a él, el arte de filosofar consistía El filosofar tiene dos momentos.en darle explicación a un problema, apelando, en primera instancia, a las hipótesis que resultaban ser más naturales para hacerse cargo de la explicación. Luego del planteamiento de la hipótesis, venía el método filosófico en cuestión. En pocas palabras, primero se veía el camino, y luego se caminaba en él. He ahí los dos momentos.

Ante la caída del sistema filosófico aristotélico, los filósofos como Descartes (y de él en adelante) se habían prohibido a sí mismos errar de nuevo al conformar otro sistema filosófico. El filosofar se convirtió en un arte estrictamente disciplinado, muy riguroso, muy cauteloso y meticuloso; y el acento de la búsqueda de las verdades no reposaba ya tanto en el método en sí sino en la visualización previa del camino. La duda, pues, se convirtió en la forma por excelencia para hacer filosofía, se convirtió en el pre-método, por así decirlo.

Tal y como lo afirmaba el mismo Descartes, (casi) todos los objetos del universo son susceptibles de duda, de tal manera que, a modo de extraer la cáscara para quedarnos con el contenido del objeto en cuestión, se duda sistemáticamente de lo que resulta evidente y exterior para proseguir, poco a poco, hasta la esencia misma de lo que nos es problemático. Basados en este sistema cartesiano (que algunos autores clasifican en evidencia, análisis, síntesis y comprobación), no se puede dudar hasta el infinito, pues, lo único indubitable es el pensamiento. “Cogito, ergo sum”; pienso, luego existo.

A medida que transcurre el tiempo, los “dos momentos” del acto de filosofar se hacen más patentes, y aunque son escindibles si se les piensa con detenimiento, parecen fundirse en un solo acto que la historia de la filosofía ha querido llamar intuición, sobretodo desde el siglo XIX. Pero esta intuición como método no es una especulativa. Todo lo contrario. La intuición de la que se hace referencia es una bien entrenada, es una intuición recursiva, que surge espontáneamente de una mente que fácilmente ha aprehendido con anterioridad las cosas que le rodean de forma escrupulosa, y que cuando se plantea un nuevo problema, lo acecha desde una perspectiva veterana e inmediata, casi como una iluminación, metafóricamente hablando. Una vez dado el paso del “primer momento”, la rigurosidad se hace explícita, atacando la intuición hipotética por medio del análisis y la lógica.

La intuición como método, a la luz de la filosofía contemporánea, podría categorizarse en intuición intelectual, emotiva y volitiva, según sea el propósito el buscar la esencia, el valor, o la realidad existencial fundada en la voluntad, respectivamente. Exponentes de estas intuiciones hay varios, pero debería mencionar a Schopenhauer (intelectual), a Espinosa (emotiva) y a Fichte (volitiva) como los más llamativos en cada estilo.

La filosofía se nos dispone entonces como una disciplina que amerita tanta o más seriedad que cualquier otro campo de estudio sistemático y riguroso. Más aún, tal y como ocurre con las orientaciones innatas en cada área del desenvolvimiento humano, en el caso de la filosofía también hace falta nacer con cierta naturalidad y aptitud hacia este ámbito del hombre. A título personal, no puedo menos que añadir mi desagrado ante los tiempos neo-oscurantistas que transcurren, en los que la palabra filosofía ha sido devaluada por personas que, con o sin intención, no le dedican el rigor correspondiente al acto de pensar, atribuyéndose ideas y pensamientos que proclaman para sí una supuesta profundidad. Lamentablemente, pero como es de esperar, la gente acepta de buena gana a los farfulladores pensantes, más por las lisonjas que dejan sus palabras que por su veracidad. La gente ama en boca de otros lo que desea escuchar.

Gusto, para finalizar y en referencia a este último punto, remitir a Manuel García Morentes, en su libro "Lecciones preliminares de filosofía":

"Existe una sapiencia popular que se condensa en refranes, tradiciones e ideas, que la masa del pueblo trae y lleva. La filosofía no es eso. La filosofía exige un rigor que es incompatible con las cómodas pero perfectamente inútiles tradiciones de la sabiduría popular."

Muchos saludos.




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