miércoles, 3 de noviembre de 2010

"LECCIONES PRELIMINARES DE FILOSOFÍA". M. G. MORENTE.



M
anuel García Morente se me antoja un maestro. Un gran maestro. Revisando su biografía no solo no faltan las flores hacia su excelente capacidad oratoria y didáctica en las clases que daba en las universidades alemanas y españolas, sino que a través de su libro “Lecciones preliminares de filosofía” uno puede constatarlo fácilmente. En una suerte de “Un mundo para Sofía”, pero un poco más profundo y serio, este libro es excelente.

La obra consta de 25 capítulos, en los que se describe la larga excursión de la filosofía de la humanidad, desde los pensadores pre-socráticos hasta los autores más representativos de la filosofía contemporánea como Heidegger y Ortega y Gasset. El libro se publicó en 1938, así que evidentemente hay que tomar eso en cuenta.

Como el texto es esencialmente didáctico (sin que García Morente deje de expresar sus opiniones por ello), más vale leerlo de principio a fin, sin saltos, sin dejarse cautivar ingenuamente por la división por capítulos. Todo está perfectamente enlazado, y cada escalón previo es justo y necesario. El trabajo en sí nos muestra los comienzos del Realismo, su desarrollo, su máxima cumbre, y su caída para darle paso a esta segunda etapa que comenzó con el padre de la filosofía moderna, Descartes; etapa que llamamos Idealismo. Asimismo, con el Idealismo narra, con excelsa soltura y claridad, los comienzos de este renacer, su desarrollo y su máxima cúspide en Kant. Al final, en el último capítulo, el relato nos sorprende con la tercera evolución de la filosofía, la cual apenas comienza…

Manuel García Morente

García Morente hace uso de una facultad didáctica explicativa increíble, y a lo largo de esta “excursión filosófica” (como él mismo gusta en llamarle) su forma de hilar los pensamientos es muy cuidadosa, fraternal, esmerada en tratar de elevar el entendimiento del tema en el lector. Se caracteriza en toda la obra por un espíritu diáfano mientras discurren las lecciones, aunque es ciertamente contundente cuando critica y da su opinión. En dos ocasiones en todo el libro fui testigo de ello: por un lado, García Morente (y estimo que el sistema académico filosófico mundial) establece que la filosofía, en rigor, comienza verdaderamente en Grecia, con los pre-socráticos. Sin afán de sesgo hacia la cultura oriental, se explica al lector que todo el sistema de conocimientos orientales antes de la Antigua Grecia es eso, conocimiento, sabiduría, cultura, tradición, incluso profundidad intuitiva; pero no es filosofía. Las razones de tal aseveración son justamente aclaradas en el texto. La segunda crítica es hacia los filósofos monistas (modernos) los cuales no gustan de dividir la ontología tal cual como se hace ahora. También la crítica hacia ellos se explica entre páginas.

García Morente hace un par de críticas en su libro, y yo también le deparo un par hacia él. A pesar de que el libro me ha encantado, es evidente que la línea que sigue para narrar los eventos más importantes de la filosofía en la historia de la humanidad está dada por las grandes figuras filosóficas del teísmo. En ese largo viaje, figuras como Parménides, Platón, Aristóteles, San Agustín, Tomas de Aquino, Descartes,. Locke, Berkeley, Leibniz, Kant, Ortega y Gasset; todos ellos, sustentan la metafísica (o parte de ella) en Dios. Por supuesto, esos dioses son muy distintos para cada uno de los personajes mencionados (incluso contradictorios entre sí), pero fue algo viciado el hecho de que sólo Hume figura como el único filósofo ateo. ¿Por qué el autor sigue la línea histórica-filosófica de esta manera? Muy sencillo: era sacerdote. Por fortuna, en el último capítulo es capaz de reconocer que una de las cuestiones que debe resolver la filosofía contemporánea es, lo que el mismo llama, “el problema de Dios”.

La otra crítica que guardo es seguramente algo injusta. Me disculparé, parcialmente, de antemano, pues se que los conocimientos para 1938 no eran los mismos actuales. Pero cuando García Morente describe cómo es la ontología de los valores y cómo los jerarquiza, en mi opinión, incurre en errores tremendos en sus conclusiones. Que los valores “sean” absolutos, eternos e innatos es una violación a lo que la experiencia misma nos dice. A los resultados actuales de la psicología evolutiva me remito, pero muy bien también puedo remitirme a Nietzsche, quien anhelaba la “inversión de todos los valores” en pleno siglo XIX. Y por algo luchaba con tanta insistencia en contra de los absolutismos.

Lejos del gueto del Realismo y del gueto del Idealismo, desde el siglo XX se levantan los horizontes por tercera vez en la historia de la filosofía. El único ente absoluto que existe es la vida misma, y para estudiarla, para descomponerla en sus “categorías ónticas”, García Morente hace una acertadísima alarma respecto a la lógica que usamos desde tiempos aristotélicos. Esa lógica (la misma con la hacemos ciencia y filosofía) es incompleta, incluso falaz. ¿Por qué? Porque está fundamentada axiológicamente en el espíritu filosófico realista de la Antigua Grecia, y la filosofía ha crecido muchísimo desde entonces, refutando premisas claves de ese realismo.

La vida nos resulta entonces inaprensible Se necesita de una lógica vital. por la lógica que usamos actualmente, y el autor, conciente de este gran problema para la tercera cruzada filosófica, exhorta a la elaboración de una nueva lógica, de unos nuevos conceptos, que no sean ni realistas ni idealistas, sino que sean vitales, de la vida, oriundos de la existencia pues es ella lo único (absolutamente) verdadero. Se necesita pues de una lógica vital, de conceptos flexibles, que sean congruentes con el constante cambio del devenir de la vida. La existencia del ahora a cada segundo deja de ser tal, y por lo tanto los conceptos que usamos, estatizando las cosas que en ella conviven, cometen un sofisma.

Esta reflexión de García Morente al final del libro me hace sonreír, y es que aunque él confiesa no tener idea de cómo inventar conceptos “no estatizantes”, y aunque él recomiende los pasos de Bergson, de Heidegger y de Ortega y Gasset; me atrevo a sugerir que la ruta de la investigación apunte a la formación de la palabra. Es la palabra, como ya lo he dicho en anteriores ocasiones, la cápsula de la realidad. Es lo más útil que tenemos, pero a la vez lo que más nos encarcela.

Mientras tanto, mientras conseguimos zafarnos de la cárcel de la palabra, hagamos filosofía con música, con poesía, con arte. ¿Por qué no? Quizás sea esa una forma de comunicarnos más profunda, directa, flexible y no encapsulable. Una forma de comunicarnos más acorde con nuestra existencia dinámica y siempre cambiante.

Muchos saludos.





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